- ¿Me permites?
Me miras. Stop! Dale al pause, ¡congela esa
imagen!
Maaaal. Has empezado mal, chaval. Me has mirado con cara de ¿en serio te vas a sentar a mi lado, vacaburra?
Tú, con tu camisa de Pedro del Hierro, tu reloj de esos modernos de ahora, que no sé cómo se llaman, pero que seguro que te avisa de cuándo tienes que ir a cagar y te dice el peso y la composición de la mierda, finalizando con un mensaje de Hi, Mr. Gilipollas! En el día de hoy deberías comer más semillas de chía. Cindy, tu entrenadora personal, who loves u so much.
Tú, pequeño y delgado, con las uñas impolutas de manicura cara, tus cascos
último modelo sobre la calva reluciente, (lo siento, chaval, ni el dinero puede
evitar que se te caiga el pelo) y un cuerpo que dice: eh, mira, nena, que voy al
gym!!
Tú, me miras perdonándome la vida, como si te hubiera hecho una gran
ofensa por pedirte que levantes tu culo de pijo de mierda para sentarme en el
último asiento libre del bus. Suspiras. Cierras el periódico con parsimonia.
Coges, despacio, la mochila negra que descansa en "mi" asiento, me vuelves a
mirar como diciendo really? A lo mejor es eso, ¿será que lo que te fastidia
es tener que poner la mochila en el maletero de arriba, sola y desangelada?
¿Qué llevas en esa mochila? ¿Miles de euros? Un Ipad seguro. ¿Documentos
importantes en los que le jodes la vida a otros? Porque tienes cara de eso, de
ser un jodedor. Si no quieres que te molesten, ve a trabajar en tu Audi, o, en
el peor de los males, siéntate en el lado de la ventana, imbécil.
Por fin te levantas. Yo, digna, no digo ni mu, cuando debería sacarte los colores delante de todo el bus. Total, ya los tengo acostumbrados a hacer el ridículo. Pero hoy estoy muy cansada; sólo son las 7 de la mañana y ya me siento agotada. Así que me acurruco junto al cristal y pienso en estarme quieta, solamente en no moverme. Rozo tu pierna sin querer. Te remueves inquieto y... ¡ahora sí que la has cagao chaval! pero de verdad... Haces un ruidito de esos de chst, un chasquido de fastidio, de ¡joder con la vacaburra! Bufff... Acabas de despertar la bestia parda que hay en mí. Porque soy intolerante a la prepotencia. No alérgica, sino intolerante. Vamos, que puedo morir a tu contacto. ¿Quién mierda te has creído que eres? Para empezar, me he adelgazado 12 kilos ya, así que por fin ocupo un asiento sin rebosar; si quiero, ni te toco. Segundo, huelo bien. Me gustaría, de hecho, me-en-can-ta-rí-a, que te tocase al lado Mr. Pig. Tercero, mi ropa es tan digna como la tuya, aunque valga una quinceava parte; frase que podemos aplicar perfectamente a la inversa respecto de muestros cerebros.
Imbécil. Me has cabreado. Así que paso al ataque.
Podría no tocarte, pero te toco. Abro mis piernas, de manera que todo mi muslo roza el tuyo. Bajo el culo al borde del asiento, apoyo la cabeza en el respaldo, como si me dispusiera a dormir.
Otro chst. Bien.
Ay no, qué
incómoda... me vuelvo a mover, abro más las piernas para coger la bolsa de la
comida, que tengo en el suelo. La pongo en mi regazo y empiezo a buscar algo
imaginario dentro, abriendo todo lo que puedo el codo izquierdo. Te molesto y lo
sé.
Otro chst.
Cierras el periódico. Vuelvo a dejar la bolsa en el suelo,
abriendo otra vez las piernas todo lo que puedo, y empiezo la misma operación en el bolso,
concienzuda, como si me fuera la vida en encontrar algo que no encuentro. Me
quito el pañuelo del cuello y lo pongo encima del bolso, igual que un montón de
cosas que empiezo a sacar y a colocar desordenadamente entre mi regazo y el
tuyo. No te puedes imaginar todo lo que llevamos las mujeres en el bolso,
cabrón. Mi codo, en ángulo de 90 grados, dándote en el brazo; el asiento, lleno de
cosas; me muevo sin parar... me llevo la mano a la boca en un gesto de ¡oh Dios
mío! que en realidad me sirve para ahogar una sonrisa de triunfo.
Tú sigues con tus chst, que se te va a hacer un nudo la lengua, pero eres
incapaz de decir nada, porque eres un pasivo agresivo de mierda, lo que yo
decía, un jodedor. Consultas tu Iphone, seguramente para saber cuántos minutos
de tortura te quedan junto a la vacaburra. Empiezo a guardar las cosas,
despacio, yo no tengo prisa. El móvil se me enreda en el pañuelo y se cae al
suelo, entre tus pies. Te juro que se me ha caído, pero me alegro.
- Uy, perdona...
(sonrisa hipócrita, que también sé hacerlas).
Me acuesto sobre ti, intentando cogerlo, aunque obviamente no
puedo. Me fulminas con la mirada, pero te obligas a esbozar una mini y tirante
sonrisa. Bien, aún te queda un resquicio de socialización. Te tienes que levantar
al pasillo mientras yo me tumbo en tu asiento para alcanzar el móvil,
contaminando todo tu espacio de mis gérmenes infectos. He despertado todas tus
ansiedades. Te pasas el resto del trayecto sorbiendo por la nariz.
Re-al-men-te-o-dio-e-so.
Llegamos a la parada y, cuando ves que cojo la bolsa,
por supuesto abriendo mucho las piernas y los codos, te levantas otra vez para
dejarme salir. Paso por tu lado y puedo notar toda la energía negativa que
desprendes. Estoy tentadísima de pisarte, como colofón a nuestro íntimo viaje.
Pero soy más educada que tú. Bastante más.
Son las 7.30 h de la mañana y te he puesto de los nervios. Te jodes. La próxima vez, me permites y punto. Yo, en cambio, me voy con una sonrisa a trabajar.