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viernes, 22 de julio de 2016

Cuestión de belleza

A mí, que soy una chica muy poco presumida, a veces me dan arrebatos como el de hoy: he ido a un salón de belleza a hacerme la pedicura y la manicura. Venga va, que es veranito y llevas los pies que parecen alforjas.

Llamo para pedir hora y, ya por teléfono, me sueltan una retahíla que no entiendo:

- ¿qué te quieres hacer?
- pedicura y manicura
- ¿la pedicura completa o sólo esmalte?
- completa
- ¿duricias incluidas?
- las duricias tendrían que ser excluidas, en todo caso... (risa floja)
- me refiero si quieres que te hagamos los pies completos... (tontadelculo)
- (yo creía que tenía los pies hechos) sí, sí, completo... bueno, ¿cuánto vale?
- ¿quieres esmalte normal o semipermanente?
- mmm ¿normal?
- entonces son 20 €... y ¿la manicura cómo la quieres? ¿de porcelana, de gel, normal, semipermanente? ¿de parafina? ¿francesa, americana?
- estooo... ¿pintadas?
- pffff... son 12 €... esta tarde a las cinco (madredelamorhermoso)
- vale
cling


Llego. Es una habitación aprovechada al máximo, dónde están trabajando a la vez cinco esteticistas. Por cierto, ninguna china. Llevan un uniforme cuco: mallas fucsia y camiseta negra con el nombre de cada una bordado en fucsia. Lástima de la mascarilla. El local también está decorado con gusto, con fotos de Marilyn Monroe tamaño póster. Todo es armónico, en tonos fucsia alegres, tonos que te incitan a ponerte guapa.

Me hacen sentarme en un sillón de la reina: empezamos mal. Es muy alto, a diferencia del que tengo al lado, que parece normal (dónde está sentada una adolescente monísimadelamuerte), por lo que me cuelgan las pantorrillas como butifarras. Aparte, no me cabe el culo. Me levanto varias veces, a ver qué es lo que pasa, y lo único que consigo identificar es que el sillón es estrecho y mi culo, gordo. Me embuto como puedo en el cuero negro, por cierto, ideal para el verano.

Viene Vero.

- ¿Hola qué tal? ¿Te doy los colores?
- ¿Ein?
- Los colores... para que elijas el color que quieres...
- ah...

Me da tres juegos de barillas con uñas de plástico, que debe haber por lo menos 100 colores distintos, ríete tú del Pantone, y se pone a trabajar en mis pies. A diferencia de todos los sitios dónde me he hecho la pedicura alguna vez, primero lima y arregla mis uñas, y me las pinta, y después, me quita las duricias para acabar con la crema y el masaje. Ella sabrá.

En el proceso, yo lucho para que no se me caigan las varillas Pantone de los cojones, que no sé qué color elegir, el móvil, que hace equilibrios en una pierna, el culo se me va para abajo, me resbalo, ¿puedes doblar la pierna?, sonrisaprofident, me entra una rampa, ay ay, espera, las varillas para el otro lado, se cuelan en el asiento, ¿puedes estirar la pierna?, hago fuerza para no empujarla y mandarla a tomar por culo de una patada en toooo eeeeel... que es lo que me queda a la altura del pie... que ¡¿a quién se le ocurre ponerle ruedas al chisme dónde tienes que apoyar los pies?! Me subo, me recuesto en el asiento, ¿puedes doblar la pierna?, jodeeeeerrrrrrrrrr, parezco el pequeño Buda... me levanta el talón y lo mantiene a pulso, mientras hurga en los socavones de mis talones... yo hago fuerza para que no sostenga el peso... ya sé, ¡es para que haga abdominales!, el culo se me vuelve a resbalar, ¡¡¡¡si es que no me cabe!!!!, ¿puedes poner el pie en agua? ¡la cabeza, te metía yo!

Miro a mi izquierda. La monísimadelamuerte está finamente recostada en su sillón, del que le sobra la mitad, por supuesto, y tiene su pie, al final de una pierna sexyquetecagas, elegantemente apoyado en el puf de los cojones, que parece una actriz de cine, la hijaputa. Su esteticista:

- ay, ¿te has hecho algo en las pestañas?
- no... es el rimmel
- ay nena, pues las tienes divinas... se te ven preciosas hoy...
- sí, es que cuando encuentras el rimmel que te va bien... (Sonrisa de satisfacción y pestañeo a cámara lenta. Mirada de reojo a su derecha: nocomotú).

Consigo rescatar las varillas y le digo a Vero ¡este!, el primero que he cogido. Para quitarme las pieles y duricias utiliza un artefacto que me recuerda a uno de los dentistas, un cilindro eléctrico que arranca polvo de mis pies, cuando lo notes caliente, me lo dices... ¿¿Cómo?? Vero sigue trabajando. Pone cara de notehashecholapedicuraentuputavida, pero aguanta estoica, sin decir ni mu. Cazo a Silvia, la esteticista de Miss Rimmel, mirando de reojo cómo trabaja Vero, y veo cómo se le escapa una sonrisita de jodernenavayamarrón. Pues sí, tiene trabajo, ¿y qué?

