viernes, 2 de noviembre de 2018
Un día de mierda. Capítulo 3.
En mi trabajo, a los miércoles los llamamos miérdoles, con "d" de mierda, porque, casualidad o no, suele ser el día de la semana en el que se concentran todos los marrones, los frikis y las cosas raras. Este miércoles pasado, fue un miérdoles en toda regla, aunque no en el trabajo, sino en mi vida. Uno de esos días Marca Yolanda.
El día empieza, como siempre, a las 6 de la mañana. Es noche cerrada, diluvia y hace un viento huracanado. Vamos, las condiciones ideales para salir de la cama. Hay huelga de tren, así que el autobús va petao, llega tarde, sale tarde de cada parada, con gente de pie hasta en las costuras de los asientos. Por suerte, voy sentada. Para llegar a mi trabajo, creo que ya os lo he dicho alguna vez, tengo que coger dos autobuses. En el segundo, obviamente, no tengo tanta suerte, y voy como anchoa en lata. Suena por megafonía: "por favor, avancen hacia el final del autobús", pues sí, cómo no lo hagamos como un gusano o bailando la conga, no sé yo. Tengo incrustado algo en el culo, que no quiero ni saber lo qué es. Sobrevivo como puedo, entre paraguas, abrigos, pelos y pedos. Menos mal que no tengo un TOC de contaminación.
El trayecto total, en circunstancias normales, suele durar entre hora y cuarto y hora y media, depende del tráfico. Bien, pues llego a la oficina al cabo de dos horas y media, y angustiada porque a las nueve tengo una cita concertada con un usuario y ya voy tarde. Pero me dice la secre que el señor ha llamado, que está en un atasco monumental y "se va a retrasar". Bueno, menos mal. Me dará tiempo a desayunar un poco y relajarme. Jo, un poco más y me da tiempo a hacerme la manicura, la pedicura y la declaración de la renta del año que viene. El señor llega a las once y media de la mañana, se excusa diciendo que había un tráfico insoportable (lo sé) y que ha habido un incendio en el puerto de Barcelona (¿es que has venido en barco?). El señor, además, es raro raro raro, y físicamente se parece mogollón al asesino de la peli "El silencio de los corderos", que me da un mal rollo que para qué. Además, no puedo parar de imaginármelo bailando con la polla entre las piernas y no es plan 😂😂😂.
En fin, que el sastre de las pieles me ha desorganizado toda la mañana y mi plan de trabajo, pero es lo que hay. Quiero acabar pronto, porque es Halloween/La Castanyada y he quedado con amigos para cenar. Supuestamente, tengo que llevar algo preparado y no he tenido tiempo ni sé el qué. Así que, cuando salgo, voy a un centro comercial que tengo cerca a mirarme una agenda que necesito y comprar aunque sea unas chuches. Mientras estoy comiendo, cae la tormenta perfecta: se hace literalmente de noche y el cielo se cae. Perfecto, ya mismo conozco a George Clooney y hago el cupo de actores por hoy. Finalmente escampa y decido aprovechar para irme. No he encontrado agenda ni he comprado chuches. Bueno, como voy a llegar pronto a casa...
Cojo el primer bus sin problemas, salvo un yayo que me arrima cebolleta cuando voy a bajar, porque no se puede esperar a que salga del pasillo. En el trayecto de vuelta del segundo, voy charlando en un grupo de wasap que me tiene totalmente absorbida. Es como una secta, no puedo parar de mirarlo y participar... es como un chute de energía, buena vibra y amor en vena. Seis personas, seis amigas, a las que apenas conozco, pero que ya viven en mi corazón. Es así. Me aconsejan y explican cómo hacer unas empanadas rápidas para la cena, así que en cuanto llegue voy al super. Fuera sigue lloviendo a mares, vuelve a ser ya de noche y los cristales del autobús están empañados. Consigo relajarme un poco y me voy partiendo de la risa con una de ellas que "dice" no saber lo que significan estos emoticonos 👉👌, que de la risa que me da, hasta le hago un tutorial en vídeo. Voy sentada al final de todo de un autobús de esos largos dobles, que ya va casi vacío, así que tengo una intimidad que me lo permite. Por cierto, sí que va vacío, sí. Miro por el cristal y veo unas flores metálicas que hay en una rotonda, justo antes de llegar a mi parada... ah, ya llego. Me levanto, haciendo equilibrios, ¿¿por qué gira tanto este autobús si tiene que seguir recto?? Sigo viendo las flores por la ventana. Algo va mal. Está haciendo la rotonda. ¡Mierda! Se ha metido en la autopista... ¡¡está volviendo a Barcelona!! 🙆🙆 Iba tan distraída, que me he pasado tres paradas y ya está dando la vuelta de regreso. Siento una vergüenza tan terrible, que me vuelvo a sentar en el asiento sin decir ni mu. De excursión.
Aviso a J de mi desastre y se lo digo también a las chicas, que por supuesto, se descojonan a mi costa. Intento tomármelo con paciencia y humor. Venga, pues sigo con el móvil. 2 % de batería. Vale, pues leo un rato. Ebook sin batería. Así que me dedico a mirar la negra noche por la ventana, mientras me debato entre partirme de la risa o partirme la cara directamente. Llegamos muy rápido a Barcelona, claro es que ya se han hecho las seis de la tarde y apenas hay tráfico para entrar a la ciudad. En la parada final, el chófer me mira con cara de... "yo te he visto hace muy poco" + "¿te piensas quedar ahí toda la noche?". Así que no tengo más remedio que acercarme y explicarle lo torpe que soy. El señor se aguanta la risa estoicamente. Le digo que no se preocupe, que voy a bajar a comprarme una Coca-Cola porque estoy muerta de sed. También me estoy haciendo mucho pis, pero no tengo tiempo ni lavabo a donde ir. Para rematar, tengo la regla, y llevo puesta mi última compresa.
Unos minutos después, el autobús se ha vuelto a llenar. Me siento junto a un señor de esos que con solo mirarlo dices "este tío trabaja en un banco, en una correduría de seguros o en una funeraria". Joven, atractivo, con un traje impoluto. Lleva una camisa blanca con una fina raya violeta que te apuesto que es nueva. Y cara. Este es como uno que conocí, que para no lavar los calzoncillos, estrenaba unos cada día. Pues este igual, pero con las camisas, para no tener que plancharlas. El trayecto de vuelta se hace eterno. Porque a estas horas la gente no entra a la ciudad, ¡¡pero sí sale!! Y más siendo noche de Halloween. Total, que tardo un huevo. Intento no pensar que tengo mucho pis, pero es como cuando te dicen, no pienses en un elefante rosa. Ya casi llegando, me adormilo un poco, no tengo nada qué hacer y estoy reventada. No me llego a dormir del todo, estoy intranquila, ¡¡¿¿te imaginas que me duermo y vuelvo a ir a Barcelona??!!
En eso que el bus coge una rotonda muy cerrada y se me cae al suelo del pasillo una bolsa que llevo encima con la bufanda, la Coca-Cola y un cuenco para chuches que he comprado (que no tengo chuches, pero sí un cuenco molón de telarañas que pondré vacío). Abro los ojos de golpe y lo primero que veo es el reloj de encima del parabrisas, que pone que son las 23:05 h. Del susto que me pego, casi se me corta la regla. Menos mal que veo al lado la fecha, que también está equivocada, no sé que día de marzo. Recojo la bolsa y veo que ya falta poco para llegar a mi parada. Todos los sentidos alerta para no pasarme. Destapo la Coca-Cola para dar un sorbo y... como consecuencia de la caída, el gas la hace salir a borbotones, ¡¡a explosiones de la puñetera chispa de la vida!! chispas que van a parar entre mis tetas, al respaldo del asiento de delante yyyy.... a la camisa blanca con fina raya violeta del banquero. ¡Tierra trágame! No sé ni qué decir, busco un pañuelo de papel desesperadamente mientras me disculpo. ¿Le froto? ¿No le froto? Él me mira, primero con cara de "¿cómo? ¡no es posible!", después, con condescendencia, puedo leer en sus ojos "¡¡serás gilipollas!!", que me dan ganas de cantarle: "una Coca-Colaaa y una sonrisaaa, la vida se ilumiiiiiina....".
En lugar de eso, cojo el kleenex marrón, la bolsa, el bolso, el abrigo, el paraguas empapado, mis tetas pegajosas y mi compresa a full capacity, y me bajo dos paradas antes de la que me toca, "lo siento, es que bajo aquí". Los rayos de la tormenta de fuera se han metido en sus ojos. Pero yo, divina, como si no pasara nada.
Y nada, a caminar 20 minutos, siendo ya las ocho de la tarde pasadas. Que la única empanada que llevé a la cena, fue a mí misma.
jueves, 23 de agosto de 2018
Soy cobarde
¿Qué haces cuándo todos tus sueños se rompen? Cuando tú quieres, pero tu cuerpo no. Cuando eres consciente de que todo aquello para lo que te has preparado toda la vida, ya no sirve para nada. Cuando, simplemente, eres incapaz de seguir haciendo lo que hacías hasta ahora. Cuando, sin que te haya pasado nada grave, sientes una tremenda incapacidad para ser feliz.
Así me siento yo. Como si el mundo se hubiera quebrado bajo mis pies.
