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jueves, 30 de abril de 2015

Un día de mierda

En esta entrada, y por petición popular, os rescato algo que escribí el año pasado en Facebook. Hechos verídicos 100% de lo que viene siendo un día de mierda...



 
Buenas noches amig@s. Esto es lo que se llama un SUPER DÍA DE MIERDA. Aviso, sentaos a leer porque es larguito, como dice mi amiga IB, hago monólogos, pero es que estoy calentita, calentita... Además, lo que os cuente lo tenéis que poner en el contexto de mi fatiga crónica y encima con la regla. Vamos allá.

Suena el despertador a las 6 después de no haber pegado ojo en toda la noche. Bueno, hasta ahí nada nuevo. Me paso 15 minutos planchándome el pelo, ya que el alisado que me hicieron me quedó hecho una mierda y ayer me tuve que pasar otras 5h en la pelu repitiendo la operación desrizado. Vale. Voy a coger el bus y viene hasta los ojos de gente, de manera que tengo que ir de pie, con tacones, muerta de calor, y haciendo malabares con la chaqueta, la bufanda, el bolso, la bolsa de la comida... Me paso el trayecto cagándome en tó y sopesando la posibilidad de pedirle a un mocosete si me cede el asiento. Finalmente llego a Barcelona. Me sentaré en un banco, pienso, como voy con tiempo...  ¡Ja! Todo mi puto recorrido en obras y ni un banco dónde sentarse. 1 km. con tacones hasta la oficina. Total, que llego, ya llevo 2h en danza y sólo son las 8 de la mañana. Vale, me digo, calma

Empiezo a trabajar y a media mañana un ejército de retortijones me lleva en volandas al baño, se ve que no tenían nada mejor que hacer. La descripción de la mezcla del resultado de los retortijones con la menstruación, me la voy a ahorrar. Soy piadosa. Vuelvo a mi sitio, amarilla y macilenta, y tengo la sensación de que todo el mundo me mira raro pensando: sí que has tardado, ¡¡tú estabas cagando!!, ¡¡pues sí!! ¡¡¡y mucho!!!! La mañana transcurre entre orquestas estomacales y un frente soviético que han montado el ordenador, la impresora y el teléfono, que me han declarado la guerra y aún se están riendo de mí.  Vaaleee. Bonito día para pasarlo en Barcelona hasta las tantas... Porque por la tarde quiero ir a una conferencia sobre fatiga crónica, bonica soy yo, aunque me esté muriendo...

Sobrevivo a la mañana. Como (al menos, eso bien) y como premio a mi día de mierda decido saltarme la dieta y tomarme un delicioso chocolate caliente en una acogedora cafetería mientras leo Tormenta de Espadas. Juas juas. El camarero, Mr. Antipatía s.XXI, me dice que el chocolate "va a tardar", que yo creo que aún está recolectando el cacao; me digo, bueno, mientras tanto, leo, como tengo tiempo... ¡el Ebook sin batería! Bueeeeeno... pues navego por el móvil... que tiene 50, 40, 30, 20% de batería... que se me ha muerto también.... Vaaaale, relájate. Intenta entender la conversación en inglés que tienen los de atrás mientras te traen el chocolate... ¿¿Chocolate?? Agua sucia de fregar los platos. Que no me lo he tomado. Yo. Chocolate. No me lo he tomado. Yo. Empiezo a estar un "pelín" cabreada, no sé si me seguís...

Total, que como estoy cerca del trabajo, me subo para poner a cargar el móvil, como tengo tiempo... Mientras tanto me peleo con la página web de TMB, muy intuitiva ella, para ver cómo puedo llegar al centro cívico dónde hacen la conferencia. Que peor combinación no puede haber. ¡Coño, que me tengo que ir!  Y el móvil cargado al 10%.

Me bajo en la parada de metro dónde supuestamente tengo que andar sólo un poquito, y dónde, supuestamente, he memorizado cómo llegar... ¿Por dónde era? ¿dónde estoy? no reconozco nada... Mejor enciendo el Google Maps... ¡oh! la batería se acaba, ¡¡cómo no!! Así que le pregunto a 100 o 500 personas dónde está la puta calle Piferrer, y resulta que el centro cívico se lo van llevando con una cuerda... que p'aquí, que p'allá, que  uy, todo lo que has subido, ahora lo tienes que bajar...  ¡¡¡!!!2 o 3 km. caminando, con tacones, sudando... no-no-no-no...¡¡mi pelooo!!  Cuando me rindo y decido que me voy a mi casa, encuentro el precioso centro cívico (media hora tarde) y descubro que en realidad es un spa, porque dentro es una sauna (¡¡¡¡mi peloooooo!!!!), donde tengo que permanecer de pie porque no hay sitio. Ah, una conferencia sobre fatiga crónica donde los asistentes tienen que estar de pie. Todo muy normal... La que habla es una doctora, que luego me entero que es de la unidad de estafadores que corre por ahí, que interrumpe la charla dos veces porque la están llamando al móvil sus hijos... ¡¿¡¿perdón?!?! ¿¿Dónde coño está la cámara oculta?? Adolescentes, dice. Ella habla sobre fibromialgia, que su opinión me da la misma confianza que Eduardo Manostijeras poniéndome una lentilla. Al ponente que iba a hablar sobre fatiga crónica le ha salido una urgencia y no ha podido venir. Oh my God, yo me voy. 

