Audiencia Provincial de Barcelona |
Yo lo tenía claro. Aún así... Nunca antes había declarado en la Audiencia. Estarán los tres magistrados, los dos abogados, los dos procuradores, el fiscal, la Secretaria, los padres, el público... ¡y mi jefa! que muy amablemente se ofreció a acompañarme para darme apoyo moral... que está superbién, se lo agradezco de corazón, peroooo... por otra parte, pensé... primero, si me tienes que acompañar para darme apoyo, es que es chungo. Segundo, estarás ahí, a mi espalda, escuchando todo lo que digo... OMG!! Lo peor siempre es la incertidumbre de con qué te van a salir los abogados, porque los hay tan buenos como cabrones... jajajaja...
Así que, nada, yo el día de antes preparándome el informe a conciencia, que si porqué elegí pasar este test y no otro, que si la definición y criterios de esquizofrenia, que si en qué momento se me ocurrió poner esta frase aquí... bufff... Luego está el tema de la ropa, que parece una tontería, pero no lo es. Está de sobras demostrado, incluso con experimentos (pseudo)científicos que la ropa que usamos influye de manera directa en la percepción que tienen los demás de nosotros y la interpretación que hacen de nuestros actos (mira por ejemplo aquí). En un juicio en la Audiencia, dónde todo es un teatro orquestado, no puede uno ir de cualquier manera. No hace falta ir de boda, pero tampoco en bambas y sudadera. Así que ya me tenéis, cavilando... ¿qué me pongo? Y es que, últimamente, al problema habitual que tenemos la mayoría de las mujeres de tener el armario lleno y no saber qué ponernos, se añade que estoy haciendo dieta y tengo infinidad de prendas por encima y por debajo de la talla que necesito. Murphy. Bueno, me pondré los tejanos, con la americana verde y unos botines negros que le dan el toque formal... ¡Ostras! ¡Mis botines están en el zapatero! Pues nada, ya me ves yendo a una zapatería a comprarme otros. Sí, expresamente a comprarme unos botines para ir al juicio. En mi defensa, he de decir que me hacían falta unos igualmente. Y que estamos en Rebajas.
Bien. Llega la noche y me tomo un somnífero, para tener un sueño reparador y estar bien descansada al día siguiente. Y tan reparador. ¡Como que suena la alarma del móvil y sigo reparando las arrugas de la almohada! Me duermo. Y ya empiezo mal el día. Por suerte, tengo un poco de margen. Me visto pitando, me maquillo, cojo mis cosas y me voy. Camino como Robocop, ya que los botines nuevos todavía son rígidos en el empeine. Llego a la parada justo cuando llega el bus y, al subir, me tropiezo con un escalón. Aún no controlo la altura de los nuevos tacones... buf, mal seguimos... Me paso el viaje releyendo mis notas del caso, aunque me lo sé de memoria. Más que mariposas, noto alfileres en el estómago.
Llego a Barcelona y, al bajar, se me engancha el tacón (es de esos de goma con surcos, un arma de destrucción masiva) en el mismo puto escalón, pero esta vez no puedo controlarlo y me caigo de rodillas a cámara lenta, como si me estuviera postrando ante el Dios de los que hacemos el ridículo... Señora, ¿está bien?, me dicen mientras me levantan por los codos... ¡¿¿Señora??! ¡Tu padre! ¿Qué pasa? Cada uno se baja como quiere... (evidentemente, esto sólo lo digo en mi cabeza).
Arma de destrucción masiva |
Menos mal que los quince minutos que tengo de camino hasta la Audiencia, con el frío glaciar que hace, me ayudan a bajar el sofoco de las mejillas. Llego antes que mi jefa (eso está bien) y después vamos a hacer un café. Bueno, yo, mi Cola Cao. Me ayuda a preparar qué preguntas serán las más probables y me tranquiliza. Para mi sorpresa, no estoy demasiado nerviosa.
Vamos a la Audiencia, me presento y me toman los datos. A esperar. Me dicen que la vista consiste únicamente en mi declaración, que no se va a hacer nada más. ¡Ah! Qué bien. Qué poca responsabilidad sobre mis hombros... (ironía modo on). También me dicen que los padres no están citados. Aún así, el padre (el esquizofrénico cabreado conmigo) ha venido y va asistir como público. Lo tendré a mi espalda. De hecho, es, junto con mi jefa, el único público. Vaaaale. La situación va mejorando.
Además, haciendo honor a mis dotes como gran observadora, mientras esperamos, me dice mi jefa:
- Ese de ahí ¿quién es? ¿es el padre?
- No... No han venido, ni el padre, ni la madre.
- ¿Y quién es?
- Pues no sé...
- ¿¿Seguro que no es el padre??
Os he de explicar que había, a un lado nuestro, un hombre y una mujer con toga, y al otro, un señor con toga y un hombre vestido de calle, al que hacía referencia mi jefa.