Y entonces aparece, mi eterna compañera, la culpa. ¿Cómo puedes sentirte así, teniéndolo todo? Hay gente peor que tú. No te estás muriendo. No se te ha muerto nadie, ni tienes a nadie gravemente enfermo. Tus padres aún viven. Tu marido te adora. Tienes unos hijos preciosos, felices, sanos, fuertes y saludables. Hay personas que piensan y se preocupan por ti. Tienes un techo donde dormir, un plato en la mesa y dinero suficiente para darte muchos caprichos y comprar y hacer cosas que no necesitas. Puedes moverte, puedes hacer algunas cosas.
Y sin embargo siento que no puedo, a la vez que siento que no tengo derecho a sentirlo. Mi cabeza me repite constantemente, como una letanía: déjalo. Déjalo todo. Vete a tu casa. Dedícate a escribir. No sigas empeñándote en llevar un ritmo de vida que no puedes. Cambia de vida. Vete a vivir lejos, a un sitio más tranquilo, con otro clima más favorable. Busca la paz. Haz caso de una vez por todas a tu cuerpo, que mira dónde te ha llevado el no hacerle caso...
En el otro lado de la balanza, facturas que pagar, hijos a los que dar unos estudios y un futuro, creencias sobre lo que hay que hacer en la vida, sobre lo "correcto"... un cuento chino que hemos comprado con los ojos cerrados como la receta mágica de la felicidad y el bienestar: tener de todo, hacer cuantas más cosas mejor, trabajar mucho y bien, salir mucho, viajar y divertirte, hacer deporte y mantenerse eternamente joven...
Pero sobre todo hay miedo. Miedo a equivocarme, miedo a sufrir, miedo al miedo. Y así pasan los días, sin tomar una decisión, en la casilla de salida del tablero, sin mover un pie. ¿Es esto una prueba que me pone la vida? No es el fin del mundo, ni de tu mísera vida, simplemente tienes que tener cojones de afrontarlo. Pero soy una cobarde. Siempre lo he sido. No afronto los problemas, los meto debajo de la alfombra. Si no me gusta, dejo para mañana lo que puedo hacer hoy. No enfrento mis sentimientos, ni tomo decisiones que sé que tendría que tomar. Quiero cambiar el mundo, me indigno con todo lo que ocurre a mi alrededor... pero no hago nada que no sea quejarme. No digo en qué me molestas o me dañas, simplemente desaparezco. No te digo que eres una maldita psicópata y que me estás maltratando. Hago como que no pasa nada, me pongo en modo tortuga, que pase el tiempo, y me engulla, me arrolle, me destroce... Que se apague la luz.
Pero sí pasa. Pasa la vida. Y aunque no somos felices, nos quedamos parapetados en la autocompasión, la queja y el inmobilismo. Sin arrestos para dar un golpe en la mesa, para decir, aquí estoy yo, y esto no es lo que quiero. El mundo es de los valientes. De los que se atreven a romper con todo y seguir su propio camino. Los cobardes, nos sentamos a esperar y ver la vida pasar.
Así me siento yo. Como si el mundo se hubiera quebrado bajo mis pies.
Y entonces aparece, mi eterna compañera, la culpa. ¿Cómo puedes sentirte así, teniéndolo todo? Hay gente peor que tú. No te estás muriendo. No se te ha muerto nadie, ni tienes a nadie gravemente enfermo. Tus padres aún viven. Tu marido te adora. Tienes unos hijos preciosos, felices, sanos, fuertes y saludables. Hay personas que piensan y se preocupan por ti. Tienes un techo donde dormir, un plato en la mesa y dinero suficiente para darte muchos caprichos y comprar y hacer cosas que no necesitas. Puedes moverte, puedes hacer algunas cosas.
Y sin embargo siento que no puedo, a la vez que siento que no tengo derecho a sentirlo. Mi cabeza me repite constantemente, como una letanía: déjalo. Déjalo todo. Vete a tu casa. Dedícate a escribir. No sigas empeñándote en llevar un ritmo de vida que no puedes. Cambia de vida. Vete a vivir lejos, a un sitio más tranquilo, con otro clima más favorable. Busca la paz. Haz caso de una vez por todas a tu cuerpo, que mira dónde te ha llevado el no hacerle caso...
En el otro lado de la balanza, facturas que pagar, hijos a los que dar unos estudios y un futuro, creencias sobre lo que hay que hacer en la vida, sobre lo "correcto"... un cuento chino que hemos comprado con los ojos cerrados como la receta mágica de la felicidad y el bienestar: tener de todo, hacer cuantas más cosas mejor, trabajar mucho y bien, salir mucho, viajar y divertirte, hacer deporte y mantenerse eternamente joven...
Pero sobre todo hay miedo. Miedo a equivocarme, miedo a sufrir, miedo al miedo. Y así pasan los días, sin tomar una decisión, en la casilla de salida del tablero, sin mover un pie. ¿Es esto una prueba que me pone la vida? No es el fin del mundo, ni de tu mísera vida, simplemente tienes que tener cojones de afrontarlo. Pero soy una cobarde. Siempre lo he sido. No afronto los problemas, los meto debajo de la alfombra. Si no me gusta, dejo para mañana lo que puedo hacer hoy. No enfrento mis sentimientos, ni tomo decisiones que sé que tendría que tomar. Quiero cambiar el mundo, me indigno con todo lo que ocurre a mi alrededor... pero no hago nada que no sea quejarme. No digo en qué me molestas o me dañas, simplemente desaparezco. No te digo que eres una maldita psicópata y que me estás maltratando. Hago como que no pasa nada, me pongo en modo tortuga, que pase el tiempo, y me engulla, me arrolle, me destroce... Que se apague la luz.
Pero sí pasa. Pasa la vida. Y aunque no somos felices, nos quedamos parapetados en la autocompasión, la queja y el inmobilismo. Sin arrestos para dar un golpe en la mesa, para decir, aquí estoy yo, y esto no es lo que quiero. El mundo es de los valientes. De los que se atreven a romper con todo y seguir su propio camino. Los cobardes, nos sentamos a esperar y ver la vida pasar.
miércoles, 30 de mayo de 2018
El heavy
El heavy es miembro de una tribu urbana, que se caracteriza por una estética muy determinada y por ser adeptos de la música con el mismo nombre. Hoy te voy a explicar los pasos a seguir si quieres ser un auténtico heavy.
Déjate el pelo largo.
No conozco ningún heavy que se precie que lleve el pelo corto. Salvo que ya tengas una edad y serios problemas de alopecia. También puedes disimular poniéndote sombreros o pañuelos. Pero, si no es el caso, tienes que llevar el pelo largo, por debajo de las tetas en todo caso. Preferiblemente raya en medio y sin florituras ni mariconadas. Si eres chica, puedes hacerte alguna mecha o tintarte todo el pelo, de cobrizo
o azul. El pelo largo puede incluir una barba larga y espesa, siempre y cuando tenga biodiversidad propia. No sirve la barbita de cuatro días del tipo duro, ni la cuidada y redondita del hipster.Tiene que ser una barba a lo ZZTop.
Víste de negro y con vaqueros.
Ser heavy no te arruinará. Tu fondo de armario será más bien delgado. Dos pantalones vaqueros (te cambias unos por otros cuando los que estás usando se queden de pie en la habitación), negros o azul oscuro, y ajustados. Imprescindible un buen repertorio de camisetas negras, de manga corta y larga, con logopotipos o imágenes de bandas de heavy metal.
También necesitas un chaleco vaquero sin mangas, con tachuelas y un parche grande en la espalda de algún grupo de música, y una chupa de cuero negro, lo que se conoce como "la cruzada". Con eso, unas botas militares o camperas y unas bambas, tienes todo lo que necesitas. Ni se te ocurra llevar jerseys o americanas. Por supuesto, en tu armario no habrá corbatas ni trajes. Sudaderas, sólo si es estrictamente imprescindible, porque en invierno también se va con manga corta, que pa eso son bien machos. Como mucho, camiseta de manguita larga. Por contra, no se te ocurra ponerte pantalones cortos, ni siquiera en verano. Siempre con tus jeans bien apretaditos.
Ese vestuario es unisex. Pero, si eres chica, para los fines de semana, conciertos y salir en general, puedes añadir otras prendas a tu repertorio, con la única regla de que tienes que ser sexy: faldas cortas ajustadas, vaqueras o de cuero, pantalones de piel o de cuero, vestidos segunda piel, ropa con rajas, agujeros... medias rotas, tops ajustados, corsés o jerseys de malla directamente sobre el sujetador.
Hazte un tatuaje de Satanás.
Para ser un buen heavy, tienes que complementar tu look con todo lo que se te ocurra del mundo del oscurantismo, el masoquismo y el fetichismo sexual: cadenas, pinchos metálicos, tachuelas, cuero, cráneos, cruces, calaveras, demonios, infiernos... Y eso puede ir en muñequeras, chapas, joyas, adornos varios, parches o en tatuajes. Cuánto más satánico, oscuro y fetichista sea todo, mejor. La regla es cuero negro y color plata, porque también puedes meter bisuteria, anillos, pendientes... pero de plata; ni se te ocurra meter dorado, eso lo dejamos para la choni.