Cojo el metro, L5, sólo funciona un tramo y sí, habéis adivinado, no funciona la parada dónde me tengo que bajar. Me empiezo a reír como una loca y la gente me mira raro, no me extraña. Me bajo en la siguiente para hacer transbordo a la L4. Después de un pasillo maratoniano, llego al andén de la 4 y ¿¿qué?? ¡Muy bien! ¡¡¡Gallifante para vosotros!!! Tampoco funciona un tramo, justo dónde me tengo que bajar... Así que, vuelta para atrás, riéndome ya como sólo lo hacen los desquiciados...
Resulta que todos los miércoles hay una manifestación en contra de la subida del transporte público y no tienen otra forma mejor de protestar que saltar al andén del metro y todas las estaciones del centro quedan anuladas.
 
Salgo a la calle a buscar un autobús, que no sé ni dónde estoy. 1 km. más, con tacones. Llega un autobús, hasta los ojos, por supuesto, y tengo que ir enroscada en el gozne de la puerta hasta mi destino (por suerte el conductor es un encanto y me da charla y buen humor). Finalmente llego a la parada del autobús que me trae a casa (ese en el que paso tan buenos momentos), dos minutos después de que se haya ido, ¡¡¡y 38 minutos antes de que salga el siguiente!!! Tengo que hacer cola de pie, con tacones ¿os acordáis?. Cuando subo, me desmorono en el asiento y pienso que no es posible que sobreviva un minuto más, tengo calambres en todo el cuerpo, pienso  venga, ya está, vamos a casa, cierra los ojos y relájate... y empieza un supermegapijo con voz de barítono a hablar por teléfono con su madre, que nos hemos enterado todos de la superfiesta de cumpleaños que le está preparando a su superhija Chantal, con un superpastel con dos composiciones diferentes, que no sé qué coño serán las composiciones, pero que ha tenido muchísimo cuidado de que sean igual de tamaño que el superpastel de Cuca para que no tengan envidia.... lo-ma-to...

Así que, arrastrándome como una babosa, llego a mi casa, a las 10 y cuarto de la noche, dónde por suerte me esperan mis tres amores que me cuidan, me miman y me arropan, pero... mientras desfallezco en la cama, y J me quita los putos tacones, A me prepara un colacao cercano a la temperatura volcánica, pobret! Candy, la coneja, se ha vuelto a quedar embarazada psicológicamente y se lleva toda la ropa que encuentra por la casa a su escondite; y yo, que necesito vaciar todo esto que me ha pasado hoy, al menos en clave de humor, me pongo a escribirlo en Instagram desde la cama en mi puto móvil conectado al cargador y al Wifi... y cuando ya lo tengo casi todo escrito, después de casi una hora (¿habéis probado a escribir un texto largo en un mini recuadro de 5x2?) va y se pone a actualizarse el Instagram... ¡hala! ¡Jódete! Pantalla en negro y se pierde toooodoooo lo que había escrito....
 
Así que, por mis huevos que me he levantado, he encendido el ordenador, y como me llamo Yolanda que hoy no me acuesto sin escribir esto. Porque no sé qué coño pasa hoy, si son los dioses, el destino, el karma, los astros, o qué, pero si alguien me está enviando un mensaje, que sepa que no me está llegando, que estoy demasiado cansada y que creo que, por hoy, me he ganado la cama...
 
 

domingo, 26 de abril de 2015

El tipo duro

Todos conocemos uno.

El tipo duro es ese que viste tejanos y camiseta, nunca traje ni camisa, y por supuestísimo, sin corbata. Tarda dos segundos en elegir la ropa que se va a poner. Básicamente, la recoge del suelo, dónde está hecha un ovillo, y la huele: si no se desmaya, se la vuelve a poner; si no, cuando se recupera (a la milésima de segundo, porque los tipos duros no se desmayan), abre el armario y coge lo primero de la pila, sin mirar. Su ropa es de colores neutros y lisos, nada de pantalones de colores, ni remangados por los tobillos, ni flores, ni rayas, ni mariposas. Blanco, negro, gris, y, si me apuras, marróncaqui, que se ve menos la mierda.

