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jueves, 1 de febrero de 2018

El deporte y yo



Hay personas a las que se les da mal el deporte, otras a las que se les da fatal y luego estoy yo. Desde pequeña ya supe que el deporte y yo no estamos hechos el uno para el otro. Siempre he sido muy torpe y patosa. Supongo que el hecho de que mi madre, con tan sólo seis meses de vida, ya me diera garbanzos, sardinas y potajes y me convirtiera en una bola con rizos, jugaba algún papel en que me resultara muy dificil mover mi cuerpo. De hecho, el otro día encontré mis notas de la EGB y en algunas evaluaciones suspendí gimnasia, cosa que yo, obviamente, había borrado del currículum impoluto que consta en mi memoria.
Los primeros recuerdos que tengo en relación al deporte son precisamente en el cole. Yo era una niña extremadamente flexible (ahora sigo siéndolo pero los médicos lo han puesto en la lista de diagnósticos: hiperlaxitud ligamentosa). Por aquel entonces, me encantaba hacer la rueda, el puente hacia adelante y hacia atrás, el espagat… Me acuerdo de ese ejercicio en el que te sientas con las piernas estiradas y juntas y tienes que estirar los brazos hacia adelante todo lo que puedas: yo me cogía los talones. O, si se hacía de pie, apoyaba las plantas de las manos en el suelo. Ahí acaba mi éxito en el mundo del deporte.

Cuando tocaba correr, ¡madre del amor hermoso! Siempre era de las últimas y llegaba mi lengua antes que yo a la meta. Recuerdo una vez, en octavo, que se hizo una carrera con motivo de una festividad, no sé si Sant Jordi o final de curso. El circuito era por fuera del cole, que está en montaña, con lo cuál discurría primero cuesta arriba y luego cuesta abajo, acabando otra vez en el cole y había premio para los ganadores, masculino y femenino. Bien, pues yo no sé qué me pasó aquel día, igual mi madre me había puesto algo en el Cola Cao, pero estaba yo hecha un hacha… pim pam, pim pam, cuesta arriba, venga, cómo si no hubiese un mañana... Me puse en la primera posición de las chicas, junto a una compañera. Me dice oye, ¿nos vamos acompañando? Cuando no podamos más, la una tira de la otra, así es más fácil y podremos. Si habeis leido mi post sobre la cena de exalumnos, sabeis que mi paso por el cole no fue fácil, así que aquello me pareció el paraíso: ¡¡alguien me pedía ayuda y me tenia en cuenta como una igual!! Así que contesté entusiasmada: ¡claro!. En varias ocasiones, mientras íbamos cuesta arriba, ella desfalleció y yo aflojaba el ritmo para esperarla y la animaba, ¡¡venga que tú puedes!!  Una vez me pasó a mí y ella hizo lo mismo. El resto de la clase quedaba lejos, y yo, on fire total. Cuando ya íbamos de vuelta, mi compañera no podía más, se paraba a cada momento, roja como la manzana de Blancanieves y con la lengua de Mike Jagger. Yo la esperaba, aflojaba y la animaba, ¡¡venga, que ya queda poco!!! Y efectivamente, quedaba poco: en los últimos 100 m, todo de bajada, la hijaputa metió un esprint y ganó la carrera, dejándome atrás con una cara en la que estaba escrito con luces de neón "¿Se puede ser más gilipollas?" (obviamente me refería a mí, no a ella.

Ejercicios en el plington
Luego estaban los ejercicios del potro, el plington y la madre que los parió. Vamos a ver, profesores de educación física del mundo, ¡¡eso son instrumentos de maltrato infantil!! Que si no saltabas lo suficiente o no pisabas bien el trampolín, te pegabas una hostia contra el potro que te dejabas allí los dientes clavaos, que al final el potro parecía una máquina de escribir, con todas sus teclas. El plington. Con sus pisos de cajones desmontables, ¿no me lo podían dejar a ras de suelo? Que más de una vez tiré la pirámide esa a tomar por culo. Y yo detrás, claro. Que no contentos con que te subieras ahí, tenías que pegar un pedazo de salto que te permitiera apoyar la cabeza y dar la voltereta. Pero vamos a veeeer, alma de cántaro, en el hipotético caso de que llegue a esas alturas dignas del Everest y no se me acabe el oxígeno; en el hipotético caso de que logre subir el culo más alto que la cabeza, a la misma vez que flexiono ésta hacia mis tetas; en el hipotético caso de que logre flexionar tambien los brazos y no se me escape una mano y me trague la tabla superior con su funda de cuero y todo... ¿¿¿aún pretendes que haga una voltereta recta, sin salirme de una tabla de 30 cm??? ¡¡¡Ni que me estuviera entrenando para el Circo del Sol!!! Porque esa es otra, ¿qué utilidad tiene eso para la vida adulta? ¿Aprender a saltar la barrera del metro?, ¿los charcos cuando llevo botines nuevos?, ¿hacer un vídeo de esos de encuentro romántico en la playa, en plan, voy-saltando-como-una-gacela-entre-las-margaritas? Porque yo parecía cualquier cosa menos una gacela. Claro que era peor cuando sustituían los aparatos por alumnos. Creo que el seguro de accidentes del cole subió la prima varias veces.