Lo que a lo mejor no sabes es que esa tendencia la creó el cantante de Judas Priest. En sus inicios, la banda usaba una estética ochentera, con hombreras y colores metálicos. Rob Halford pensó, ¡afortunadamente!, que ese vestuario no transmitía la dureza de su música. Así que fue a Sr S, una tienda de ropa gay y sadomasoquista del barrio londinense de Soho, dónde le hicieron un estilismo personalizado que marcó la estética heavy, pues pronto lo empezaron a copiar todos los grupos de heavy del momento y, por supuesto sus seguidores. Mira la foto: igual se les fue la mano con el rollo sado, perooo... menos mal que cambiaron😅
Si eres guapo, no puedes ser heavy.
Perdón. Es una regla no escrita. Hay muy pocos heavys guapos. Cuánto más feo, más heavy serás. Grandes especímenes te lo demuestran: "El drogas", Rosendo, Angus Young... Y si no eres feo, al menos, envejece mal, como Axl Rose o tantos otros. Sin embargo (lo siento, pero es así), las chicas heavys suelen ser MUY guapas. Por qué? Ni idea. Son pivones. Con honrosas excepciones, por supuesto.
Por cierto, higiene, la justa.
Bebe, fuma, folla.
Es imprescindible que te guste la cerveza. Cuánta más mejor. El alcohol también está permitido, pero la reina es la cerveza. ¿Tienes sed? Cerveza ¿Tienes hambre? Cerveza ¿Estás contento? Cerveza ¿Estás jodido? Cerveza ¿No sabes qué hacer? Cerveza ¿Vas a follar? Cerveza ¿No has follado? Cerveza. ¿Has acabado de follar? Siempre cerveza.
Asímismo, no serás un buen heavy si no fumas, tabaco y porros, preferiblemente marihuana. Y, por supuesto, folla todo lo que puedas y con lo que puedas. La combinación de las tres cosas a la vez es lo que te hará un heavy supremo.
Escucha música heavy.
Parece una obviedad ¿no? Pero, así como otras tribus urbanas son más tolerantes con los miembros que son más eclécticos o versátiles, los heavys no te van a perdonar que escuches otra cosa que no sea rock o heavy. Es más, se esperará de ti que desprecies la música de otros estilos, especialmente el pop ñoño como el de Justin Bieber, David Bisbal o Pablo Alborán. Si escuchas reggeaton, te exorcizarán. Tú mismo.
Dentro del heavy hay distintos estilos o tendencias (trash, death, black, power...). Pero todas ellas tienen en común la estridencia, el pum pum pum de los graves y una guitarra eléctrica que suele ser protagonista y que parece cantar por sí sola. Ejemplo por antonomasia de esto es ACDC y su inigualable Angus Young, una leyenda viva por la que muchos lloraremos cuando muera. Aunque no te guste este tipo de música, no puedes dejar de escudhar (y si puedes, ver en directo) a este genio de la guitarra eléctrica. Por otra parte, las letras son muy importantes en la música heavy. Deben incluir, obligatoriamente, las siguientes palabras: devil, fuck you, bitch, killer, beast, demon, blood, veins, burn y cries.
Por último, tienes que ir a todos los conciertos que puedas, la música en vivo es prioritaria. Preferiblemente en salas pequeñas, donde el contacto con el grupo es más íntimo, pero, en todo caso, siempre en pista, aunque no veas una mierda. Eso tampoco es muy importante, porque te tienes que pasar el concierto moviendo el pelazo y con la vista puesta en tus zapatos o los ojos cerrados. Lo importante es sentir la música, corear los estribillos con voz gutural y aplicar el paso anterior: beber, fumar y follar.
No bailes. Nunca. Bajo ninguna circunstancia.
El heavy no baila. El heavy sólo agita la cabeza al ritmo de la música, adelante y atrás, que es una de las cosas para las que también sirve el pelo largo. En los conciertos o antros heavys, tienes que mover la cabeza y levantar la mano haciendo los cuernos, lo que se conoce como la mano cornuta o mano del diablo. Este gesto lo puso de moda el vocalista de Black Sabbath, Ronni James Dio, quién decía que era un gesto que se hacía en el pueblo italiano de su abuela para ahuyentar a los malos espíritus.
Sé anti-todo, da miedo y cae mal.
Tienes que ser antisistema, antimilitar, apolítico y ateo. Cagarte en los muertos de los que mandan, a pequeña y a gran escala, y protestar. Por sistema. Además, tienes que dar miedo cuando la gente te ve por la calle, sobre todo a determinadas horas o por determinados sitios. Si no tienen esos prejuicios (falsos, por supuesto) sobre ti, es que estás haciendo algo mal :) Por cierto, cabe decir que el nivel de violencia entre los heavys es bajísimo, a pesar de lo que su estética pueda sugerir.
¡Larga vida al heavy metal!
Déjate el pelo largo.
No conozco ningún heavy que se precie que lleve el pelo corto. Salvo que ya tengas una edad y serios problemas de alopecia. También puedes disimular poniéndote sombreros o pañuelos. Pero, si no es el caso, tienes que llevar el pelo largo, por debajo de las tetas en todo caso. Preferiblemente raya en medio y sin florituras ni mariconadas. Si eres chica, puedes hacerte alguna mecha o tintarte todo el pelo, de cobrizo
o azul. El pelo largo puede incluir una barba larga y espesa, siempre y cuando tenga biodiversidad propia. No sirve la barbita de cuatro días del tipo duro, ni la cuidada y redondita del hipster.Tiene que ser una barba a lo ZZTop.
Víste de negro y con vaqueros.
Ser heavy no te arruinará. Tu fondo de armario será más bien delgado. Dos pantalones vaqueros (te cambias unos por otros cuando los que estás usando se queden de pie en la habitación), negros o azul oscuro, y ajustados. Imprescindible un buen repertorio de camisetas negras, de manga corta y larga, con logopotipos o imágenes de bandas de heavy metal.
También necesitas un chaleco vaquero sin mangas, con tachuelas y un parche grande en la espalda de algún grupo de música, y una chupa de cuero negro, lo que se conoce como "la cruzada". Con eso, unas botas militares o camperas y unas bambas, tienes todo lo que necesitas. Ni se te ocurra llevar jerseys o americanas. Por supuesto, en tu armario no habrá corbatas ni trajes. Sudaderas, sólo si es estrictamente imprescindible, porque en invierno también se va con manga corta, que pa eso son bien machos. Como mucho, camiseta de manguita larga. Por contra, no se te ocurra ponerte pantalones cortos, ni siquiera en verano. Siempre con tus jeans bien apretaditos.
Ese vestuario es unisex. Pero, si eres chica, para los fines de semana, conciertos y salir en general, puedes añadir otras prendas a tu repertorio, con la única regla de que tienes que ser sexy: faldas cortas ajustadas, vaqueras o de cuero, pantalones de piel o de cuero, vestidos segunda piel, ropa con rajas, agujeros... medias rotas, tops ajustados, corsés o jerseys de malla directamente sobre el sujetador.
Hazte un tatuaje de Satanás.
Para ser un buen heavy, tienes que complementar tu look con todo lo que se te ocurra del mundo del oscurantismo, el masoquismo y el fetichismo sexual: cadenas, pinchos metálicos, tachuelas, cuero, cráneos, cruces, calaveras, demonios, infiernos... Y eso puede ir en muñequeras, chapas, joyas, adornos varios, parches o en tatuajes. Cuánto más satánico, oscuro y fetichista sea todo, mejor. La regla es cuero negro y color plata, porque también puedes meter bisuteria, anillos, pendientes... pero de plata; ni se te ocurra meter dorado, eso lo dejamos para la choni.
Lo que a lo mejor no sabes es que esa tendencia la creó el cantante de Judas Priest. En sus inicios, la banda usaba una estética ochentera, con hombreras y colores metálicos. Rob Halford pensó, ¡afortunadamente!, que ese vestuario no transmitía la dureza de su música. Así que fue a Sr S, una tienda de ropa gay y sadomasoquista del barrio londinense de Soho, dónde le hicieron un estilismo personalizado que marcó la estética heavy, pues pronto lo empezaron a copiar todos los grupos de heavy del momento y, por supuesto sus seguidores. Mira la foto: igual se les fue la mano con el rollo sado, perooo... menos mal que cambiaron😅
Judas Priest, antes... |
... y después. |
Si eres guapo, no puedes ser heavy.
Perdón. Es una regla no escrita. Hay muy pocos heavys guapos. Cuánto más feo, más heavy serás. Grandes especímenes te lo demuestran: "El drogas", Rosendo, Angus Young... Y si no eres feo, al menos, envejece mal, como Axl Rose o tantos otros. Sin embargo (lo siento, pero es así), las chicas heavys suelen ser MUY guapas. Por qué? Ni idea. Son pivones. Con honrosas excepciones, por supuesto.
Alice Cooper |
Rosendo |
"El Drogas", vocalista de Barricada. Su mote lo dice todo, ¿no? |
Axl Rose, vocalista de Guns'n'Roses - mama mia, con lo empotrable que estaba de jovencito... nene, drogas malas, caca, caca... |
Blackie Lawless, vocalista de WASP |
Por cierto, higiene, la justa.
Bebe, fuma, folla.
Es imprescindible que te guste la cerveza. Cuánta más mejor. El alcohol también está permitido, pero la reina es la cerveza. ¿Tienes sed? Cerveza ¿Tienes hambre? Cerveza ¿Estás contento? Cerveza ¿Estás jodido? Cerveza ¿No sabes qué hacer? Cerveza ¿Vas a follar? Cerveza ¿No has follado? Cerveza. ¿Has acabado de follar? Siempre cerveza.