El tipo duro no se afeita hasta que no es estrictamente necesario. No se deja barba, porque eso es de hipsters o de guarros, y él es duro, pero no guarro. Suele llevar una barba tipo erizo, de esas que te destrozan la cara cuando te da dos besos, porque además su vello es basto, como corresponde a un buen tipo duro. No tarda más de cinco minutos en el baño para prepararse, el tiempo justo de mear y peinarse con los dedos, sin gominas, ni colonias, ni mariconadas de esas. A veces, hasta se lava las manos entre ambos actos.

El tipo duro está fibrado, pero sin llegar a ser un cruasán. Tiene la grasa justa, entre los músculos justos. Preferiblemente, con alguna cicatriz visible y algún tatuaje de tipo duro (nada de hadas, corazones, estrellas, santos, nombre de los niños o la churri, ni letras japonesas). Sus bíceps son del tamaño de una paletilla ibérica, y suele hacer postureo cruzado de brazos para que se le marquen los músculos. Las manos en los bolsillos también es una pose habitual en un tipo duro. Por cierto, que esas poses se hacen con el culo (redondo y perfecto) apoyado en su coche de tipo duro, cualquier modelo deportivomolón (lo siento, no entiendo nada de coches). En su defecto, también sirve una motarrona (y lo siento, tampoco entiendo nada de motos). Pero sin duda, si hay un gesto de tipo duro, es tocarse los huevos, así, con la mano llena, lo cual puede hacer con distintos significados: merascoporquemepica, melacomes o pamachoyo.

El tipo duro no puede trabajar en cualquier cosa. Hay una serie de oficios que se reservan para él: albañil, carpintero, mecánico, poli, actor de peli de acción o porno, modelo (de según qué, claro está) o chorizo-gánster-mafioso, algo chungo. No tiene estudios superiores porque no los necesita, se gana la vida con su cuerpo y su fuerza física. Tiene el dinero que quiere y cuando quiere, y si no, te da dos hostias y lo consigue.

El tipo duro no llora: abre y cierra el lagrimal a su gusto y voluntad. No ve pelis románticas, ni dramas, ni las de Antena 3 del sábado por la tarde. De hecho, no ve pelis. Sus aficiones son tomarse unas cañas en el bar mientras ve el partido con los amigos, montar y desmontar su moto y limpiarse las uñas con un palillo. Tampoco sonríe, ni te gasta bromas. Es parco en palabras, tiene una mirada de hielo que oculta detrás de unas gafas oscuras o de espejo y un cigarrillo colgando de los labios, porque, por supuesto, el tipo duro, fuma.


El tipo duro no te coge por los hombros si eres uno de sus rollos. Descansa su paletilla patanegra sobre tus cervicales, mientras camina con las piernas a lo cowboy y la otra mano en el bolsillo. Si le sigues el ritmo y encajas en su hueco, bien. Si no, tú te lo pierdes. No te dice te quiero, no te abraza y no se pierde en los preliminares. El tipo duro te arrolla con sus besos y cuando quiere, te empotra, preferiblemente en el suelo, en el marco de una puerta o apoyados en el lavamanos y, por descontado, no se queda a dormir ni te abraza después en la posición de la cuchara. No te pregunta qué quieres hacer, ni está dispuesto a escuchar tu parloteo. No entiende que tengas que explicarle tus problemas a las amigas y mucho menos a un psicólogo; de hecho, no entiende que tengas problemas. No te llena de regalos, ni te hace una fiesta sorpresa. No va a comer a casa de tus padres. No te cuenta lo que le pasa, no expresa sus sentimientos y nada le afecta. Como decía Rambo, no hay dolor.

La versión femenina del tipo duro es todo lo que acabo de describir, pero con tetas (pequeñas), pelo corto, chupa de cuero y más mala leche.

Sin embargo, todo tipo duro tiene una grieta. Es cuestión de encontrarla y meter el dedo.

viernes, 17 de abril de 2015

¡Y que viva la Pepa!

El pasado 1 de abril se celebró el día de la diversión en el trabajo, y el 13, el día internacional del beso. Ayer, el día internacional contra la esclavitud infantil y el próximo 23, el día del libro. Estaba yo pensando, que es que a la Humanidad nos ha dado por celebrar todo, y poner un día, una fecha, en la que lo tenemos que hacer todos juntos... Parece que el resto del año no tuvieras que tener en cuenta esas cosas... Pero bueno, como no estoy de ánimo para hacer un post ácido, vamos a dejarlo así.

Es alucinante, no sé si llegáis a saber la cantidad de días que se supone que celebramos...


