UA-59025041-1

jueves, 18 de febrero de 2016

Churro, mediamanga, mangotero

El otro día fue "el día de la tortilla", una costumbre que desconozco si es sólo española, y que, al menos en Cataluña, se ha perdido mucho con el paso del tiempo. Recuerdo que, de pequeña, era una celebración innegociable: el jueves lardero se salía con el cole de excursión al campo, a pasar el día jugando (no a visitar museos ni a aprender ningún concepto académico, sólo por el placer de jugar) y todo el mundo llevaba de casa tortilla de patatas (o francesa, los menos), bien en tupper, bien en bocadillo. Recuerdo esos días de forma entrañable.

Y ese recuerdo se encadenó con muchos otros de los momentos y juegos de mi infancia, la mayoría tan en desuso por la abrumadora presencia de las pantallas en la vida de los niños de hoy en día. A algunos se sigue jugando, porque son inmortales: el escondite, el pilla-pilla, el mata-mata, policías y ladrones... Pero me acordaba de muchos otros que mis hijos ni siquiera conocen, juegos a los que jugaba en el patio del colegio o en mi calle; porque entonces se podía jugar en medio de la calle sin problema y sin peligro, hasta las tantas, o, mejor dicho, hasta que tu madre se asomaba al balcón y te pegaba el grito de: Yoliiiiii, a merendaaaarrrr!!!  y tú le decías: ¡tírame el bocataaaa!  Y, depende del día y de las hormonas de tu madre, te lo tiraba por el balcón (habitualmente pan con chocolate o bocadillo de chorizo), o tenías que subir a buscarlo cagando leches. Después, seguías jugando hasta la voz de: Yoliiiii, venga p'arribaaaaa!!!  a la que, innegociablemente, tú contestabas: un ratito mááááássss... y tu madre zanjaba la cuestión con: ¿¿quieres que te llame tu padre??

En la calle, casi siempre jugaba a las gomas: unos metros de elástico, generalmente blanco (aunque a veces era negro), que se anudaba para dejarlo cerrado y, dos o más chicas, en función del número de participantes, se lo colocaban alrededor de los tobillos con las piernas abiertas, formando un rectángulo, cuadrado, pentágono... otra chica era la que saltaba por encima, lo pisaba, se enredaba un pie, etc. depende del juego; había muchas variantes. Y siempre acompañado de una canción:

Don Melitón tenía tres gatos
Juego de las gomas
y les hacía bailar en los platos
y por las noches les daba turrón,
¡qué vivan los gatos de Don Melitón!

o

En la calle-lle veinticuatro-tro
ha habido-do un asesinato-to
una vieja-ja mató un gato-to
con la punta-ta del zapato-to
¡pobre vieja, pobre gato
pobre punta del zapato!



El nivel de dificultad iba subiendo, se empezaba por los tobillos y si la que saltaba lo superaba, se iba subiendo la goma progresivamente hasta llegar a la cintura. Y cuando la que saltaba fallaba, sustituía a una de las que paraba, que pasaba a saltar. También se podía jugar por equipos. Era, sin dudar, mi juego preferido.

Otro de los juegos habituales para jugar en la calle era el bote, que es una variante del escondite. Para jugar era necesario que hubiera bastantes niños. Consistía en poner una lata o una botella de plástico en medio de la calzada, dentro de un círculo dibujado con tiza. Un niño la paraba, se ponía de espaldas al bote, y otro le daba una patada, intentando enviarlo cuánto más lejos, mejor. Mientras que el que paraba iba a buscar al bote para devolverlo al círculo de tiza, los demás se escondían. El que paraba, tenía que buscarlos y, cuando veía a uno, correr hacia el bote, tocarlo y gritar bien fuerte "Bote" y el nombre del niño a quién había visto. Si tocaba el bote primero, aquel al que había visto quedaba eliminado, pero si ese niño, o cualquier otro, llegaba antes al bote y lo chutaba, todos los eliminados podían ir a esconderse otra vez y el que paraba tenía que volver a ir a buscar el bote y empezar de nuevo. Era una putada, la verdad... jajajaja...


Juego del Bote

En el patio del colegio, además de jugar a las gomas y al bote, solíamos jugar a las canicas. Había muchas maneras de jugar, pero la más común era chivas, pie bueno (o pies justos se me da), tute y gua. Se hacía un agujero en el suelo (nuestros patios eran de tierra, dura, de esa que te raspaba las rodillas, no de cemento ni de ese material blandiduro que hay hoy día en todos los parques), que era el gua, y se necesitaban por lo menos dos jugadores. Se dibujaba una raya en el suelo y cada jugador lanzaba su canica al suelo desde ahí. Luego empezaba uno, por sorteo (o el líder, claro está), que, golpeando su canica, tenía que darle a la canica del contrario: eso era chiva. Después, tenía que volver a golpearla, pero de manera que, entre ambas canicas, quedara espacio suficiente para poner su pie: eso era pie bueno. Si cabía muy, muy justo, se podía dar por bueno con pies justo se me da, fuente inagotable de conflictos. El siguiente paso era golpear la canica del otro jugador tres veces seguidas: eso era el tute. Por último, tenías que colar tu canica en el gua. Si fallabas en algún paso, el turno pasaba a ser para el otro jugador. El primero que conseguía hacerlo todo y colar su canica en el gua, se ganaba las canicas de los demás participantes.