Asímismo, no serás un buen heavy si no fumas, tabaco y porros, preferiblemente marihuana. Y, por supuesto, folla todo lo que puedas y con lo que puedas. La combinación de las tres cosas a la vez es lo que te hará un heavy supremo.
Escucha música heavy.
Parece una obviedad ¿no? Pero, así como otras tribus urbanas son más tolerantes con los miembros que son más eclécticos o versátiles, los heavys no te van a perdonar que escuches otra cosa que no sea rock o heavy. Es más, se esperará de ti que desprecies la música de otros estilos, especialmente el pop ñoño como el de Justin Bieber, David Bisbal o Pablo Alborán. Si escuchas reggeaton, te exorcizarán. Tú mismo.
Dentro del heavy hay distintos estilos o tendencias (trash, death, black, power...). Pero todas ellas tienen en común la estridencia, el pum pum pum de los graves y una guitarra eléctrica que suele ser protagonista y que parece cantar por sí sola. Ejemplo por antonomasia de esto es ACDC y su inigualable Angus Young, una leyenda viva por la que muchos lloraremos cuando muera. Aunque no te guste este tipo de música, no puedes dejar de escudhar (y si puedes, ver en directo) a este genio de la guitarra eléctrica. Por otra parte, las letras son muy importantes en la música heavy. Deben incluir, obligatoriamente, las siguientes palabras: devil, fuck you, bitch, killer, beast, demon, blood, veins, burn y cries.
Angus Young |
Por último, tienes que ir a todos los conciertos que puedas, la música en vivo es prioritaria. Preferiblemente en salas pequeñas, donde el contacto con el grupo es más íntimo, pero, en todo caso, siempre en pista, aunque no veas una mierda. Eso tampoco es muy importante, porque te tienes que pasar el concierto moviendo el pelazo y con la vista puesta en tus zapatos o los ojos cerrados. Lo importante es sentir la música, corear los estribillos con voz gutural y aplicar el paso anterior: beber, fumar y follar.
No bailes. Nunca. Bajo ninguna circunstancia.
El heavy no baila. El heavy sólo agita la cabeza al ritmo de la música, adelante y atrás, que es una de las cosas para las que también sirve el pelo largo. En los conciertos o antros heavys, tienes que mover la cabeza y levantar la mano haciendo los cuernos, lo que se conoce como la mano cornuta o mano del diablo. Este gesto lo puso de moda el vocalista de Black Sabbath, Ronni James Dio, quién decía que era un gesto que se hacía en el pueblo italiano de su abuela para ahuyentar a los malos espíritus.
Sé anti-todo, da miedo y cae mal.
Tienes que ser antisistema, antimilitar, apolítico y ateo. Cagarte en los muertos de los que mandan, a pequeña y a gran escala, y protestar. Por sistema. Además, tienes que dar miedo cuando la gente te ve por la calle, sobre todo a determinadas horas o por determinados sitios. Si no tienen esos prejuicios (falsos, por supuesto) sobre ti, es que estás haciendo algo mal :) Por cierto, cabe decir que el nivel de violencia entre los heavys es bajísimo, a pesar de lo que su estética pueda sugerir.
¡Larga vida al heavy metal!
jueves, 15 de marzo de 2018
Las nubes huelen a pescao
Se acerca la primavera. Me viene a la cabeza el sol, el polen, un prado
verde, margaritas, los colores pasteles, una Coca-Cola en la terraza, las
hormonas de mis hijos y el anuncio de compresas que decía ¿a qué
huelen las nubes?
En qué momento a esos publicistas (hombres, por supuesto), se les ocurre hacer anuncios dónde las niñas, peripúberes, delgadas y preciosas (de todos es sabido que las mayores de treinta, gordas y feas no tenemos la regla), se visten con minifalditas, minishorts o pantalones ajustados y te dicen, con sonrisa Profident, que se pueden poner boca abajo en unas anillas olímpicas (lo que viene siendo nuestra rutina diaria, vamos), o que no se pierden un día de playa porque tienen el supertampón o la supercompresa que, por absorber, les absorbe hasta el cerebro. ¡Y tener la regla es happy! ¡Y las nubes huelen! ¡¡Y los unicornios trotan junto a mí!! Aunque en esto último puedo estar de acuerdo: con lo que se deben haber fumado para hacer esos anuncios, seguro que ven unicornios...
Para empezar, de cuatro semanas que tiene el mes, estás con molestias diversas tres: la de antes, la de durante y la de después. La semana previa a que te baje la regla, las tetas se te ponen como dos Zeppelines, que coges a un niño en brazos y se piensa que está en el parque de bolas. Y no sólo eso, sino que duelen que te cagas. Se te ponen los pezones como discos de cortar diamante, que el roce de las sábanas o del pijama te hace hablar en arameo. Otro signo equívoco de que te va a venir la regla son los granos. Te salen granos por toda la cara, lo que te da un aspecto de lo más atractivo, sobre todo si coincide con que no te has depilado el bigote. Después están los dolores de ovarios y lumbares, que piensas ¿a ver si es que tengo unos pequeños hijoputas ahí abajo y me están succionando el óvulo desde dentro? Eso por no mencionar el aumento de flujo, la retención de líquidos, los calambres en las piernas, el dolor de cabeza, el malestar general... y la mala hostia. Ay, sí, la mala hostia. La irritabilidad alcanza cuotas máximas, que si fueras el martillo de fuerza ese de las ferias, mandabas la bola al culo de Neil Armstrong... Ahí es cuando muchos lis-tos (y listas) te dicen ay, ya estás en esos días... ¡¡¡¡sí, qué pasa, estoy en esos días!!!!! En esos días en que me cago en tu puta madre cuando veo el anuncio de a qué huelen las nubes.
Y el hambre. La regla da hambre. Mucha hambre. Y, por supuesto, ¿hambre de coliflor? ¿o de kale, berros, quinoa y no sé qué otras mierdas que estoy descubriendo que existen? Noooo, amigo mío publicista fumeta, no. Tienes hambre de chocolate Nestlé, de Ferrero Rocher, de un sandwich de Nocilla, de fresas con fondue de chocolate, ¡¡de helado de chocolate!! Chocolate en cualquiera de sus formas. Y si no tienes chocolate, dulce. Y si no tienes dulce, matas. Así que, perdona, pero es imposible tener el tipo de tus niñas del columpio.
Después llega. Siempre llega. Y lo suele hacer a lo grande, venga, como si no hubiera un mañana... Al menos los dos primeros días, sale sangre ahí como si la fueras a donar para una guerra. Amigo amante de los unicornios, créeme: no hay nada idílico ni bucólico en que te salga sangre del coño. Huele. Y huele mal. Ya te puedes poner compresas odor-noséqué. Como si te pones bolitas de alcanfor. Apesta. Se te manchan las bragas y puede que hasta los pantalones. Sales de la puñetera ducha y, después de haberte frotado veinte minutos para eliminar cualquier resto, te secas con la toalla y ¡pam! ahí está otra vez. A veces hasta pasas el apuro de manchar la silla en la que estabas sentada, cosa que me ha pasado más de una vez.
Al hilo de esto, recuerdo que, estando yo en primero de Bachillerato, en uno de los descansos entre clases, una compañera se acercó a mí y discretamente me dijo: creo que te ha venido la regla, tienes la falda manchada. Por supuesto, como no podía ser de otra forma, cuando me lo dijo yo tenía los codos y la barriga apoyados en una mesa, con el culo en pompa. Si no me morí ese día de vergüenza, es que ya puedo afrontar cualquier cosa. Ya me veis saliendo de la clase hacia el lavabo, con una amiga delante y otra detrás, en plan trenecito de La Conga. El pasillo, flanqueado a izquierda y derecha por una hilera de chicos y chicas (aunque, obviamente, yo sólo veía chicos) de cursos más altos, que empezaron a cachondearse de nosotras. Una vez en el lavabo, vi que el desastre no tenía arreglo: la falda era de esas ochenteras, horrenda, de vuelo hasta la rodilla, a rayas naranjas, rosas y amarillo pálido, algo así. Y la mancha, la pedazo de mancha, estaba junto al borde inferior. No se nos ocurrió otra cosa que darle vueltas a la cinturilla hasta convertir la falda en una superminiminifalda, que si llego a llevar Tampax seguro que se me sale el cordelito por abajo, y después anudarme a la cintura un jersey que me prestaron. Cuando salí hacia la clase, otra vez por el pasillo de los horrores, todos los chicos empezaron a silbar, a decirme cosas y a partirse el culo a mi costa. En fin, otra de esas experiencias mías… Otra vez, ya de adulta, en el trabajo, se me mancharon unos pantalones blancos (¡cómo no!) justo en la convergencia triangular, ya me entendéis... Unas compañeras tuvieron que salir a comprarme unos pantalones y unas bragas. Y bueno, pijamas y sábanas manchadas para qué os cuento...