Están los que tienen que ver con la salud (SIDA, discapacidad, cáncer, el día mundial de la salud...); los ecológicos (derechos de los animales, de las montañas, del agua, sin coches...); los que promueven valores (abolición de la esclavitud, contra la corrupción -este no se celebra en España, lógicamente-, de los Derechos Humanos, la solidaridad, la infancia, la paz...); los conmemorativos; los culturales y científicos (de la radio y la televisión, del inventor, de la ciencia, de la filosofía, del turismo, de las lenguas...); los que tienen que ver con los oficios (del trabajo, del albañil, de los docentes, día del padre, de la madre...); y con los sentimientos (día de los enamorados, del beso, de la alegría, de la diversión en el trabajo, de la amistad, de la familia...); el santoral, y los que tienen que ver con los territorios (países, comunidades, ciudades, pueblos...).

En fin... ¡No acabaría nunca! Pero seguro que no sabías que, internacionalmente, hay un día en que se celebra el día del orgasmo femenino (el 8 de agosto), el del orgullo friki (25 de mayo), el día del orgullo zombie (4 de febrero) y el día del pensamiento scout (22 de febrero).

Y buceando en la red encuentro que en Latinoamérica se celebran días muy curiosos, como el día de Star Wars, el de las palomitas de maíz, del número Pi, de las copias de seguridad, de las galletas de animalitos, de la toalla, del sexo oral (que se celebra el 6 de junio, escrito en formato inglés 6/9), de los amigos con derecho, del perro callejero, del amante clandestino, de lavarse las manos, y el del psicólogo y el borracho, ¡¡que se celebran ambos el mismo día!! No he podido menos que reírme...

Y es que el caso es celebrar... ¡y si no que nos lo digan a nosotros, los españoles! ¡¡¡Yo quiero reivindicar muchos días!!! Para empezar, quiero un día del chocolate, ese es el principal. Un día del queso, de la pizza, del helado, de las chuches y de los macarrones gratinados. De la siesta, de la posesión del mando de la televisión. Del sexo, de los abrazos, de no fregar los platos. De la lectura, de cantar a grito pelado, del buen humor, de mirar las estrellas. Del cierre de Telecinco, del fin de semana permanente, del guiño, de la buena educación, de la erradicación de los zapatos de tacón. De las amigas para siempre, de las cenas mensuales con las amigas, de la habitación de cada uno. Del sueldo digno, del trabajo justo y necesario, del disfrute porque sí, de las cosquillas. El día en que J me masajea los pies de forma indefinida, el de acariciar el pelo. Del regalo con amor, de mirar a los ojos, de no decir mentiras, de la eliminación de todos los políticos del mundo. De la ducha de agua caliente, del olor a Nenuco, de la risa del bebé y del yogur de naranja en vaso de cristal. De la suavidad, de la luz, del respeto, de las escapadas en pareja, de los churros con chocolate y de las flores. El día sin jefe, de la coca cola, de la destrucción del dinero, de las pegadolças rojas y de la aplicación del 99% de IRPF a los futbolistas. El día sin mosquitos, sin avispas y sin bichos en general. El día con hijos y el día sin hijos. El día de Juego de Tronos, el de Big Bang Theory, el de la tortilla de patatas y el del jamón del bueno. El día de la abolición de los exámenes, las tetas bonitas y los culos espectaculares. El de tomar el sol, del baño en la playa, de la cerveza fresquita (ese por todos vosotros) y, por supuesto ¡de Duran Duran!

¿Me ayudas? Aún no llego a los 365 (para no trabajar ni un día)... ¿¿qué día celebrarías tú??

viernes, 10 de abril de 2015

Hoy es su cumpleaños



Hoy es su cumpleaños. Cumple 64 una de las mujeres más importantes de mi vida.

Tiene el pelo corto, oscuro, con pequeñas mechas rubias que parecen rayos de sol. Los ojos, pequeños, brillantes, intensos, vivos. Azules como el mar. Azules como mi azul. Es grande y robusta toda ella, supongo que para que le quepa el corazón. Tiene unas manos fuertes, manos de trabajadora, con los pulgares anchos, curvados hacia afuera. Manos que friegan y cosen mucho. Manos que achuchan, que abrazan, que aprietan. Achuchan y achuchan. Te achuchan.

Sus pies, también anchos y con juanetes, se quejan, aunque ella no. Pies que bailan sin parar, pies que la llevan a mi casa sin llamarla cada vez que estoy enferma, tengo algún problema o simplemente, algo que celebrar. Vestida de rojo, estampados, colores vivos. Coqueta, presumida, siempre con su eyeliner azul. Preocupada por su peso, he perdido la cuenta de las dietas que ha hecho, con ínfimos resultados a pesar de su voluntad de hierro y su cumplimiento escrupuloso. A veces, la vida es un poco cabrona.

