Señora... ¡cállese!

Con este post inauguro la etiqueta “Historias del Bus”, que intuyo que va a tener muchas entradas, ya que desgraciadamente mis anécdotas e incidencias en el autobús son múltiples. Trabajo a unos 20 km. de casa y cada día cojo un bus interurbano para ir: una hora de ida, una de vuelta. Eso significa 2 horas de mi tiempo cada día, 10 horas a la semana, 40 horas al mes, 440 horas al año… aaarrrggg… ¡¡por Dios!! ¡¡Nunca me había parado a calcularlo!! Y luego está la hora a la que lo cojo por la mañana, las 6:50, por favor, que no están puestas ni las calles… las voy poniendo yo para que vosotros salgáis después… bueno, yo y un señor con barba que saca a su perro, que digo yo, pobre chucho, ¿cómo va a cagar nadie a esas horas con el frío que hace?

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Bueno, a lo que iba… Que estaba yo esta mañana, sobadísima, como cada mañana. Llega el bus y rezo (sin ser creyente) para que haya asientos libres, y eso que ya me voy a cogerlo una parada antes de la que me tocaría… Subo, oteo, focalizo y ¡al ataque! Me embuto en un espacio minúsculo diseñado para Barbies, gnomos y otras criaturas prehumanas, al lado de un pedazo de tío que lleva las rodillas pegadas a la barbilla porque no cabe, una a cada lado del libro que se está leyendo. Bueno, nos metemos yo, mi abrigo de plumas, la bufanda, el bolso, la bolsa de la comida y la tarjeta del bus en la boca. Cuando consigo sentarme, ¡joder qué calor! ¿Habéis probado a quitaros alguna vez la chaqueta en un espacio semejante con Torre Man al lado, su libro y 40 bultos en el regazo? Ah, y con la tarjeta todavía en la boca… ay perdona que te moleste, es que me quiero quitar la chaqueta, uy, disculpa, ay, perdona, ¿eso era tu ojo?

Finalmente lo consigo sin mayores traumatismos. Y me dispongo a disfrutar de uno de mis placeres del día: conectar los auriculares a mi teléfono y escuchar música bien flojita, con los ojos cerrados; que no me duermo, oye, pero se está tan a gustito…. Y ahí está ella: la señora.  En el asiento de al  lado de Torre Man, pasillo por en medio, hay una señora con la voz que tendría Montserrat Caballé si fuese camionera, que está semi girada para hablar con una pareja que va sentada en el asiento de detrás. Y se pasa toooodo el trayecto hablando sin parar, que nos hemos enterado de toda su vida. Yo y los 70 viajeros y el conductor, que vamos todos en silencio sepulcral. Que dice que es profesora de Universidad, que sus alumnos le dicen que son del siglo XXI y ella de los 80 (diplomáticos ellos, porque debe ser de los 50 cuando menos, por mucho abrigo de Desigual que me lleve), que si no tiene tiempo porque lleva dos asociaciones, que nosequé de una herencia… ¡señoraaaa… qué a mí que me importa! Subo el volumen de la música, que todo lo que pase del 3 a esas horas ya me parece una Mascletá… Ni al 6, tú, la sigo oyendo…. Pffff…. Señora, que me está dando la mañana… Miro el reloj: las 7:03… pero ¿¿cómo se puede tener esa energía a esas horas?? Y mira que yo hablo, pero vamos, ¡¡a esas horas ni queriendo!! ¡Es que no le hablan ni sus supuestos interlocutores! Así que pienso, oye, igual está haciendo un monólogo, y me quito los auriculares para oírla mejor, por si es algo interesante… pero lo más interesante que oigo, además de a ella, es el cliiincc, tilín, tilinnn, tiroriii… de alguien que unos asientos más adelante está jugando al Candy Crash con el volumen a todo trapo… ¡Señoraaaa, cállese!

Total, que definitivamente hoy me quedo sin mi relax time. Luego la gente se sorprende cuando les cuento que un día secuestré un autobús. Pero bueno, esa es otra historia. Menos mal que al bajar me he ido a Portugal con mi amiga Amalia, hemos pasado miedo en un puente y nos hemos echado unas risas. Esa, también es otra historia.