Y da igual que uses compresas maxi, con alas o tampones que parezcan un corcho de Codorniu... que no, que eso no hay quién lo pare... Que por cierto, el invento de las alas, se supone que es para no manchar las bragas, pero no funciona. No hay cosa menos práctica. Cuando despegas la compresa del envoltorio, se pegan las alas entre sí, o al cuerpo central de la compresa, y a ver quién es la guapa que las despega. ¿Y los tampones? Hay a quién le van muy bien; yo no puedo con ellos. Los uso in extremis, en verano y cuando es imprescindible. No sé por qué, se me abren dentro cuál linda mariposa y luego para sacarlos, no veas qué daño. Y asegúrate de que el hilito queda fuera. Y acuérdate de quitarte uno antes de ponerte otro, que eso también me ha pasado de jovencita. Y sobre todo, ¡qué higiénico! No te manchas las manos ni nada, y así no te tienes que ver en la situación de estar en un baño público, con el lavamanos fuera, las manos manchadas de sangre, en cuclillas, el abrigo colgando de un brazo, las bragas en los tobillos y aguantando la correa del bolso con la boca. No, no.
La semana que tienes la regla, sigues teniendo un hambre espantosa de dulce. La buena noticia es que se te han deshinchado las tetas. La mala, que ese aire ha bajado a tu barriga y pareces la nieta de la vieja de la Fabada Asturiana, más hinchada que el currículum de Tamara. Los riñones y los ovarios siguen doliendo. Para algunas, esos dolores son insoportables el primer y segundo día de regla, y pueden venir acompañados de vómitos, hasta el punto de tener que tomar medicación o incluso quedarse en la cama. Y luego, el estado de ánimo. Tal vez disminuya un poco la irritabilidad (he dicho tal vez), pero entonces empiezas a llorar por las esquinas, sin saber por qué. De repente te emociona ver una gota en el cristal, cómo bebe agua un pajarillo o que tu hijo resuelva una ecuación de segundo grado a la primera. Y cuando te preguntan qué te pasa, dices que nada, y empiezas a reírte de forma nerviosa, mientras sigues teniendo el rostro lleno de lágrimas. Qué, ¿cómo van los unicornios, colega?
Y después de cinco días en ese estado, en los que, por supuesto, tienes que seguir trabajando o estudiando, haciéndote cargo de la casa, los niños, yendo al gimnasio, quedando con los amigos, estando guapísima de la muerte, de buen humor y teniendo ganas de follar... cuando crees que ya ha pasado todo… pues no. La semana de después, aunque hay a quién le siguen doliendo un poco los ovarios u otros síntomas físicos, quedan sobre todo secuelas anímicas. Te sigues sintiendo triste sin saber por qué, o en una montaña rusa emocional, que se define con claridad, seguro, cuando te subes a la báscula y descubres que has engordado de uno a dos kilos. Entonces ya no tienes duda de la emoción que sientes y porqué.
Luego viene una semana de tranquilidad hasta volver a la carga. Todo esto con honrosas excepciones, porque hay chicas que, afortunadamente, no se enteran. Además, hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, la regla no se comporta con la precisión de un reloj británico, sino más bien como una hijaputa psicópata, a la que no le importa adelantarse o retrasarse para acompañarte en una boda o evento importante, un puente o vacaciones, sobre todo si es en la playa, o cuando tienes hora para ir a un balneario o depilarte. Por otra parte, tengo más que comprobado que las mujeres nos podemos sincronizar y tener la menstruación al mismo tiempo. Me ha pasado varias veces con compañeras de trabajo, lo cual contribuye a crear un ambiente laboral de lo más distendido y amigable: varias tías en esos días…
Así que, ¿a qué huelen las nubes, cabrón? Las nubes huelen a pescao. Y del de ayer.
En qué momento a esos publicistas (hombres, por supuesto), se les ocurre hacer anuncios dónde las niñas, peripúberes, delgadas y preciosas (de todos es sabido que las mayores de treinta, gordas y feas no tenemos la regla), se visten con minifalditas, minishorts o pantalones ajustados y te dicen, con sonrisa Profident, que se pueden poner boca abajo en unas anillas olímpicas (lo que viene siendo nuestra rutina diaria, vamos), o que no se pierden un día de playa porque tienen el supertampón o la supercompresa que, por absorber, les absorbe hasta el cerebro. ¡Y tener la regla es happy! ¡Y las nubes huelen! ¡¡Y los unicornios trotan junto a mí!! Aunque en esto último puedo estar de acuerdo: con lo que se deben haber fumado para hacer esos anuncios, seguro que ven unicornios...
Para empezar, de cuatro semanas que tiene el mes, estás con molestias diversas tres: la de antes, la de durante y la de después. La semana previa a que te baje la regla, las tetas se te ponen como dos Zeppelines, que coges a un niño en brazos y se piensa que está en el parque de bolas. Y no sólo eso, sino que duelen que te cagas. Se te ponen los pezones como discos de cortar diamante, que el roce de las sábanas o del pijama te hace hablar en arameo. Otro signo equívoco de que te va a venir la regla son los granos. Te salen granos por toda la cara, lo que te da un aspecto de lo más atractivo, sobre todo si coincide con que no te has depilado el bigote. Después están los dolores de ovarios y lumbares, que piensas ¿a ver si es que tengo unos pequeños hijoputas ahí abajo y me están succionando el óvulo desde dentro? Eso por no mencionar el aumento de flujo, la retención de líquidos, los calambres en las piernas, el dolor de cabeza, el malestar general... y la mala hostia. Ay, sí, la mala hostia. La irritabilidad alcanza cuotas máximas, que si fueras el martillo de fuerza ese de las ferias, mandabas la bola al culo de Neil Armstrong... Ahí es cuando muchos lis-tos (y listas) te dicen ay, ya estás en esos días... ¡¡¡¡sí, qué pasa, estoy en esos días!!!!! En esos días en que me cago en tu puta madre cuando veo el anuncio de a qué huelen las nubes.
Y el hambre. La regla da hambre. Mucha hambre. Y, por supuesto, ¿hambre de coliflor? ¿o de kale, berros, quinoa y no sé qué otras mierdas que estoy descubriendo que existen? Noooo, amigo mío publicista fumeta, no. Tienes hambre de chocolate Nestlé, de Ferrero Rocher, de un sandwich de Nocilla, de fresas con fondue de chocolate, ¡¡de helado de chocolate!! Chocolate en cualquiera de sus formas. Y si no tienes chocolate, dulce. Y si no tienes dulce, matas. Así que, perdona, pero es imposible tener el tipo de tus niñas del columpio.
Después llega. Siempre llega. Y lo suele hacer a lo grande, venga, como si no hubiera un mañana... Al menos los dos primeros días, sale sangre ahí como si la fueras a donar para una guerra. Amigo amante de los unicornios, créeme: no hay nada idílico ni bucólico en que te salga sangre del coño. Huele. Y huele mal. Ya te puedes poner compresas odor-noséqué. Como si te pones bolitas de alcanfor. Apesta. Se te manchan las bragas y puede que hasta los pantalones. Sales de la puñetera ducha y, después de haberte frotado veinte minutos para eliminar cualquier resto, te secas con la toalla y ¡pam! ahí está otra vez. A veces hasta pasas el apuro de manchar la silla en la que estabas sentada, cosa que me ha pasado más de una vez.
Al hilo de esto, recuerdo que, estando yo en primero de Bachillerato, en uno de los descansos entre clases, una compañera se acercó a mí y discretamente me dijo: creo que te ha venido la regla, tienes la falda manchada. Por supuesto, como no podía ser de otra forma, cuando me lo dijo yo tenía los codos y la barriga apoyados en una mesa, con el culo en pompa. Si no me morí ese día de vergüenza, es que ya puedo afrontar cualquier cosa. Ya me veis saliendo de la clase hacia el lavabo, con una amiga delante y otra detrás, en plan trenecito de La Conga. El pasillo, flanqueado a izquierda y derecha por una hilera de chicos y chicas (aunque, obviamente, yo sólo veía chicos) de cursos más altos, que empezaron a cachondearse de nosotras. Una vez en el lavabo, vi que el desastre no tenía arreglo: la falda era de esas ochenteras, horrenda, de vuelo hasta la rodilla, a rayas naranjas, rosas y amarillo pálido, algo así. Y la mancha, la pedazo de mancha, estaba junto al borde inferior. No se nos ocurrió otra cosa que darle vueltas a la cinturilla hasta convertir la falda en una superminiminifalda, que si llego a llevar Tampax seguro que se me sale el cordelito por abajo, y después anudarme a la cintura un jersey que me prestaron. Cuando salí hacia la clase, otra vez por el pasillo de los horrores, todos los chicos empezaron a silbar, a decirme cosas y a partirse el culo a mi costa. En fin, otra de esas experiencias mías… Otra vez, ya de adulta, en el trabajo, se me mancharon unos pantalones blancos (¡cómo no!) justo en la convergencia triangular, ya me entendéis... Unas compañeras tuvieron que salir a comprarme unos pantalones y unas bragas. Y bueno, pijamas y sábanas manchadas para qué os cuento...
Y da igual que uses compresas maxi, con alas o tampones que parezcan un corcho de Codorniu... que no, que eso no hay quién lo pare... Que por cierto, el invento de las alas, se supone que es para no manchar las bragas, pero no funciona. No hay cosa menos práctica. Cuando despegas la compresa del envoltorio, se pegan las alas entre sí, o al cuerpo central de la compresa, y a ver quién es la guapa que las despega. ¿Y los tampones? Hay a quién le van muy bien; yo no puedo con ellos. Los uso in extremis, en verano y cuando es imprescindible. No sé por qué, se me abren dentro cuál linda mariposa y luego para sacarlos, no veas qué daño. Y asegúrate de que el hilito queda fuera. Y acuérdate de quitarte uno antes de ponerte otro, que eso también me ha pasado de jovencita. Y sobre todo, ¡qué higiénico! No te manchas las manos ni nada, y así no te tienes que ver en la situación de estar en un baño público, con el lavamanos fuera, las manos manchadas de sangre, en cuclillas, el abrigo colgando de un brazo, las bragas en los tobillos y aguantando la correa del bolso con la boca. No, no.