El ritual sigue: sube un pie, baja otro, vuelve a subir el otro, mételo en el agua, sácalo, mételo en la lámpara (de rayos violeta, supongo que para secar, nadie me lo explica), encoge la pierna, estira la pierna... culo p'arriba, culo p'abajo, que me dan ganas de decirle, ¡oye! ¡que tengo fatiga crónica! Ni que hubiera venido a un gimnasio... Y va poniendo capas y capas de esmalte: de color, transparente, de purpurina, una crema, un líquido... que cuando acabe no voy a poder caminar del peso extra.

Luego pasamos a las manos. Me lleva a uno de los mostradores, dónde se repite una operación similar a la de los pies: dame una mano, ponla en la lámpara, ahora la otra, quítala, vuélvela a poner, dame este dedo, no, así no, gira...  ¡Por Dios! Qué cansinismo. Al menos no me da conversación fútil o de marujeo, como suelen hacer muchas peluqueras y esteticistas. Se limita a trabajar en silencio y darme órdenes como una autómata, cosa que agradezco.

En un momento dado, entra en el salón la que realmente es monísimadelamuerte, desbancando a Miss Rimmel: una mujer de unos cincuenta y tantos, vestida con una especie de chilaba-pareo-batín estampado, con escote en uve hasta la ceñidísima cintura, dos tetas perfectas y morenas que se juntan peligrosamente, y falda con raja en uve invertida hasta casi la misma cintura perniciosa; abalorios, bolso y zapatos a juego, porsupuestísimo. Se sienta a mi izquierda. Lleva unas uñas de metro, de esas cuadradas, con manicura francesa, a mi entender, impecables: ¡fíjate cómo tengo las uñas! Si es que no tengo tiempo de nada... y se pone a contarle a la esteticista, Fanny, que dentro de tres semanas se opera de las tetas, que ya ha ido al anestesista y que se ha comprado los sujetadores nuevos, que está muy nerviosa, vete tú a saber si pasa algo, pero ¿qué va a pasar mujer?, no sé, ¿y si luego no me gusto?, ¿y tu marido qué dice?, nada... Ah. Tiene unas tetas talla 100, por lo menos, y dudo que lo que vaya a hacerse sea una reducción.

Vero sigue con sus capas y capas sobre mis manos.

Llega otra divine, aunque menos que Miss Tetas en Promesa, a esa no hay quién la gane. Viene con su hija (unos 6 o 7 años) y las dos parecen sacadas de un anuncio de Timotei... hoolaaa Ámbaaaar, saludan empalagosamente las esteticistas a la niña... ¿¿quién le pone a su hija de nombre Ámbar?? Sólo falta que cuando sea mayor se enrolle con un moscón (chiste fácil, lo siento)... Miss Timotei empieza a explicarles que ay, que está fatal, que lo hemos pasado psicológicamente muy muy mal, no te imaginas, porque es que mi Ámbar cogió piojos, por primera vez en su vida, y oye, qué mal... que menos mal que me hablaron de una peluquería dónde te quitan los piojos, y le han hecho un tratamiento natural y todo eso, y oye, me ha costado 110 euros, pero bueno... es que un poco más y me muero...

Miss Rimmel, por su parte, le está contando a Silvia que en su trabajo obligan a todas las chicas a ir peinadas con moño bajo y que los labios forman parte del uniforme, ya que tienen que ir todas con pintalabios rojo...

Y a mí me viene a la cabeza la canción de Burning, ¿qué hace una chica como tú, en un sitio como este? ¡¡¡¿A ver qué pinto yo aquíííí?!!!

Ya está, dice Vero. Mis uñas han quedado monísimas, la verdad.

Son 50 euros. ¿Cómo? Eso no es lo que me habían dicho por teléfono. Haciendo gala de mis mejores habilidades sociales, no digo nada, pago y me voy. Pero cuando la puerta se cierra tras de mí, me digo ¡qué cojones! ¡hay 18 euros de diferencia!

Así que vuelvo a picar al timbre. Abre Silvia:

- ¿te has olvidado algo? (sonrisaprofident)
- no, ¿puedo hablar con Vero?
- sí, claro... ¡Vero!
- hola... (caradesorpresa)
- una cosa... ¿me puedes decir cuánto vale cada cosa? Es que por teléfono me habíais dicho otro precio...

Y resulta que es que me ha puesto esmalte semipermanente, y no normal como yo había pedido, es que no lo he mirado, ah, pues es problema tuyo, tendría que haberle dicho yo, pero, dónde antes había un gallinero, ahora hay un silencio sepulcral; todas las divinas me están mirando con cara de nopuedeser, québochornoporDios... así que lo que le digo es tranquila, no pasa nada, es sólo por saberlo...  y pienso, bueno, si es semipermanente ¡será la hostia!, pregunto:

- y entonces este ¿cuánto dura?
- depende de la persona, pero entre 15 días y tres semanas...

¿¿¿Cómo??? uy sí, permanente de cojones. En dos semanas otros cincuenta euracos.

Que ya me has visto.

Que no es cuestión de belleza, ni de llevar las uñas perfectas en unos imperfectos dedos como morcillas. 

Que es cuestión de que, vosotras y yo, vivimos en un mundo paralelo.



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