Pero si había un ejercicio que detestaba por encima de todos era, ya en el instituto, cuando nos hacían trepar por una cuerda hasta tocar el techo. Habia cuerdas lisas, para los más ágiles y competentes, y otras con nudos, para los torpes, para que fueras apoyando los pies como si fuesen escalones. Jamás pasé del primer nudo. Hacía el ridículo día tras día mientras notabas los ojos de todos tus compañeros a tus espaldas, o mejor dicho, sobre tu pedazo de culo. Y justo antes de ti, había subido el chico que te gustaba (el líder de la clase, claro, no te iba a gustar el feo, tú ahí, jugando con las posibilidades...), con una naturalidad y una gracia, que sólo le faltaba parar a peinarse en mitad de la cuerda y que le destellaran los dientes al sonreír.

En los deportes de grupo, la cosa no iba mucho mejor. Para empezar: en serio, ¿hay algo más humillante que cuando el profesor elige a los más popus de la clase, los pone frente a frente y les dice... venga, que vamos a jugar a loquesea... elegid equipo... y van ellos y empiezan a decir nombres... Miguel... Isa... Fernando... Martín... Aure... Mayte... Salvi... De Gea... y te quedas la última, en plan anuncio de "Ell mai no ho faria"... que dices, oye, no pasa nada, que si queréis ya os limpio las gotas de sudor y ya está...? Y luego, total, normalmente era para jugar al mata-mata o al pañuelo o algo así, que dices a ver, ni que fuera para ganar una medalla olímpica...

Al final de la época de instituto, un verano, me dio por salir a hacer footing con las amigas, bien tempranito por la mañana. Nos  levantábamos a las 7 de la mañana o así (¡en vacaciones!), corríamos por el pueblo y acabábamos pasando por la playa, dónde me daba un baño antes de subir a casa. La verdad es que era muy agradable. Pero, afortunadamente, se me pasó :-)

Acabado el instituto y la obligatoriedad del ejercicio, estuve bastantes años sin hacer nada, hasta que me apunté al gimnasio, movida por los remordimientos de conciencia. ¡Ay, el maravilloso mundo de los gimnasios! La mayoría de veces he estado apuntada, pagando sin ir. Luego, he tenido todo tipo de experiencias en esa sala de instrumentos sadomasoquistas que suele estar llena de bíceps y testosterona. No sé para qué ponen tantas pesas en las máquinas, si no puede ser sano pasar de levantar los 200 gramos... ¿Y la cinta? A ver, ¿qué encanto tiene correr sin moverte del sitio?, mirando la puta pantalla de la bici, que sólo estás pendiente de que las putas lucecitas rojas se enciendan y se acabe el programa de una vez... y  mirando como una loca obsesa las calorías que vas quemando, venga, 71, va, que ya llevo el cuerno del croassant...

Y otra cosa, voy a proponer a los de las pasarelas de moda que las instalen en los gimnasios. Porque ojo los modelitos, sobre todo de las chicas... que dices, a ver, mona, ¿tú vienes a hacer deporte o a ligar? Que vaya pregunta más imbécil acabo de hacer. Todo el mundo liga en el gimnasio. Todo el mundo menos yo, obviamente. Que se ponen las tías unas mallas estampadas, de la marca SegundaPiel, que se les notan hasta las pecas del chirri, y que acaban en curva-sensual-que-te-cagas, justo debajo del ombligo, y les marcan el culito perfecto y sin celulitis, estilo push up. En la parte de arriba, un top o diminuta camiseta, que realza sus pechitos (o pechotes), perfectamente colocados. En el pelo, coleta perfecta pero estilo casual, que parece que se la han hecho así, de improviso, con un lápiz del 2, pero que les queda perfecta a las hijaputas. Y están ahí, venga, pim pam, dale que te pego a todas las máquinas, flexiones, abdominales, la cinta, la pelota de pilates... el personal training soba que te soba: por aquí, así no, así, por allí... y el maquillaje intacto. Ni una gota de sudor. 

Y luego estás tú: pantalón de chándal ancho, de hombre, que tienen las tallas más grandes. Camiseta XXXXXL de manga corta, lisa y sin ningún encanto, preferiblemente de color oscuro, aunque cuando empiezas a sudar se te pega igualmente a las lorzas y pareces el muñeco de Michelín. Se te escapan todos los rizos de la coleta y se te pegan a la cara, que tienes chorreando, tanto los rizos como la cara. Una cara roja como un tomate, a punto de estallar, que más de una vez me han querido enviar al médico del gimnasio, no fuera que me estuviera dando un infarto. No, gracias, soy así de amorfa. Sudor a litros: sudor en la ropa, sudor en la toalla, sudor en el manillar de la bici, sudor en el suelo. Respiración tipo Darth Vader. Glamuroso a tope, vaya.