- Ay, pues no sé... es que no me acuerdo de su cara... no, no... seguro que no es...
- Yolanda, pero no hay nadie más... está con el abogado...
Hasta que lo oigo hablar, y hacer los tics que hacía durante la entrevista...
- ¡Ostras! ¡Que sí que es! Uy, es que está muy cambiado... A la entrevista vino sin gafas...
Mi jefa se parte. Llevo más de media hora a dos metros del esquizocabreao y no me he dado ni cuenta. Ya decía yo que me miraba mucho... Como siempre os digo, estas cosas sólo me pasan a mí.
Después de lo que a mí me parece un siglo, nos hacen pasar. Siéntese aquí, por favor. Menos mal que me puedo sentar, así por lo menos no me caeré desmayada. Y el Presidente me dice aquello de las pelis, de:
- ¿Jura o promete decir la verdad?
- Prometo.
- Le recuerdo que está obligada a decir la verdad.
¿Pues no te he dicho ya que sí? Vamos, pa' mentir estoy yo, si tengo el culo más pequeño que el IPod de David el Gnomo... Y empiezan las preguntas. Y voy contestando lo mejor que sé, lo mejor que puedo. Oye, pues no estoy muy nerviosa. Bien.
A la segunda o tercera pregunta, veo que el abogado de la madre empieza a hacer aspavientos... ¿y a este qué le pasa? Y en seguida lo descubro: hay una mosca del tamaño de un Boeing 747, negro cucaracha, que no tenía hoy otra cosa mejor que hacer que venir a escucharnos. Llego a la conclusión que, o bien es una mosca con una grabadora, teledirigida por el padre, o bien es una cotilla sorda. Porque la tía se acerca a cada persona que habla. Y eso me incluye a mí. Se pasea a dos centímetros de mis ojos, mi nariz... la aparto como puedo... hasta que en una de las ocasiones noto que se me posa en el pelo. Bzzzz, bzzzz... la muy cabrona se ha metido entre mis rizos (marcados con espuma) y no puede salir. Y se mueve frenética... Bzzzz, bzzzz... Bzzzz, bzzzz... Estoy entre ponerme a saltar y gritar como una histérica o hacerme la sueca... ¡Qué ascoooooooo!
Sin perder la digna compostura, y continuando con mi digna exposición (anda, guapines, probad a seguir argumentando algo mientras pensáis que tenéis un bicho asqueroso en el cuerpo), me llevo muy dignamente la mano al pelo, y la toco, dignamente envuelta en mis rizos, con digno autocontrol de mi cara de asco. La sujeto entre mis dedos índice y pulgar y la saco, también muy dignamente, como si fuera una de esas bolas de pinchos que se te ha enredado después de revolcarte por el campo mientras juegas con tus hijos. La dejo vivir y se va, muy digna también. Y ya no vuelve. Supongo que la he acojonao.
Recompongo mi mente disociada y sigo atenta a las preguntas. Es el turno del abogado del padre. El pobre, menudo papelón tiene que hacer, si es que no hay por dónde cogerlo... Así que hace lo único que puede hacer: el ridículo. Que pienso, igual es también devoto de mi Dios del autobús... Me empieza preguntando por el párrafo en el que describo cómo se presenta el señor a lo largo de las entrevistas, en el cuál dije que tenía tics, pensamientos delirantes, alteración del pensamiento, etc. Y el señor letrado me dice:
- Dice usted aquí en la página tal, que el Sr. X presenta bla, bla, bla... (y me lo lee) vamos, ¡más o menos como Jordi Pujol!
Y se pone a imitarlo en medio de la sala como lo haría el personaje de Polonia. Os lo juro. No daba crédito. Miro al Presidente pensando ahora le mete la bulla, y veo que el tío se tapa la boca con la mano con disimulo, controlándose para no ponerse a reír... Alucino. Total, que siguen unas cuántas preguntas con el mismo despropósito, el hombre debía pensar que algo tenía que hacer para ganarse el sueldo, y más con el padre delante.
Y cuando me quiero dar cuenta, todo ha terminado. En escasos 20 minutos. Y salgo contenta. Y mi jefa me felicita. Y dentro quedan los abogados, el fiscal y los magistrados debatiendo sobre el futuro de una criatura de tres años, con un padre, amoroso pero enfermo, observando cómo se le va la vida.
Y me voy a trabajar, contenta y satisfecha, con una sonrisa de oreja a oreja, pensando que lo que creía que iba a ser otro día de mierda, no lo ha sido. Y que todo lo que nos imaginamos antes de que suceda algo que nos importa, nos preocupa, nos inquieta, nos ilusiona... es inútil; es anticipar algo que no sabes cómo va a ocurrir, es ansiedad en vano. Y mucho más en mi caso, que, como veis, aunque en esta ocasión salió bien, todo lo que me pasa tiene mi MarcaYolanda.