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lunes, 6 de abril de 2015

Las dietas empiezan cada lunes

Es lunes de pascua. Las ocho de la tarde. Empieza a invadirme el mal humor. Se acaban las mini vacaciones de Semana Santa y mañana, vuelta a la rutina. Vuelta a madrugar, a salir cuando aún no están puestas las calles, a subirme a mi bus en busca de nuevas aventuras. Vuelta al trabajo, siete horas sin parar como una posesa, para llegar a casa e iniciar una nueva jornada que acaba a las once de la noche. Sí, ya sé. La psicología positiva dice toda esa mierda de que debería fijarme en lo afortunada que soy, que tengo trabajo, una casa dónde ir y volver, una cama en la que dormir. Tengo comida, una familia, blablablá, blablablá. Si ya lo sé. Pero dejadme que hoy esté de mal humor. Es mi derecho.

Para ser justa, os he de contar que gran parte de ese mal humor tiene que ver con una decisión que he tomado (por 356.481 vez), hoy: mañana empiezo la dieta. Y de eso va este post, de las dietas. De mis dietas.

Hay un pequeño porcentaje de la sociedad que no sabe de qué le hablo. No sabe qué es hacer una dieta. Son esas pequeñas arpías, como una compañera de mi antiguo trabajo, M, que desayunan media baguette rellena de morcilla de Burgos y tienen cuerpo de modelo. Nunca se tienen que preocupar de lo que comen, o de cuánto comen, porque disfrutan comiendo y no engordan ni un gramo. ¿Deporte? Perdona, ¿eso qué es?  Genética, dicen. Cagonlá, con la puta genética. Yo debí llegar tarde al reparto.

En ese porcentaje también se incluyen un grupo de personas rellenitas, gorditas, gordas y obesas, orgullosas de su cuerpo y a las que les deleita comer. Estoy gordo, ¿y qué?  No les importa lo más mínimo. No siguen los cánones de belleza, les da igual ponerse una camiseta que les haga parecer la morcilla de Burgos que se come M, y se pasean por la playa sin pudor. Me encantaría ser como ellos.

Por desgracia, yo soy del mayoritario porcentaje de la sociedad que vivimos esclavizados por nuestro peso y nuestra imagen. Unos más y otros menos. Unos con más motivos, y otros con menos. Algunos, con ninguno. No hay cosa que me reviente más que que una chica superdelgada me diga, ay, es que estoy a dieta, tengo que perder unos kilitos... mira, mira...  y se coge unas chichichirrillas de la cintura, que para podérselas pellizcar, se ha tenido que doblar en forma de U, llamar a un ingeniero de minas para que la ayude, y aún así, no miden más de medio centímetro...  ay, tía, ¿a qué sí? ¡Jo!  Que en ese momento piensas ¿le doy una hostia o le regalo unas gafas? ¿Es que no me ha visto, la tía esta o qué?, pero toda cortesía social le contestas ¡qué dices! Si estás genial... ¿de dónde vas a perder, del blanco de los ojos o de las pestañas?  Y resulta que se enfadan... no, tía, en serio... que me sobra un kilo... He de reconocer que antes me molestaba más. Con el tiempo he aprendido que cada uno tiene sus manías y sus percepciones, y si a ella le molesta ese kilo de más, pues perfecto, que lo pierda. Lo respeto. Ahora bien, le deseo felicidad en la vida, porque si vive obsesionada por tener UN KILO de más, es que no sabe lo que es ser feliz.

Ese no es mi caso. A mí no me sobra un kilo. O en todo caso, me sobra un kilo detrás de otro. Porque a mí la genética me dio una mala combinación: tendencia a engordar y disfrute por la comida. Cuando nací, ya era gordita. De pequeña, era una bolita. Mi madre tampoco ayudó a que mi cuerpo sufriera un cambio metabólico. Con 3 y 6 meses ya me daba sardinas y garbanzos. Se lo he echado en cara miles de veces, pero ella tampoco tiene la culpa. Hizo lo mejor que supo. Siempre he sido gordita. Y siempre me ha gustado comer. Y no me gusta precisamente la coliflor, las judías verdes, la lechuga o el brócoli, aunque hace unos años que como de todo eso. Me gustan los macarrones gratinados, la paella, la carne rebozada. Las patatas en todas sus variedades y opciones, si son fritas, mejor. La comida basura. Las cosas con salsas, dónde se pueda mojar pan. Me gusta la panceta, el bacon, el chorizo, la morcilla. El cocido, las lentejas, el queso. La Nocilla, el chocolate, los helados, las chuches, los frutos secos. Todo muy light, como veis.

Los que no lo pasan, no tienen ni idea del sacrificio que nos supone hacer dieta a los que nos gusta comer. Me debato eternamente entre pensamientos y sentimientos ambivalentes que todavía me lo ponen más difícil. Es como esos dibujos animados dónde aparece el ángel y el demonio, uno a cada lado de tu cerebro...

- venga, va, así no puedes seguir... tienes que hacer algo...
- ¡ya lo intenta, guapa!
- ¿seguro? Sabes que no le pone todas las ganas... En tu vida has acabado consiguiendo todo lo que te has propuesto, ¿por qué va a ser esto diferente? ¡puedes hacerlo!
- hala, ya está aquí la mariquita esta con alas, con su curso de coach sacado por Internet... tú ni caso, reina, en realidad, estás estupenda.
- ¿estupenda? sí sí, por eso no encuentra ropa que le vaya, ¿verdad? por eso no se pesa, para no llevarse el disgusto... por eso no se gusta cuando se mira al espejo...
- monina, sí-que-se-gus-ta. Cuándo se mira de perfil (siempre del mismo lado, no sé por qué), piensa, en realidad no estás tan mal... las hay peores que yo. Además, a J le pone mogollón. Él la encuentra preciosa.
- ya... ¿y el colesterol?
- es hereditario y lo sabes. Ya se toma la pastilla, cosa que deberías hacer tú... tómate un par de rulas, a ver si se te quita la cara de amargada que tienes...
- ¿quieres que acabe como su madre? ¿quieres que le dé un infarto a los 50?