La semana que tienes la regla, sigues teniendo un hambre espantosa de dulce. La buena noticia es que se te han deshinchado las tetas. La mala, que ese aire ha bajado a tu barriga y pareces la nieta de la vieja de la Fabada Asturiana, más hinchada que el currículum de Tamara. Los riñones y los ovarios siguen doliendo. Para algunas, esos dolores son insoportables el primer y segundo día de regla, y pueden venir acompañados de vómitos, hasta el punto de tener que tomar medicación o incluso quedarse en la cama. Y luego, el estado de ánimo. Tal vez disminuya un poco la irritabilidad (he dicho tal vez), pero entonces empiezas a llorar por las esquinas, sin saber por qué. De repente te emociona ver una gota en el cristal, cómo bebe agua un pajarillo o que tu hijo resuelva una ecuación de segundo grado a la primera. Y cuando te preguntan qué te pasa, dices que nada, y empiezas a reírte de forma nerviosa, mientras sigues teniendo el rostro lleno de lágrimas. Qué, ¿cómo van los unicornios, colega?
Y después de cinco días en ese estado, en los que, por supuesto, tienes que seguir trabajando o estudiando, haciéndote cargo de la casa, los niños, yendo al gimnasio, quedando con los amigos, estando guapísima de la muerte, de buen humor y teniendo ganas de follar... cuando crees que ya ha pasado todo… pues no. La semana de después, aunque hay a quién le siguen doliendo un poco los ovarios u otros síntomas físicos, quedan sobre todo secuelas anímicas. Te sigues sintiendo triste sin saber por qué, o en una montaña rusa emocional, que se define con claridad, seguro, cuando te subes a la báscula y descubres que has engordado de uno a dos kilos. Entonces ya no tienes duda de la emoción que sientes y porqué.
Luego viene una semana de tranquilidad hasta volver a la carga. Todo esto con honrosas excepciones, porque hay chicas que, afortunadamente, no se enteran. Además, hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, la regla no se comporta con la precisión de un reloj británico, sino más bien como una hijaputa psicópata, a la que no le importa adelantarse o retrasarse para acompañarte en una boda o evento importante, un puente o vacaciones, sobre todo si es en la playa, o cuando tienes hora para ir a un balneario o depilarte. Por otra parte, tengo más que comprobado que las mujeres nos podemos sincronizar y tener la menstruación al mismo tiempo. Me ha pasado varias veces con compañeras de trabajo, lo cual contribuye a crear un ambiente laboral de lo más distendido y amigable: varias tías en esos días…
Así que, ¿a qué huelen las nubes, cabrón? Las nubes huelen a pescao. Y del de ayer.
viernes, 9 de marzo de 2018
Cada uno empieza las mañanas cómo le da la gana
Me levanto, como cada día, a las 6 de la mañana. Es mi pequeña contribución a la expiación de mis posibles pecados; los que cometí en el pasado, los que cometeré, y los que cometerán los hijos de los hijos de los hijos de mis hijos.
Estoy haciendo dieta. Bueno, más que dieta, es una no-dieta, es decir, aprender a comer sano con el método Weigth Watchers, o "la dieta de los puntos", a la que un día le voy a dedicar un post. Hace 3 años que la empecé, con sus altos y sus bajos, llegué a perder 10 kgs. y me estanqué, todo el rato kilo arriba, kilo abajo. Después, me he dejado y he recuperado casi todo lo perdido. Desde enero que trato de hacerlo lo mejor posible. Y hoy toca día de peso (semanal) y de medidas (mensual).
Aún no puedo despegar los párpados, así que saco la báscula de debajo de la estantería del lavabo con los ojos cerrados. Da igual que no vea, sé dónde está. Además, la hijaputa yo creo que sale a mi encuentro... veeen, veeeeennn... como los marcianitos de Toy Story cuando ven el gancho, la cabrona viene hacia mí con los brazos abiertos... la goooordaaaa, la goooordaaaa... está deseando sacar sus relucientes y parpadeantes números, cuántos más y más altos, mejor. ¿Irá a comisión? ¿Habrá un mercado de valores de gramos?
Me quito el pijama, las bragas, los calcetines y hasta la horquilla que se me quedó en el pelo de anoche. Todo suma. No me quito la piel porque no puedo. Me lavo la cara para poder ver con claridad. Me espero una bajada de kilo, o algo parecido, ya que estoy muy orgullosa de lo bien que me he portado esta semana. Me subo a la báscula, que es de esas de bioimpedancia. Que sólo por el nombre ya se sabe que es una grandísima hija de puta. Te da el peso y el porcentaje de grasa, agua y masa muscular de tu cuerpo. Me han contado que hay algunas que te hablan, y te dicen si has engordado o adelgazado. No creo que se atrevieran a entrar en mi baño...
Después de varias semanas en las que he perdido muy poco, me he mantenido, e incluso engordado algunos gramos, el peso dice que he perdido 500 gr. Me cabreo un montón y eso no puede ser bueno de buena mañana y sin haberte comido un bocadillo de panceta. Vuelvo a subir, más que nada para darle la oportunidad de rectificar antes de morir, y me da un peso según el cuál, he engordado 300 gr. Esta no sabe con quién está tratando. La cojo, le muevo las pilas, la vuelvo a poner en el suelo. Me peso y me da un tercer valor distinto. Empiezo a pesarme en diferentes zonas del baño, y cada vez me da un peso diferente, algunos se repiten. WTF?!
Así que, en pelota picá, cojo la báscula y me peso en el pasillo, en el comedor, en la cocina... me ha faltado salir a la terraza... ¡¡que es para verme!! ¡Ni los buscadores de oro! Cuando va bajando el peso, me desplazo un poco en esa dirección y me vuelvo a pesar. Que sube, me voy en dirección contraria, que parece que estoy siguiendo una brújula... Mi marido me mira con cara de estás peor de lo que pensaba. ¡¡Y no quiero ni pensar en la cara de mis hijos si llegan a salir en ese momento!! Me dicen mis compis de fatiga en esta no-dieta que a ellas también les pasa, que según la baldosa en la que ponen la báscula, varía el peso, por eso se pesan siempre en la misma. Olé tú. El gremio de los basculeros fomentando el trastorno obsesivo compulsivo. Y digo yo, ¿los que tienen parquet cómo lo hacen?
Total, que me he quedado con el peso que más veces se ha repetido, según el cual he perdido 700 gr. Fiabilidad alemana. Precisión japonesa.
Luego vienen las medidas. Parecería que el metro es más fiable. Pues no. Porque, a ver, para medir exactamente en el mismo sitio, es muy complicado. En la cintura no hay mucho problema, meto el metro entre las lorzas, justo a la altura del ombligo, parece que mi cuerpo ya tiene el hueco preparado. Pero para medir las caderas... ay. ¿Más arriba o más abajo en el culo? Exactamente, ¿por qué hoyo de la celulitis iba? Y si son las tetas, ya no te cuento. Supongo que para las jóvenes será más fácil, pero cuando tienes las tetas rendidas a la ley de la gravedad... ¿por dónde mides? ¿por los pezones? ¿por los reales o por dónde deberían estar? ¿o los que te gustaría tener? ¿debajo del sobaco? y además, de un mes al otro... ¿puse el metro por encima o por debajo de estas pecas? ¿apreté tanto o lo puse más flojo?
En fin. Que cojo los valores que más me interesan y me los llevo al atasco de la autopista para ir al trabajo. Cada uno empieza las mañanas como le da la gana.
jueves, 1 de marzo de 2018
La tíabuena
Todos tenemos una tiabuena en nuestro círculo social.
No me refiero a esa guapa con la cara de plástico, el cuerpo de escándalo y la autoestima en la estratosfera. Hablo de esa que es tan guapa que ni siquiera lo sabe. Esa con la que da vergüenza ir por la calle porque es el blanco de todas las miradas: lascivas, curiosas, pervertidas, sucias, cariñosas y de envidia, mientras ella te va parloteando sin enterarse siquiera que la miran.
Te hablo de esa que tiene el pelo de anuncio, aunque se lo lave con el champú de litro del Mercadona. Esa que se lo recoge con un boli Bic y se le escapan los mechones más sexys del mundo. Esa que mordisquea absorta el tapón del boli mientras trabaja, y tú la miras y dices te empotraba ahí mismo, contra el ordenador.
Me refiero a esa que tiene las proporciones tan perfectas, que parece que la ha dibujado Miguel Ángel. La que desayuna un buen bocadillo o su croassant de chocolate, nada de mariconadas light. La que no engorda ni aunque se hinche de panceta, tiene la piel de seda, y nunca le salen espinillas, ni granos blancos, ni manchas rojas. La que no hace ejercicio, ni falta que le hace, porque está más prieta que los tornillos de un submarino. La del ombligo perfecto y la talla 38, que le quedan igual de bien los jeans de Armani que la bata de guatiné. La que va a la playa y no se le pega ni un gramo de arena. Que sale del agua con los pezones al viento, el triángulo bamboleante y el peinado mojado sexycasual (no tropezando y con los pelos pegados a la cara como salimos tú y yo).
