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domingo, 15 de marzo de 2015

Padres en las gradas

Hay que ver cómo sufrimos las madres.

Debe ser un gen que te implantan en el quirófano, cuando estás allí, en esa postura tan digna delante de unas cien personas, y la enfermera de turno te dice:

- ¡aguanta, aguanta! ¡que no se te salga!  (en referencia al enema) ¡te he dicho que no se te saliera!  ¡¿quieres hacer fuerza?!...
- ¿¿Qué no se me salgaaa?? ¿¿qué haga fuerza?? japutaaaaaa, si la fuerza la estoy haciendo pa' controlarme y no sacarte los ojoooosss, ¡¡¡ponme ya la epiduraaaaaaaaaallll!!!!  

Pero bueno, eso sería otro post.

El caso es que, como decía mi abuela, desde el minuto uno en que sabes que estás embarazada, hasta que te mueres, no dejas de sufrir por tus hijos. Yo solía pensar que era una exagerada (no tengo especial alma de sufridora), pero ¡cuántas veces me acuerdo de la razón que tenía!

Uno de los momentos en que más sufro por mis hijos es, como esta mañana, cuando van a una competición de Taekwondo. No sufro porque ganen. Sufro por su sufrimiento, por sus nervios, por su frustración, ¡por su físico! (algún que otro niño siempre sale lesionado, incluso con intervención de la ambulancia en alguna ocasión). Sufro porque no haya diferencias entre mis hijos, que uno gane medalla y el otro no. Sufro porque sí, porque tengo ese gen.

Llaman a la petarda por el altavoz a prepararse en el tatami 12. ¡Pum! Se activa el resorte que me hace ponerme histérica.... Bufff..... Pili, porfa, ¿puedes grabar tú?  Una tía licenciada, medianamente inteligente, psicóloga a más inri... ¡incapaz de sostener un móvil para grabar a su hija! Empieza el combate. Los puños en tensión, el estómago como una piedra, que piensas:  mira, ya no me hace falta ir al gimnasio... Ni Zumba ni hostias... un combatito por semana y como si hubiese hecho una tanda de 100 abdominales...

Cada vez que la otra niña se le acerca, vas diciendo por ti dentro: cabrona ¡déjala! ¡Vete! A ver si te da un vahído... Cada vez que le da una patada:  cómo bajeee... ¡te vas a enterar!  Si le da en la cabeza: Te-es-tás-pa-san-do...  Y si le hace daño... bufffff.... si le hace daño, notas un alien que te sube desde el bajo vientre hasta la boca, groooaaaaaaarrrrrrrrrrr.... que me dan ganas de saltar desde la grada, en plan Hulk ¡Plas! ¡¡Me planto en el tatami y te cojo de los pelos!! ¡Te meto un puñetazo verde en cada ojo, niñata!

Pero todo eso pasa por dentro de tu cuerpo. Por fuera es todo civilización. Los nudillos blancos, de tanto apretarlos. Los labios se me quedan peor que los de Kristina Rei, de tanto que me los aprieto con las manos.  Gana... ¡bien! Pierde... ¡mierda!... ¡Empate!, ¡venga, vengaaa!! aaaarggg... Ni en el examen de oposición, oye. ¿¿Cómo va el marcador?? ¡Que no lo veo! Señorrrr, ¿quiere quitarse de en medio o lo quito yo?

Lamentablemente, no  todo el mundo tiene el mismo grado de autocontrol. Hay madres a las que, en el quirófano, no sólo les transpusieron el gen sufropormishijos, sino una cadena genética en la que está el gen de amihijonilotoques, eselmejorentodo, siempretienerazón  y tematoloba. Éstas, además, cuando tienen sus escarceos con el padre de la criatura, le traspasan esa cadena genética, y estamos de mala suerte si el papá es, además, portador de la cadena somosmachomen, mihijotienequeganarentodo, esteentrenadoresimbécil, noexisteeldolor, nomeseasnenaza y nomemiresasíqueterevientolacabeza. Cuando se produce esa combinación, tenemos a los padres que en las gradas se comportan como orangutanes. ¡Qué digo! Pobres orangutanes, ellos son más civilizados...

Hay un gimnasio, conocido ya en todas las competiciones, que son para hacerles un estudio neuronal: a los entrenadores, a los padres y, por supuesto, en un futuro a los/as niños/as que están forjando. Ellos, crusanitos calvos o rapaos. El clombuterol, las tortitas de arroz y las claras de huevo se les salen por los oídos. Ellas, chonis total. Las mallas de leopardo, la camiseta naranja fosforito con el estampado del gimnasio sobre el tetamen operado, las permanentes teñidas de diferentes colores. Los niños, Jonathans, Kevins, Christians, Jessicas y similares. Son como avispas, se desplazan en grupo por la parte superior de las gradas, buscando dónde compiten sus vástagos. Cuando los encuentran, empieza el zumbido: los animan a grito pelado, que se les oye dentro, fuera y alrededor del pabellón. Gritan hasta que molestan. Gritan hasta que ponen nerviosos a los niños: a los suyos, a los pobres que compiten con los suyos, y al resto de padres que estamos allí pensando ¿a qué le meto?  Uno de ellos, sobre todo, igual se ha pensado que está en un concierto: eh! eh! eh! eh!... que parece Fito, pero hinchado. Sólo les faltan las pancartas: "Amor de madre", "Somos los nonver guan", "Si las de Ramos son Rameras, las de taicondo, somos Taconeras". Cuando uno de sus niños/as pierde, el coach relleno de crema le mete una bronca que flipas.