Pero, por épocas, he conseguido tener alguna constancia y hasta hacer algo medio en serio. De hecho, descubrí el Spinning y, sobre todo, el Body Combat, una mezcla de aerobic y artes marciales, que me encantaban. Lo hacía muy a menudo y, eh, ¡lo hacía bien!. Y cuando creí que el deporte y yo nos habíamos enamorado, lo tuve que dejar porque apareció el bicho. Eso, y no poder bailar, es, sin duda, lo que peor llevo de esta enfermedad. Al inicio, estás desorientada y no sabes si debes forzarte a hacer ejercicio o no. Lo intentas, pero realmente tu cuerpo te dice que tururú. Me dijo el médico haz cosas suaves como caminar, tai-chi, pilates, yoga... Y me decidí a probar el Tai-Chi.

Elegí una asociación de mi pueblo, dónde hacían clases de Tai-Chi Taoísta, que en esto también hay diferentes escuelas. El primer día, llego y me dicen tú intenta copiar lo que veas. ¡Madre! Ni en mis peores clases de aerobic. ¿Sabes esa imagen típica en la que todo el mundo va para un lado y tú para el otro? ¿Que suben la pierna y tú la bajas, etcétera? Pues eso, pero encima a baja revolución, que me daba tiempo a equivocarme cuatro veces en cada gesto. Otro día, me dan una lista de los movimientos de la tabla, entre los cuáles están:

  • Coger la cola del pájaro a la izquierda 
  • Coger la cola del pájaro
  • Látigo simple
  • Tocar el pei pa
  • Cortar con el puño
  • Avanzar un paso, desviar, esquivar y dar un puñetazo 
  • Llevar el tigre a la montaña
  • Látigo simple oblicuo
  • Dar un paso atrás y rechazar el mono a la izquierda
  • Dar un paso atrás y rechazar el mono a la derecha
  • Vuelo oblícuo
  • Hundir la aguja al fondo del mar
  • El abanico penetra por la espalda
  • Avanzar un paso para coger la cola del pájaro
  • Dar una patada con el pie derecho
  • Golpear el tigre a la izquierda
  • Golpear el tigre a la derecha
  • Golpear las orejas con los puños
  • Látigo simple horizontal
  • Mover las manos como nubes
  • La bella dama trabaja la lanzadera
  • Avanzar un paso para coger la cola del pájaro
  • Cruzar las manos para penetrar
  • Elevarse hacia las siete estrellas
  • Retroceder para montar al tigre
  • Tensar el arco y disparar al tigre

¡¡¡Pero vamos a veeeerrrr!!! Pero esta gente, ¿qué se ha fumao? O sea que vuelas en oblicuo, mueves las manos como nubes y te elevas hacia las siete estrellas... Siete porros antes de la clase, ¿no? ¿Y qué os ha hecho el pobre pájaroooo? Vaya tirria que le habéis cogido, tú, que lo queréis atrapar cómo sea. ¡Y qué violencia! Patadas, puñetazos, látigos... y ya no pregunto qué es el pai pei... ¿el abanico penetra por la espalda? ¿La dama trabaja "la lanzadera"? ¿Y qué tal la zoofobia? Rechazo al mono, atrapo al pájaro, mato al tigre... ¡¡¡pues menos mal que es Tai-Chi y no WWE!!!

Yo hacía lo que podía. Me moría de aburrimiento entre cada movimiento... Eh, y no creáis, que tiene su técnica... La monitora: no, así no, tienes que girar el codo medio milímetro más hacia adentro... los dedos más juntos... tienes que girar sobre este pie mientras el otro está en el aire, en un ángulo de 90 grados... ¡eh, pero no te caigas!


A mitad de la clase se hacía un descanso en el que se tomaba agua o té y galletas de canela. La media de edad estaba sobre los 70 años, así que, allí me sentaba yo en un sofá, observando y mordisqueando la galleta del Mercadona, mientras las yayas hablaban de sus artritis, artrosis, sus nietos, la última bufanda que habían tejido o el baile del domingo en el casal d'avis. Y me decía ¿pero qué hago yo aquí? Duré un año. Echaba terriblemente de menos el Body Combat. Además, era la época en que empezó a ponerse de moda el Zumba, así que hablé con la monitora y le dije que me iba, que quería probarlo y que dejaba el Tai-Chi. Se me quedó mirando y me dijo: "no es tu momento para el Tai-Chi". Pues no, hija no, no era mi momento, y dudo mucho de que algún día lo sea. Por supuesto, no pude con el Zumba, tal cómo os conté aquí. Si es que ya lo decía yo, que el deporte está sobrevalorado...


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