Te hablo de la hijaputa que, además de ser rabiosamente guapa, es buena gente. Esa que se acuerda de tu cumpleaños, la detallista, la que siempre te hace un favor, pero de corazón, la buena compañera de trabajo. Esa que tiene la sonrisa perfecta, siempre presente, para ti y para todo el mundo. La que es amable con la gente mayor y con los animales, la que te cede el asiento en el autobús y colabora con ONGs.
Esa que, además, es lista, inteligente y competente y lo demuestra sin dejarte en evidencia. La que sabe de casi todo, que lo mismo te habla de política, que de medicina, te hace una receta de cocina o te cambia una bombilla, te enseña a hacer scrap o te da nociones de cómo entrenar a un perro. Sin soberbia. Con naturalidad. Esa que, cuando se pone a bailar en la pista, detiene el mundo.
Me refiero a esa que despierta pasiones entre hombres y mujeres por igual, sean de deseo, de admiración, de ternura o de envidia. Esa que no pasa desapercibida. Esa que da tanta rabia. Esa a la que, como mujer, cada día de tu vida quieres matar. Esa a la que, en realidad, quieres odiar pero no puedes.
Me refiero a esa que, cuando me canse de ser gordibuena, seré yo... jajajajajaja.
No me refiero a esa guapa con la cara de plástico, el cuerpo de escándalo y la autoestima en la estratosfera. Hablo de esa que es tan guapa que ni siquiera lo sabe. Esa con la que da vergüenza ir por la calle porque es el blanco de todas las miradas: lascivas, curiosas, pervertidas, sucias, cariñosas y de envidia, mientras ella te va parloteando sin enterarse siquiera que la miran.
Te hablo de esa que tiene el pelo de anuncio, aunque se lo lave con el champú de litro del Mercadona. Esa que se lo recoge con un boli Bic y se le escapan los mechones más sexys del mundo. Esa que mordisquea absorta el tapón del boli mientras trabaja, y tú la miras y dices te empotraba ahí mismo, contra el ordenador.
Me refiero a esa que tiene las proporciones tan perfectas, que parece que la ha dibujado Miguel Ángel. La que desayuna un buen bocadillo o su croassant de chocolate, nada de mariconadas light. La que no engorda ni aunque se hinche de panceta, tiene la piel de seda, y nunca le salen espinillas, ni granos blancos, ni manchas rojas. La que no hace ejercicio, ni falta que le hace, porque está más prieta que los tornillos de un submarino. La del ombligo perfecto y la talla 38, que le quedan igual de bien los jeans de Armani que la bata de guatiné. La que va a la playa y no se le pega ni un gramo de arena. Que sale del agua con los pezones al viento, el triángulo bamboleante y el peinado mojado sexycasual (no tropezando y con los pelos pegados a la cara como salimos tú y yo).
Te hablo de la hijaputa que, además de ser rabiosamente guapa, es buena gente. Esa que se acuerda de tu cumpleaños, la detallista, la que siempre te hace un favor, pero de corazón, la buena compañera de trabajo. Esa que tiene la sonrisa perfecta, siempre presente, para ti y para todo el mundo. La que es amable con la gente mayor y con los animales, la que te cede el asiento en el autobús y colabora con ONGs.
Esa que, además, es lista, inteligente y competente y lo demuestra sin dejarte en evidencia. La que sabe de casi todo, que lo mismo te habla de política, que de medicina, te hace una receta de cocina o te cambia una bombilla, te enseña a hacer scrap o te da nociones de cómo entrenar a un perro. Sin soberbia. Con naturalidad. Esa que, cuando se pone a bailar en la pista, detiene el mundo.
Me refiero a esa que despierta pasiones entre hombres y mujeres por igual, sean de deseo, de admiración, de ternura o de envidia. Esa que no pasa desapercibida. Esa que da tanta rabia. Esa a la que, como mujer, cada día de tu vida quieres matar. Esa a la que, en realidad, quieres odiar pero no puedes.
Me refiero a esa que, cuando me canse de ser gordibuena, seré yo... jajajajajaja.
jueves, 1 de febrero de 2018
El deporte y yo
Hay personas a las que se les da mal el deporte, otras a
las que se les da fatal y luego estoy yo. Desde pequeña ya supe que el deporte
y yo no estamos hechos el uno para el otro. Siempre he sido muy torpe y patosa.
Supongo que el hecho de que mi madre, con tan sólo seis meses de vida, ya me
diera garbanzos, sardinas y potajes y me convirtiera en una bola con rizos,
jugaba algún papel en que me resultara muy dificil mover mi cuerpo. De hecho,
el otro día encontré mis notas de la EGB y en algunas evaluaciones suspendí
gimnasia, cosa que yo, obviamente, había borrado del currículum impoluto que
consta en mi memoria.
Los primeros recuerdos que tengo en relación al deporte son
precisamente en el cole. Yo era una niña extremadamente flexible (ahora sigo
siéndolo pero los médicos lo han puesto en la lista de diagnósticos: hiperlaxitud
ligamentosa). Por aquel entonces, me encantaba hacer la rueda, el puente hacia adelante y hacia
atrás, el espagat… Me acuerdo de ese ejercicio en el que te sientas con las
piernas estiradas y juntas y tienes que estirar los brazos hacia adelante todo lo que puedas: yo me cogía los talones. O, si se hacía de pie, apoyaba las
plantas de las manos en el suelo. Ahí acaba mi éxito en el mundo del deporte.
Cuando tocaba correr, ¡madre del amor hermoso! Siempre era
de las últimas y llegaba mi lengua antes que yo a la meta. Recuerdo una vez, en
octavo, que se hizo una carrera con motivo de una festividad, no sé si Sant
Jordi o final de curso. El circuito era por fuera del cole, que está en
montaña, con lo cuál discurría primero cuesta arriba y luego cuesta abajo, acabando
otra vez en el cole y había premio para los ganadores, masculino y femenino.
Bien, pues yo no sé qué me pasó aquel día, igual mi madre me había puesto
algo en el Cola Cao, pero estaba yo hecha un hacha…
pim pam, pim pam, cuesta arriba, venga, cómo si no hubiese un mañana... Me puse en la primera posición de las chicas,
junto a una compañera. Me dice oye, ¿nos vamos acompañando? Cuando no podamos más,
la una tira de la otra, así es más fácil y podremos. Si habeis leido
mi post sobre la cena de exalumnos, sabeis que mi paso por el cole no fue
fácil, así que aquello me pareció el paraíso: ¡¡alguien me pedía ayuda y me tenia
en cuenta como una igual!! Así que contesté entusiasmada: ¡claro!. En varias ocasiones, mientras íbamos cuesta arriba, ella
desfalleció y yo aflojaba el ritmo para esperarla y la animaba, ¡¡venga que tú
puedes!! Una vez me pasó a mí y ella hizo lo mismo. El resto de la clase
quedaba lejos, y yo, on fire total. Cuando ya íbamos de vuelta, mi compañera no
podía más, se paraba a cada momento, roja como la manzana de Blancanieves y con
la lengua de Mike Jagger. Yo la esperaba, aflojaba y la animaba, ¡¡venga, que ya queda
poco!!! Y efectivamente, quedaba poco: en los últimos 100 m, todo de bajada,
la hijaputa metió un esprint y ganó la carrera, dejándome atrás con una cara en
la que estaba escrito con luces de neón "¿Se puede ser más gilipollas?" (obviamente me refería a mí, no a ella.
Ejercicios en el plington |
Luego estaban los ejercicios del potro, el plington y la
madre que los parió. Vamos a ver, profesores de educación física del mundo, ¡¡eso
son instrumentos de maltrato infantil!! Que si no saltabas lo suficiente o no
pisabas bien el trampolín, te pegabas una hostia contra el potro que te dejabas
allí los dientes clavaos, que al final el potro parecía una máquina de
escribir, con todas sus teclas. El plington. Con sus pisos de cajones
desmontables, ¿no me lo podían dejar a ras de suelo? Que más de una vez tiré la
pirámide esa a tomar por culo. Y yo detrás, claro. Que no contentos con que te
subieras ahí, tenías que pegar un pedazo de salto que te permitiera apoyar la
cabeza y dar la voltereta. Pero vamos a veeeer, alma de cántaro, en el
hipotético caso de que llegue a esas alturas dignas del Everest y no se me
acabe el oxígeno; en el hipotético caso de que logre subir el culo más alto que la
cabeza, a la misma vez que flexiono ésta hacia mis tetas; en el hipotético caso
de que logre flexionar tambien los brazos y no se me escape una mano y me trague la tabla superior con su funda de cuero y todo... ¿¿¿aún pretendes que haga una voltereta
recta, sin salirme de una tabla de 30 cm??? ¡¡¡Ni que me estuviera entrenando para el Circo
del Sol!!! Porque esa es otra, ¿qué utilidad tiene eso para la vida adulta? ¿Aprender
a saltar la barrera del metro?, ¿los charcos cuando llevo botines nuevos?, ¿hacer
un vídeo de esos de encuentro romántico en la playa, en plan, voy-saltando-como-una-gacela-entre-las-margaritas? Porque yo parecía cualquier cosa menos una gacela.