Pero ese gimnasio no es el peor. Hay uno de coreanos: coreanos los entrenadores, coreanos los padres, coreanos los hijos. Que esos no chillan. Esos van en silencio, constreñidos, muy educados y formales. Saludan con reverencia hasta a la señora de la limpieza. A los padres no se les ve ni se les oye, no sé dónde están y ni siquiera si van. Pero los coach son unos psicópatas implacables. Si un niño se cae o se hace daño, lo miran impasible sin moverse de la silla hasta que deja de retorcerse de dolor y se reincorpora al tatami. Durante el combate, les van dando indicaciones, en coreano, que estoy segura que quieren decir "¡que te he dicho que le muerdas el cuello! ¡Como si fuera un americano!". Hemos visto llorar de rabia a un coach porque el niño perdió un combate. Hoy nos contaba uno de nuestros niños que uno de los entrenadores, en el vestuario, tenía acorralado a uno de sus niños, pegándole, empujándole y tirándole al suelo. Todo porque había perdido.

Estamos hablando de niños de hasta 11 o 12 años, por favor. Campeonato de Catalunya. ¡¡Que no son las olimpiadas, señoreeeeesssss!!  Y aunque lo fueran... que no les van a sacar de la pobreza... Que los taekwondistas profesionales se lo tienen que pagar todoooo. ¡Qué flipaos! Igual se piensan que están rodando Karate Kid o algo...

Pero bueno, esto no pasa sólo en taekwondo, por supuesto. Madres y padres enfermos hay en todas las canchas deportivas del mundo. Lo vi de primera mano en patinaje artístico, y lo sé de buena tinta en deportes como el fútbol y la natación. Padres cuyas primeras palabras al ver a sus hijos tras el partido, la competición o la exhibición, son una reprimenda por todo aquello en que, a su juicio, han fallado, cuando no, una colleja y una bronca, esa sí, de campeonato. Padres que les obligan a practicar un deporte que no les gusta, que los ponen a dieta, que les hacen entrenar hasta la extenuación, que los insultan y ridiculizan, que los comparan con sus hermanos o amigos más brillantes, que los tratan como deportistas profesionales. Padres que insultan a los árbitros, a los entrenadores, a los otros niños y a sus padres. Padres que se pelean con otros padres, incluso llegando a las manos. Padres que dan a sus hijos un claro ejemplo de deportividad y compañerismo.

Si, encima, los padres están separados, ¡ya es la hostia! Entre ambos padres, cuatro o cinco personas de diferencia, no sea caso que también estos lleguen a las manos. Esos padres se vuelven bizcos de mirar a la cancha y, por el rabillo del ojo, el comportamiento del ex.

Claro, no me extraña que el niño sea tan malo, si es que es igual de blandengue que su madre...

Míralo, no le importa nada su hijo, sólo quiere que sea un crac del futbol pero luego no le pasa un duro... míralo, míralo... ¡de padre del año!

Si encima, a uno de los dos se le ocurre ir acompañado de su nuevo/a churri... ¡ha firmado su sentencia de muerte!

¿Será cabrón? ¡Y encima se la trae aquí! Mírala... si parece que no tenga dónde caerse muerta... ¿y por esa pelandrusca me has cambiado? En cambio yo estoy estupenda, mírame, todo en su sitio... ¡muérete de envidia!

¡Vaya! ¿Así que ese es el "ingeniero"? ¡Pero si está calvo! Qué, colega, ¿te la follas bien? ¿En mi cama? Pues disfruta, disfruta... hasta que saque la escoba (por lo de bruja, se entiende).

En algún momento que coinciden las miradas.... dientes, dientes... a lo Pantoja. Cuando viene el niño:

- mami, papi ¿¿habéis visto que golazo he marcado??

- Eh, ¿cómo? Ah, ¿pero no estabas en el banquillo?

Confío en que, en el s. XXII, o se haya destruido el planeta Tierra, o ya se haga cirugía de ingeniería genética, y se les puedan extirpar a estos energúmenos esos genes que les transforman cuando pisan una grada.

Por el momento, yo hoy me voy a la cama felicitando a todos los niños que hoy han luchado con ilusión y esfuerzo, hayan ganado o perdido, y en especial a los niños y niñas de nuestro gimnasio y a sus sufridoras madres, con las que comparto uñas y selfies. Me voy a dormir con la satisfacción de saber que mi hija se ha esforzado a tope, ha disfrutado, ha respetado a sus rivales y encima ha sido medalla de bronce. Eso sí, antes de irme a dormir, me tomo una tila.

Hay que ver cómo sufrimos las madres.


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