La estoy mirando. Limpia su casa, siempre impoluta sin llegar a ser una obsesión. Cuando llegas de visita, da igual lo intempestiva que sea la hora, suelta todo lo que tiene entre las manos para dedicarte su atención. Si se acerca la hora de cenar, el quedarte está obligado. Pinta su casa cuando toca, cada día una habitación, ella sola, como una jabata. La veo cosiendo. Entre telas, tijeras, el metro, alfileres y el papel marrón dónde hace los patrones. Se hace su propia ropa y la de las amigas. Antaño, la de las clientas. Cose mi vestido de novia; me lo prueba una y otra vez, lo arregla, lo ahueca, lo revisa. Me lo regala y me dice lo guapa que estoy, que es como si estuviese hecho para mí, cuando en realidad es ella (sus manos y su corazón) la que ha hecho que esté hecho para mí.

La veo vestida de sevillana, con una gran flor en el pelo y unos pendientes de plástico de colores. Cantando. Bailando. Devota de la Virgen del Rocío y con Andalucía en el alma, aunque lo único que tiene de allí son los viajes, los recuerdos y los sentimientos. Disfrazada. Con su grupo de amigas, a cuál más juerguista y divertida, en ese punto de la vida dónde todo les da igual y priorizan sus propias necesidades. Participando en las cosas del barrio, en la comisión de fiestas, en actos benéficos.

La oigo. Pasional, con temperamento. Una mujer de carácter adelantada a su tiempo; inteligente y feminista que nació en una familia numerosa rural, pobre y de hombres. Radical e intransigente en muchas de sus ideas. Progresista en muchas otras. En otro tiempo y otro lugar, con otras oportunidades, podría haber escrito algún episodio de la historia. En nuestras vidas lo escribe cada día. Es esa persona a la que se le pide consejo, la que siempre está presente. Siempre tiene una palabra de aliento, una caricia, una visión positiva de las cosas. Una receta de cocina. Una oreja disponible. Mi segunda madre.

Está sonriendo. No hay persona en el mundo más optimista y más vital. Con más ganas de disfrutar, de vivir, de divertirse, de salir, de viajar. De hecho, ahora que su marido se ha jubilado, van a disfrutar a tope de su tiempo libre. Su marido... Una historia de amor de las de película, de las de Rita Hayworth y Humpfrey Bogard. Yo, de mayor, quiero ser como ellos. Tienen un montón de planes...

Hoy es su cumpleaños. Y ya no está. Nunca más estará. Y no sé cómo voy a llenar ese vacío, porque nadie me ha enseñado. En mi cabeza se pasea sin censura la duda de si alguna vez le llegué a decir cuánto la quiero. Intento recordarlo y no lo consigo.

A veces, la vida es muy cabrona.

lunes, 6 de abril de 2015

Las dietas empiezan cada lunes

Es lunes de pascua. Las ocho de la tarde. Empieza a invadirme el mal humor. Se acaban las mini vacaciones de Semana Santa y mañana, vuelta a la rutina. Vuelta a madrugar, a salir cuando aún no están puestas las calles, a subirme a mi bus en busca de nuevas aventuras. Vuelta al trabajo, siete horas sin parar como una posesa, para llegar a casa e iniciar una nueva jornada que acaba a las once de la noche. Sí, ya sé. La psicología positiva dice toda esa mierda de que debería fijarme en lo afortunada que soy, que tengo trabajo, una casa dónde ir y volver, una cama en la que dormir. Tengo comida, una familia, blablablá, blablablá. Si ya lo sé. Pero dejadme que hoy esté de mal humor. Es mi derecho.

Para ser justa, os he de contar que gran parte de ese mal humor tiene que ver con una decisión que he tomado (por 356.481 vez), hoy: mañana empiezo la dieta. Y de eso va este post, de las dietas. De mis dietas.

Hay un pequeño porcentaje de la sociedad que no sabe de qué le hablo. No sabe qué es hacer una dieta. Son esas pequeñas arpías, como una compañera de mi antiguo trabajo, M, que desayunan media baguette rellena de morcilla de Burgos y tienen cuerpo de modelo. Nunca se tienen que preocupar de lo que comen, o de cuánto comen, porque disfrutan comiendo y no engordan ni un gramo. ¿Deporte? Perdona, ¿eso qué es?  Genética, dicen. Cagonlá, con la puta genética. Yo debí llegar tarde al reparto.

En ese porcentaje también se incluyen un grupo de personas rellenitas, gorditas, gordas y obesas, orgullosas de su cuerpo y a las que les deleita comer. Estoy gordo, ¿y qué?  No les importa lo más mínimo. No siguen los cánones de belleza, les da igual ponerse una camiseta que les haga parecer la morcilla de Burgos que se come M, y se pasean por la playa sin pudor. Me encantaría ser como ellos.