Claro que era peor cuando sustituían los aparatos por alumnos. Creo que el
seguro de accidentes del cole subió la prima varias veces.
Pero si había un ejercicio que detestaba por encima de todos
era, ya en el instituto, cuando nos hacían trepar por una cuerda hasta tocar el
techo. Habia cuerdas lisas, para los más ágiles y competentes, y otras con
nudos, para los torpes, para que fueras apoyando los pies como si fuesen
escalones. Jamás pasé del primer nudo. Hacía el ridículo día tras día mientras notabas los ojos de todos tus compañeros a tus espaldas, o mejor dicho, sobre tu pedazo de culo. Y justo antes de ti, había subido el chico que te gustaba (el líder de la clase, claro, no te iba a gustar el feo, tú ahí, jugando con las posibilidades...), con una naturalidad y una gracia, que sólo le faltaba parar a peinarse en mitad de la cuerda y que le destellaran los dientes al sonreír.
En los deportes de grupo, la cosa no iba mucho mejor. Para empezar: en serio, ¿hay algo más humillante que cuando el profesor elige a los más popus de la clase, los pone frente a frente y les dice... venga, que vamos a jugar a loquesea... elegid equipo... y van ellos y empiezan a decir nombres... Miguel... Isa... Fernando... Martín... Aure... Mayte... Salvi... De Gea... y te quedas la última, en plan anuncio de "Ell mai no ho faria"... que dices, oye, no pasa nada, que si queréis ya os limpio las gotas de sudor y ya está...? Y luego, total, normalmente era para jugar al mata-mata o al pañuelo o algo así, que dices a ver, ni que fuera para ganar una medalla olímpica...
Al final de la época de instituto, un verano, me dio por salir a hacer footing con las amigas, bien tempranito por la mañana. Nos levantábamos a las 7 de la mañana o así (¡en vacaciones!), corríamos por el pueblo y acabábamos pasando por la playa, dónde me daba un baño antes de subir a casa. La verdad es que era muy agradable. Pero, afortunadamente, se me pasó :-)
Acabado el instituto y la obligatoriedad del ejercicio, estuve bastantes años sin hacer nada, hasta que me apunté al gimnasio, movida por los remordimientos de conciencia. ¡Ay, el maravilloso mundo de los gimnasios! La mayoría de veces he estado apuntada, pagando sin ir. Luego, he tenido todo tipo de experiencias en esa sala de instrumentos sadomasoquistas que suele estar llena de bíceps y testosterona. No sé para qué ponen tantas pesas en las máquinas, si no puede ser sano pasar de levantar los 200 gramos... ¿Y la cinta? A ver, ¿qué encanto tiene correr sin moverte del sitio?, mirando la puta pantalla de la bici, que sólo estás pendiente de que las putas lucecitas rojas se enciendan y se acabe el programa de una vez... y mirando como una loca obsesa las calorías que vas quemando, venga, 71, va, que ya llevo el cuerno del croassant...
Y otra cosa, voy a proponer a los de las pasarelas de moda que las instalen en los gimnasios. Porque ojo los modelitos, sobre todo de las chicas... que dices, a ver, mona, ¿tú vienes a hacer deporte o a ligar? Que vaya pregunta más imbécil acabo de hacer. Todo el mundo liga en el gimnasio. Todo el mundo menos yo, obviamente. Que se ponen las tías unas mallas estampadas, de la marca SegundaPiel, que se les notan hasta las pecas del chirri, y que acaban en curva-sensual-que-te-cagas, justo debajo del ombligo, y les marcan el culito perfecto y sin celulitis, estilo push up. En la parte de arriba, un top o diminuta camiseta, que realza sus pechitos (o pechotes), perfectamente colocados. En el pelo, coleta perfecta pero estilo casual, que parece que se la han hecho así, de improviso, con un lápiz del 2, pero que les queda perfecta a las hijaputas. Y están ahí, venga, pim pam, dale que te pego a todas las máquinas, flexiones, abdominales, la cinta, la pelota de pilates... el personal training soba que te soba: por aquí, así no, así, por allí... y el maquillaje intacto. Ni una gota de sudor.
Y luego estás tú: pantalón de chándal ancho, de hombre, que tienen las tallas más grandes. Camiseta XXXXXL de manga corta, lisa y sin ningún encanto, preferiblemente de color oscuro, aunque cuando empiezas a sudar se te pega igualmente a las lorzas y pareces el muñeco de Michelín. Se te escapan todos los rizos de la coleta y se te pegan a la cara, que tienes chorreando, tanto los rizos como la cara. Una cara roja como un tomate, a punto de estallar, que más de una vez me han querido enviar al médico del gimnasio, no fuera que me estuviera dando un infarto. No, gracias, soy así de amorfa. Sudor a litros: sudor en la ropa, sudor en la toalla, sudor en el manillar de la bici, sudor en el suelo. Respiración tipo Darth Vader. Glamuroso a tope, vaya.
Pero, por épocas, he conseguido tener alguna constancia y hasta hacer algo medio en serio. De hecho, descubrí el Spinning y, sobre todo, el Body Combat, una mezcla de aerobic y artes marciales, que me encantaban. Lo hacía muy a menudo y, eh, ¡lo hacía bien!. Y cuando creí que el deporte y yo nos habíamos enamorado, lo tuve que dejar porque apareció el bicho. Eso, y no poder bailar, es, sin duda, lo que peor llevo de esta enfermedad. Al inicio, estás desorientada y no sabes si debes forzarte a hacer ejercicio o no. Lo intentas, pero realmente tu cuerpo te dice que tururú. Me dijo el médico haz cosas suaves como caminar, tai-chi, pilates, yoga... Y me decidí a probar el Tai-Chi.
Elegí una asociación de mi pueblo, dónde hacían clases de Tai-Chi Taoísta, que en esto también hay diferentes escuelas. El primer día, llego y me dicen tú intenta copiar lo que veas. ¡Madre! Ni en mis peores clases de aerobic. ¿Sabes esa imagen típica en la que todo el mundo va para un lado y tú para el otro? ¿Que suben la pierna y tú la bajas, etcétera? Pues eso, pero encima a baja revolución, que me daba tiempo a equivocarme cuatro veces en cada gesto. Otro día, me dan una lista de los movimientos de la tabla, entre los cuáles están:
- Coger la cola del pájaro a la izquierda
- Coger la cola del pájaro
- Látigo simple
- Tocar el pei pa
- Cortar con el puño
- Avanzar un paso, desviar, esquivar y dar un puñetazo
- Llevar el tigre a la montaña
- Látigo simple oblicuo
- Dar un paso atrás y rechazar el mono a la izquierda
- Dar un paso atrás y rechazar el mono a la derecha
- Vuelo oblícuo
- Hundir la aguja al fondo del mar
- El abanico penetra por la espalda
- Avanzar un paso para coger la cola del pájaro
- Dar una patada con el pie derecho
- Golpear el tigre a la izquierda
- Golpear el tigre a la derecha
- Golpear las orejas con los puños
- Látigo simple horizontal
- Mover las manos como nubes
- La bella dama trabaja la lanzadera
- Avanzar un paso para coger la cola del pájaro
- Cruzar las manos para penetrar
- Elevarse hacia las siete estrellas
- Retroceder para montar al tigre
- Tensar el arco y disparar al tigre
¡¡¡Pero vamos a veeeerrrr!!! Pero esta gente, ¿qué se ha fumao? O sea que vuelas en oblicuo, mueves las manos como nubes y te elevas hacia las siete estrellas... Siete porros antes de la clase, ¿no? ¿Y qué os ha hecho el pobre pájaroooo? Vaya tirria que le habéis cogido, tú, que lo queréis atrapar cómo sea. ¡Y qué violencia! Patadas, puñetazos, látigos... y ya no pregunto qué es el pai pei... ¿el abanico penetra por la espalda? ¿La dama trabaja "la lanzadera"? ¿Y qué tal la zoofobia? Rechazo al mono, atrapo al pájaro, mato al tigre... ¡¡¡pues menos mal que es Tai-Chi y no WWE!!!
Yo hacía lo que podía. Me moría de aburrimiento entre cada movimiento... Eh, y no creáis, que tiene su técnica... La monitora: no, así no, tienes que girar el codo medio milímetro más hacia adentro... los dedos más juntos... tienes que girar sobre este pie mientras el otro está en el aire, en un ángulo de 90 grados... ¡eh, pero no te caigas!
A mitad de la clase se hacía un descanso en el que se tomaba agua o té y galletas de canela. La media de edad estaba sobre los 70 años, así que, allí me sentaba yo en un sofá, observando y mordisqueando la galleta del Mercadona, mientras las yayas hablaban de sus artritis, artrosis, sus nietos, la última bufanda que habían tejido o el baile del domingo en el casal d'avis. Y me decía ¿pero qué hago yo aquí? Duré un año. Echaba terriblemente de menos el Body Combat. Además, era la época en que empezó a ponerse de moda el Zumba, así que hablé con la monitora y le dije que me iba, que quería probarlo y que dejaba el Tai-Chi. Se me quedó mirando y me dijo: "no es tu momento para el Tai-Chi". Pues no, hija no, no era mi momento, y dudo mucho de que algún día lo sea. Por supuesto, no pude con el Zumba, tal cómo os conté aquí. Si es que ya lo decía yo, que el deporte está sobrevalorado...