Juego de las canicas
Así pasaba, que había gente con bolsas de canicas más grandes que las de los yayos cuando salen a buscar caracoles y otros, torpes como yo, que no pasábamos de las cinco o seis canicas... jajajaja... Además, era todo un arte de coleccionista, campeonatos para ver quién tenía la canica más rara o más molona, que por supuesto, no la ponías en juego a menos que estuvieras muy seguro de que ibas a ganar.

Por cierto, que aunque algunas canicas, históricamente, acababan en la nariz de alguien, las usábamos de manera habitual y sin supervisión. Y, lo más increíble, sin que nuestros padres pusieran el grito en el cielo.

Otro de mis juegos favoritos era la rayuela, o, mejor dicho, la rachola, una palabra catallana  (mezcla del catalán "rajola" y el castellano "rayuela") que era la que utilizábamos aquí. Es un juego muy popular que seguramente todos conocéis. Consiste en dibujar una especie de tabla en el suelo, con casillas numeradas, que hay que ir pasando, por turnos, de distintas formas: a la pata coja, saltando con los dos pies a la vez, etc. La dificultad se incrementaba si hacías las casillas más grandes o, por ejemplo, introduciendo una piedra que tenías que ir pasando de casilla a casilla con el pie, generalmente a la pata coja, y sin que se saliese de la casilla que tocaba o se quedase en mitad de una raya.


Juego de la rayuela

La versión más gore de la rachola era la lima. Como he dicho, nuestros patios eran de tierra dura, así que, no sé de dónde lo sacábamos, pero utilizábamos un trozo de hierro acabado en punta (la lima), que clavábamos en la primera casilla para hacer el juego correspondiente en la rachola y, una vez superado, lo clavábamos en la segunda casilla, y así sucesivamente. Nadie se ponía las manos en la cabeza y nadie clavaba el hierro a nadie. Ahora bien, he de reconocer que yo ahora no dejaría que mis hijos pequeños jugaran con eso.

La lima

Y por último, quiero hablaros de uno de los juegos más populares de mi infancia: el churro, mediamanga, mangotero. Hoy en día, seguro que si se jugara a ese juego en los patios del colegio, habría más de una voz que diría que es sexista, que las posiciones son humillantes, que incita a la sexualidad o que causa lesiones de espalda. Varias generaciones jugamos a eso y os aseguro que nadie se sentía sometido, ni humillado, ni le tocaba el culo ni las tetas a nadie... ahora, eso sí, lo de mirar culos y cruzar los dedos para ver si se veía algo debajo de las faldas... eso era inevitable.


El juego consiste en formar dos equipos con el mismo número de niños. Se necesita, además, una persona neutral, una especie de árbitro, que se coloca de pie, con la espalda apoyada en una pared y las manos entrelazadas en forma de cesta delante de su cuerpo. El equipo que para se coloca, todos agachados en forma de tren: el primer niño, con la frente apoyada en las manos del árbitro y los demás niños, formando una cadena detrás de él, cada uno con la cabeza entre las piernas del que tiene delante y agarrado a sus piernas. El equipo que juega, tiene que saltar, de uno en uno, encima de los niños que paran, como si saltaran un potro. El primer saltador tiene que llegar lo más lejos posible, porque si no caben todos los miembros de su equipo o se caen, pierden y se cambia de turno. Por contra, si consiguen saltar y colocarse todos los jugadores, pero el equipo que para no aguanta el peso y se caen, pierde y se vuelve a empezar.

Juego de Churro, Mediamanga, Mangotero

Supongamos que el equipo que salta lo consigue, y el equipo que para no se cae. El primer saltador, o capitán, tiene que poner una posición con los brazos: mano sobre la muñeca (churro), mano sobre el codo (mediamanga) o mano sobre el hombro (mangotero), y preguntar, preferiblemente a voz en grito: ¡churro, mediamanga, mangotero, adivina lo que tengo en el puchero de mi abuelo!  El equipo que para tiene que intentar adivinar cuál es la posición correcta. Si lo hace, se cambia el turno. Si no, el equipo saltador vuelve a saltar. Se supone que el árbitro tiene que velar porque nadie haga trampas, pero todo dependía de las dinámicas sociales, explícitas u ocultas, del grupo, por supuesto.

Os podéis imaginar que era un juego plagado de risas, de caídas, de brazos y piernas amontonados... algún pedo perdido... estrategias, como hacer saltar a los más gorditos al final, cuando el equipo que para ya está al límite, o fijarse en la sombra que proyecta el sol para adivinar la posición del brazo (hasta que te descubrían, claro).

En fin. Y tantos y tantos otros juegos, como las chapas, voltear los cromos, el corro de la patata, el hula-hop, el yo-yo, la peonza, la comba, hacer el pino, la rueda o la vertical-puente, el conejo de la suerte, verdad o acción... cuyo denominador común a todos ellos era la calle, jugar al aire libre.

Todo un placer recordar estos momentos de mi infancia...


3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Cómo se llama el juego de tirar al aire un doble cono, con la ayuda de una cuerda y dos palos?

    ResponderEliminar