Por desgracia, yo soy del mayoritario porcentaje de la sociedad que vivimos esclavizados por nuestro peso y nuestra imagen. Unos más y otros menos. Unos con más motivos, y otros con menos. Algunos, con ninguno. No hay cosa que me reviente más que que una chica superdelgada me diga, ay, es que estoy a dieta, tengo que perder unos kilitos... mira, mira...  y se coge unas chichichirrillas de la cintura, que para podérselas pellizcar, se ha tenido que doblar en forma de U, llamar a un ingeniero de minas para que la ayude, y aún así, no miden más de medio centímetro...  ay, tía, ¿a qué sí? ¡Jo!  Que en ese momento piensas ¿le doy una hostia o le regalo unas gafas? ¿Es que no me ha visto, la tía esta o qué?, pero toda cortesía social le contestas ¡qué dices! Si estás genial... ¿de dónde vas a perder, del blanco de los ojos o de las pestañas?  Y resulta que se enfadan... no, tía, en serio... que me sobra un kilo... He de reconocer que antes me molestaba más. Con el tiempo he aprendido que cada uno tiene sus manías y sus percepciones, y si a ella le molesta ese kilo de más, pues perfecto, que lo pierda. Lo respeto. Ahora bien, le deseo felicidad en la vida, porque si vive obsesionada por tener UN KILO de más, es que no sabe lo que es ser feliz.

Ese no es mi caso. A mí no me sobra un kilo. O en todo caso, me sobra un kilo detrás de otro. Porque a mí la genética me dio una mala combinación: tendencia a engordar y disfrute por la comida. Cuando nací, ya era gordita. De pequeña, era una bolita. Mi madre tampoco ayudó a que mi cuerpo sufriera un cambio metabólico. Con 3 y 6 meses ya me daba sardinas y garbanzos. Se lo he echado en cara miles de veces, pero ella tampoco tiene la culpa. Hizo lo mejor que supo. Siempre he sido gordita. Y siempre me ha gustado comer. Y no me gusta precisamente la coliflor, las judías verdes, la lechuga o el brócoli, aunque hace unos años que como de todo eso. Me gustan los macarrones gratinados, la paella, la carne rebozada. Las patatas en todas sus variedades y opciones, si son fritas, mejor. La comida basura. Las cosas con salsas, dónde se pueda mojar pan. Me gusta la panceta, el bacon, el chorizo, la morcilla. El cocido, las lentejas, el queso. La Nocilla, el chocolate, los helados, las chuches, los frutos secos. Todo muy light, como veis.

Los que no lo pasan, no tienen ni idea del sacrificio que nos supone hacer dieta a los que nos gusta comer. Me debato eternamente entre pensamientos y sentimientos ambivalentes que todavía me lo ponen más difícil. Es como esos dibujos animados dónde aparece el ángel y el demonio, uno a cada lado de tu cerebro...

- venga, va, así no puedes seguir... tienes que hacer algo...
- ¡ya lo intenta, guapa!
- ¿seguro? Sabes que no le pone todas las ganas... En tu vida has acabado consiguiendo todo lo que te has propuesto, ¿por qué va a ser esto diferente? ¡puedes hacerlo!
- hala, ya está aquí la mariquita esta con alas, con su curso de coach sacado por Internet... tú ni caso, reina, en realidad, estás estupenda.
- ¿estupenda? sí sí, por eso no encuentra ropa que le vaya, ¿verdad? por eso no se pesa, para no llevarse el disgusto... por eso no se gusta cuando se mira al espejo...
- monina, sí-que-se-gus-ta. Cuándo se mira de perfil (siempre del mismo lado, no sé por qué), piensa, en realidad no estás tan mal... las hay peores que yo. Además, a J le pone mogollón. Él la encuentra preciosa.
- ya... ¿y el colesterol?
- es hereditario y lo sabes. Ya se toma la pastilla, cosa que deberías hacer tú... tómate un par de rulas, a ver si se te quita la cara de amargada que tienes...
- ¿quieres que acabe como su madre? ¿quieres que le dé un infarto a los 50?

Me debato entre el pensamiento  eres una vacaburra, tienes que hacer algo  y  estás estupenda y a quién no le guste, que no mire, no todo el mundo tiene que ser igual.  La sociedad machista y competitiva en la que nos ha tocado vivir, tampoco me ayuda. Ya os lo conté en el post La moda no sabe de matemáticas, hay un complot mundial para hacer a las mujeres infelices. El otro día leía en un tuit:  Contenido de una revista para mujeres: 1) El secreto de la felicidad: acéptate tal como eres; 2) Cómo perder 15 kg. en un mes; 3) Cómo preparar una deliciosa tarta de chocolate.  ¡Y qué razón tienen! Lo que yo digo, un complot. Y eso porque no quiero entrar a hablar de las dietas milagro y la industria de la dietética, que me darían aquí las uvas. Últimamente están de moda las modelos "de tallas grandes", que, en sí, es un paso adelante, si no fuera porque llaman modelos de tallas "grandes" a las que usan una 42.