Me debato entre el pensamiento  eres una vacaburra, tienes que hacer algo  y  estás estupenda y a quién no le guste, que no mire, no todo el mundo tiene que ser igual.  La sociedad machista y competitiva en la que nos ha tocado vivir, tampoco me ayuda. Ya os lo conté en el post La moda no sabe de matemáticas, hay un complot mundial para hacer a las mujeres infelices. El otro día leía en un tuit:  Contenido de una revista para mujeres: 1) El secreto de la felicidad: acéptate tal como eres; 2) Cómo perder 15 kg. en un mes; 3) Cómo preparar una deliciosa tarta de chocolate.  ¡Y qué razón tienen! Lo que yo digo, un complot. Y eso porque no quiero entrar a hablar de las dietas milagro y la industria de la dietética, que me darían aquí las uvas. Últimamente están de moda las modelos "de tallas grandes", que, en sí, es un paso adelante, si no fuera porque llaman modelos de tallas "grandes" a las que usan una 42.

Total, que cada lunes por la mañana empiezo una dieta. Y cada lunes por la noche, la dejo. Y eso a pesar de un pensamiento que creía tener arraigado: el día que me digan que tengo que hacer dieta por motivos de salud, ese día me pondré en serio.  Pues no. Ese día llegó hace ya un tiempo. Y no lo consigo.

En 2009 los astros se alinearon y hubo unas coordenadas estelares a favor de mi pérdida de peso, a saber:
a) empecé a hacer spinning y me encantó. De 2 a 3 veces por semana.
b) tenía una mutua de salud que me permitía acceder a un buen endocrino, con el que tenía visita cada mes; luego, control externo.
c) ese mismo endocrino me dio una medicación buenísima que me ayudó mucho.
d) tenía una compañera de trabajo y además amiga, G, de las que llaman al ingeniero para cogerse las chichas, que constantemente me hacía de empuje y de refuerzo.

Perdí 20 kilos. Me quedé estupenda estupenda. Y me relajé.  Bah, sólo me quedan 4 kilos para llegar a mi meta, ahora viene el verano, descanso...  Bah, en todo el verano, comiendo lo que he querido, sólo he engordado 3 kilos...  Uy, sólo en Navidades he puesto 3 kilos más. En Enero empiezo otra vez... Buf... es Semana Santa y aún no me he puesto...  Ufff... ¡¡¡ya van 10 kilos recuperados!!! En cuánto pase el verano, me pongo...

Y nunca más me puse. Los astros no me acompañaron. Me quedé sin mutua, G cambió de trabajo, retiraron del mercado la maravillosa medicación y se vino a vivir a mi casa y a mi cuerpo ella: la EM o SFC, gracias a la cuál, el spinning, el Zumba, el running o cualquier ejercicio que requiera un esfuerzo superior a subir y bajar las pestañas, está descartado. Mientras los médicos discutían qué era lo que me pasaba, me atiborraron de cortisona. Me sentía fenomenal, con un subidón que ríete tú de la mejor cocaína: trabajaba, me ocupaba de los niños, dormía 4 horas diarias, planchaba a las 4 de la mañana, hice los fondos de armario y descubrí rincones de mi casa que no sabía que existían. Y siempre tenía ganas de hacer más cosas. El problema es que me hinché como el pez globo de Nemo, me temblaban las manos y el cuerpo por dentro, tenía insomnio, una ansiedad increíble y un apetito voraz: en un mes y medio me engordé 14 kilos, los cuáles también se quedaron a vivir en mi casa y en mi cuerpo.

Y aquí estoy. Intentando hacer otra vez el esfuerzo a partir de mañana. Mi hijo me ha pedido ponerse a dieta, también le sobran unos kilitos. Y yo le he prometido que a partir de mañana, la hacemos juntos. A ver si es verdad eso de lo que no hagan las madres por sus hijos... En favor de este argumento he de decir que, por él, empecé a comer verdura hace 4 o 5 años. Sé lo que tengo que hacer. Perder peso no tiene secreto: gastar más calorías de las que comes, es decir, saldo negativo. Al final, vuelven a ser matemáticas, o sea que lo tenemos chungo. En mi caso, como no puedo gastar mucho, se trata de ingresar menos, es decir, de cerrar la boca. La dieta en sí, tampoco tiene ningún secreto: todo descremado, verdura y lechuga por un tubo, fruta, más pescado que carne, algo de pollo, ocasionalmente arroz, pasta y patata. Agua. Todo a la plancha. Un aburrimiento, vaya. Lo que me jode es que seguro que han inventado alguna pastilla con la que perder peso sin dejar de comer lo que te gusta, pero claro, se les desmonta el chiringuito si la comercializan. Una vez leí que existe una medicación, que jamás ha visto la luz, que impide que se formen caries. Lo mismo.


En fin. Que ya son las once y media y acabo un post escrito con las interrupciones propias de una superwoman. Ahora que ya me he desnudado delante de todos vosotros en uno de mis temas más íntimos, quizá sea mejor que me meta bajo las sábanas. Buenas noches.


(Me he fijado que se me han escapado unos cuantos tacos en este post... ¡¡es que me enciendo!!... por cierto... ¿¿¿tacos??? podría comérmelos.... :-p)

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