Yo tenía una abuela, de esas que te imaginas cuando te cuentan un cuento. Tenía el poco cabello que le quedaba gris, casi blanco y siempre se ponía una redecilla negra para que no se le moviera ni un pelo. Tenía la piel de porcelana, sin una arruga, a pesar de haber trabajado siempre en el campo y de no haberse puesto una crema en su vida.
Yo tenía una abuela, en la que todo en ella era puro y virginal, hasta el nombre. Una persona dulce, sin maldad ninguna, inocente aún a sus ochenta y pico años. Un ser de luz. Una mujer a la antigua usanza, que se escandalizaba cuando veía a las Mama Chicho en la tele, y se enfadaba con mi abuelo porque, de repente, no pestañeaba ante el televisor.
Yo tenía una abuela que presumía de haber vivido con el amor de su vida y de no haber discutido jamás con él, si bien es verdad que le reñía cada mañana por su costumbre de tomar una copita de anís después del desayuno. Llevó el anillo de casada hasta el día de su muerte y no entendía "las costumbres modernas" de divorciarse.
Yo tenía una abuela que, de tanto cuidar a los demás, se descuidó a sí misma. Sólo le funcionaba la mitad izquierda del cuerpo, y necesitaba ayuda para levantarse, vestirse, ir al baño, caminar, etc. La recuerdo cómo si la viera ahora mismo, sentada en nuestro sillón rojo de skay, comiendo con la mano izquierda y masticando como podía con su único diente sano.
Yo tenía una abuela que vivía con nosotros cuatro meses al año, junto con mi abuelo. Recuerdo bajar volando las escaleras para ir a recibirla y echarme encima suyo como un tsunami, sin tener en cuenta que la pobre mujer venía agotada del viaje desde el pueblo. Recuerdo la sensación de felicidad al verla, colmarla de besos y abrazos...
Yo tenía una abuela que siempre estaba riendo. Se reía en silencio, sin apenas ruido, con estremecedoras olas a lo largo de su cuerpo, que le hacían aflorar las lágrimas y subir y bajar su vientre en una montaña rusa de felicidad, tal como se ríe también mi madre.
Yo tenía una abuela que no sabía pronunciar bien mi nombre, muchas veces me decía Lololanda. Se miraba la cara con un pequeño espejo y me pedía que le quitase los pelillos de la barbilla y de una verruga que tenía. Tengo que estar guapa, me decía.
Yo tenía una abuela, que se marchó un 31 de diciembre. Como si ya no tuviera fuerzas para empezar un nuevo año. Cerró los ojos y ya no despertó, dejándome un vacío permanente y entrañable que a menudo lleno con sus recuerdos.
Hoy es muy tierno o a mi me lo parece.��
ResponderEliminarAyyyyy si...yo también tenia una abuela de cuento y aun la echo de menos!!!
ResponderEliminarSuerte tenemos, y de ellas aprendemos, yo también las echo de menos!!
ResponderEliminarJo tinc la sort de tenir encara a una, però a l,altra la trobo molt a faltar. Gràcies per aquesta emoció per acabar la setmana.
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