Total, que cada lunes por la mañana empiezo una dieta. Y cada lunes por la noche, la dejo. Y eso a pesar de un pensamiento que creía tener arraigado: el día que me digan que tengo que hacer dieta por motivos de salud, ese día me pondré en serio.  Pues no. Ese día llegó hace ya un tiempo. Y no lo consigo.

En 2009 los astros se alinearon y hubo unas coordenadas estelares a favor de mi pérdida de peso, a saber:
a) empecé a hacer spinning y me encantó. De 2 a 3 veces por semana.
b) tenía una mutua de salud que me permitía acceder a un buen endocrino, con el que tenía visita cada mes; luego, control externo.
c) ese mismo endocrino me dio una medicación buenísima que me ayudó mucho.
d) tenía una compañera de trabajo y además amiga, G, de las que llaman al ingeniero para cogerse las chichas, que constantemente me hacía de empuje y de refuerzo.

Perdí 20 kilos. Me quedé estupenda estupenda. Y me relajé.  Bah, sólo me quedan 4 kilos para llegar a mi meta, ahora viene el verano, descanso...  Bah, en todo el verano, comiendo lo que he querido, sólo he engordado 3 kilos...  Uy, sólo en Navidades he puesto 3 kilos más. En Enero empiezo otra vez... Buf... es Semana Santa y aún no me he puesto...  Ufff... ¡¡¡ya van 10 kilos recuperados!!! En cuánto pase el verano, me pongo...

Y nunca más me puse. Los astros no me acompañaron. Me quedé sin mutua, G cambió de trabajo, retiraron del mercado la maravillosa medicación y se vino a vivir a mi casa y a mi cuerpo ella: la EM o SFC, gracias a la cuál, el spinning, el Zumba, el running o cualquier ejercicio que requiera un esfuerzo superior a subir y bajar las pestañas, está descartado. Mientras los médicos discutían qué era lo que me pasaba, me atiborraron de cortisona. Me sentía fenomenal, con un subidón que ríete tú de la mejor cocaína: trabajaba, me ocupaba de los niños, dormía 4 horas diarias, planchaba a las 4 de la mañana, hice los fondos de armario y descubrí rincones de mi casa que no sabía que existían. Y siempre tenía ganas de hacer más cosas. El problema es que me hinché como el pez globo de Nemo, me temblaban las manos y el cuerpo por dentro, tenía insomnio, una ansiedad increíble y un apetito voraz: en un mes y medio me engordé 14 kilos, los cuáles también se quedaron a vivir en mi casa y en mi cuerpo.

Y aquí estoy. Intentando hacer otra vez el esfuerzo a partir de mañana. Mi hijo me ha pedido ponerse a dieta, también le sobran unos kilitos. Y yo le he prometido que a partir de mañana, la hacemos juntos. A ver si es verdad eso de lo que no hagan las madres por sus hijos... En favor de este argumento he de decir que, por él, empecé a comer verdura hace 4 o 5 años. Sé lo que tengo que hacer. Perder peso no tiene secreto: gastar más calorías de las que comes, es decir, saldo negativo. Al final, vuelven a ser matemáticas, o sea que lo tenemos chungo. En mi caso, como no puedo gastar mucho, se trata de ingresar menos, es decir, de cerrar la boca. La dieta en sí, tampoco tiene ningún secreto: todo descremado, verdura y lechuga por un tubo, fruta, más pescado que carne, algo de pollo, ocasionalmente arroz, pasta y patata. Agua. Todo a la plancha. Un aburrimiento, vaya. Lo que me jode es que seguro que han inventado alguna pastilla con la que perder peso sin dejar de comer lo que te gusta, pero claro, se les desmonta el chiringuito si la comercializan. Una vez leí que existe una medicación, que jamás ha visto la luz, que impide que se formen caries. Lo mismo.


En fin. Que ya son las once y media y acabo un post escrito con las interrupciones propias de una superwoman. Ahora que ya me he desnudado delante de todos vosotros en uno de mis temas más íntimos, quizá sea mejor que me meta bajo las sábanas. Buenas noches.


(Me he fijado que se me han escapado unos cuantos tacos en este post... ¡¡es que me enciendo!!... por cierto... ¿¿¿tacos??? podría comérmelos.... :-p)

miércoles, 1 de abril de 2015

Zapatero, a tus zapatos

El otro día, camino del bus, vi a un anciano vestido de Prosegur en la puerta de un banco. Inevitablemente, mi mente se puso a escribir este post al que he titulado, "Zapatero, a tus zapatos".

Y es que hay muchas personas que desempeñan un trabajo para el que no están preparadas, o que, obviamente, ya no pueden realizar aunque un día lo hicieran. Por ejemplo, ese señor: rayano en el arcaísmo, con aspecto de Edadepiedrix, ¿cómo pretende defender al banco de un atraco? ¿Qué pasa, que ante el peligro se le abre la cabeza y le sale un pequeño alien, como en Men in Black? O tal vez utilice la peligrosa amenaza "¡Al suelo! ¡O te tiro la dentadura!"... No, no, no. Es como cuando ves a un guardia de seguridad con la barriga de Pavarotti. Es como si llevara un cartel diciendo Malotes, podéis hacer lo que queráis, que no os voy a alcanzar en la vida. No me dan confianza.


Es como cuando vas a la dietista y está gordita.  Que piensas, ¡so cabrona, me estás diciendo que coma lechuga y agua, cuando tú te vas a poner hasta el culo de lentejas con chorizo! Si tú no has podido conseguirlo, ¿qué garantías tengo de hacerlo yo?  No das confianza.

O en la peluquería: esa ayudante jovencita, con los pelos de uno o varios colores indefinidos, un corte que ella llama "original", un moño recogido de cualquier manera, o alopecia, que dices, ¿qué es, en plan slogan, mira cómo vas a acabar si no te peinas en mi pelu?... No, no. No das confianza. ¿Qué te vas a hacer hoy? Mmmm, mira, sólo venía a peinarme, algo sencillito, y sin plancha  (no sea caso que me pase como a Tori Locklear). Esto me hace pensar en esas chicas que estudian peluquería y que cada día aparecen con algún desastre nuevo en el pelo... esos novios, ¡lo que tienen que aguantar!  ¿Pili? ¿Maite? ¿Susana? Joer, ¡deja de cambiarte el pelo que no sé con quién he quedao!

Por no hablar de la cantidad de psicólogos que se ponen a ver pacientes sin tener ni pajolera idea, gente que se ha sacado la carrera en un búnker y ¡hala! ¡a ver internos!... claro, como no son personas, que más da si la cagamos. Gente que se ha sacado un máster y ¡hala! ¡me monto el chiringo!, o ¡hala! ¡me pongo a hacer peritajes! No, no dan confianza. Si la gente supiera en manos de quién se pone... ¿acaso dejarían que un recién licenciado en medicina trabajara en oncología, cardiología, o se pusiera a operar? Pero claro, como de psicología entiende todo el mundo... tampoco tiene que ser tan difícil eso de ponerse a dar consejos...  (esto me da para otro post, la rabia que nos da a los psicólogos cuando nos dicen ¡uy, pues yo, por mi trabajo, tengo mucha psicología!  Un día os hablo de eso).

O las feministas radicales en servicios de atención a la mujer/mujer maltratada. Que cuando entran las usuarias les regalan este kit de supervivencia militar... ¿qué te ha hecho ese perro? ¡¿cómo?! ¿que te ha dicho que le parece bien que trabajes? ¡Eso es esclavitud! ¿Y además te ha dicho que estás muy guapa? ¡Será cabrón! Tranquila, ya he avisado a los GEO, y ahora te voy a enseñar paso a paso lo que tienes que hacer. La primera lección es "cómo rebanarle los huevos de un solo tajo"; la segunda, "borra tus huellas"; la tercera... No dan confianza.

Es como el camarero que te trae el plato con las uñas sucias y los hombros llenos de caspa; el dentista que tiene los dientes amarillos por el tabaco; la dependienta de la tienda de tallas grandes que usa la 36; esa doctora de cabecera que se pone a mirar el Vademécum; el monitor de esquí con el brazo roto; la profe de Universidad que lee/dicta los apuntes en cada clase; el poli que paga sus compras en negro... Casos verídicos todos ellos. No, no me dais confianza.

Así que, en mi humilde opinión, todos tenemos ciertas habilidades innatas y otras que podemos cultivar. Y también limitaciones, que por más que lo intentemos, son inamovibles. Zapatero, a tus zapatos.  Cada uno a lo suyo. Bueno, menos los políticos, que pasan un casting para seleccionar a los más ineptos, inútiles, incompetentes, inadecuados... (y todo lo que se os ocurra que empiece por in -hasta "increíble", porque significa no-creíble -). Si, además, son chorizos, inmorales, mentirosos, hipócritas y psicópatas, puntúan extra. Sólo ganan los mejores de cada proceso de selección.