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viernes, 13 de marzo de 2015

El Zumba, pa' las abejas

A cabezota no me gana nadie. Por algo el mote de mi abuelo era "coscorrón". Que nooo, que tú con tu enfermedad no puedes hacer Zuuumba, conténtate con el Tai Chi, camina, ve a la piscina... ya, ya, claro. Me lo dices tú, que puedes hacer de todo ¿no?

"Antes de", yo, aquí dónde me veis, iba al gym, y como las posesas, me pegaba las clases más intensas de cardio: spinning, aerobic, bodycombat, aquagym (para los que penséis que el aquagym es una mariconada, os invito a probarlo). "Después de", estuve meses y meses sin hacer ejercicio. Luego empecé a caminar: tuve fiebre. Luego empecé Tai Chi: no fue mal del todo. Llevo un año moviéndome cuál hoja que lleva el viento, hago la boca del tigre, acaricio la crin del caballo, echo raíces y rechazo al mono (pobre mono, que no me ha hecho nada). Hago vida social en el intermedio de clase con un grupo cuya media de edad es de 70 años; escucho pacientemente todas sus dolencias, cómo ponerse y quitarse correctamente la dentadura, y por qué sus hijos no van a visitarlos, mientras pienso ¿qué hago aquí?

Y una vocecita interior me repite constantemente Zuuumbaaa, Zuuumbaaa. Así que, el otro día probé una clase de Zumba. Lo siento, os tengo que contar la experiencia...

Aproximadamente 20 chicas. Ni rastro del sexo masculino. ¡Bien! Con hacer el ridículo delante de mis congéneres ya tengo bastante.

Empieza la clase; yo, previamente, ya le he explicado a la monitora que puede que no aguante ni tres minutos seguidos, así que, tranquila; venga, tú puedes.

Siempre me ha encantado bailar. De adolescente era de las que entraba a la pista a las seis de la tarde y no me movía de allí (salvo para ir al baño) hasta las diez, cuando me tenía que ir (en mi época era raro que te dejaran salir por la noche, así que las sesiones eran en el horario que ahora hacen las light sin alcohol para niños de 12 años... ¡qué triste!). Así que pienso: no tiene que ser tan difícil...

Empieza la música, ¡guay! El reggeaton y derivados, lo siento, pero a mí me molan. Para filosofar, no. Para bailar, sí. Poco a poco, Yolanda, a tu ritmo... no fuerces...

Voy perdida; lógicamente no me sé ni un paso. Algunas lobas luchan por los primeros puestos de las filas... ¡pero si a mí me da igual! sólo quiero ver los pies de la monitora... La monitora.  Está buenísima, la cabrona. ¡Que lo que menos te apetece mirarle son los pies! Doble camiseta sexyquetecagas, alta, guapa, tipazo... suda, y hasta su sudor es perfecto: brillante, inodoro, cada gota en su sitio. Se mueve poseída por el ritmo, con una sonrisa perfecta que no se le cae de la boca. Encima, es simpática, amable y atenta con mi situación, sabe motivar a la clase y no parece que se lo tenga nada creído. ¡Un asco de tía, vaya! jajajaja... Anoto en algún rincón de mi mente no presentársela nunca a J.

La clase va cogiendo subidón. Hay algunas chicas/señoras latinas que juegan con ventaja, porque cuando nacieron ya les tocó el gen ritmocaliente en el reparto. Yo ahí: espera, ¿ahora no era la derecha? voy, voy... ¿pero ese pie ha tocado el suelo? oyeee, ¿¿eso es físicamente posible??

Pero yo, en mis trece. Venga, va, ¡¡uuuuuuuuhhhhh, dale, dale!!  Hay una señora que debe rondar los 60 más que los 50, que tiene una marcha la tía, impresionante. Baila las rumbas con Peret dentro.

Mi amiga A, otra cabrona de campeonato. Impoluta. No se le mueve ni un rizo. El carmín, intacto. Ni una gota de sudor, que digo yo, que debe sudar hacia dentro, porque la tía no para. Se sabe todas las coreos...

- ¿Qué tal Yolanda, cómo vas?  (en una minipausa)

Espera que me hagan la transfusión de oxígeno y te contesto...

Me miro en el espejo. ¿¿Por qué tendrán que poner espejos en esas salas?? Jodeeerrr... La cara como un pimiento morrón. La camiseta, pegada al cuerpo orondo y lirondo. El pelo, como recién salido de la piscina, pero pegado a la cara y la cabeza, a lo Iñaki Anasagasti.

De repente soy consciente que no sólo hay espejos, sino que dos de las paredes de la sala son de cristal transparente (sin pegatinas, ni opacidades, ni ná de ná): uno que da a la sala de fitness y el otro, al pasillo, a las puertas de los vestuarios. Naaadaaa, en un sitio escondidito, sin apenas tránsito de gente... Por Dios, ¡qué vergüenza!

Observo a mis compañeras. Todas flacas, estilosas, estupendas. Bueno, menos las latinas, que están un poquito entradas en carnes, pero es que ese gen también va con ellas. Hasta mi amiga I, recién operada del pecho, sigue las coreos y los pasos con la dignidad de una reina. Soy la oveja negra, la cagarruta en la nieve, el punto de la "i", el grito en la biblioteca, la Bridget Jones disfrazada de conejita de Play Boy...

Cierra los ojos... ¡no, qué me mareo! pfffff... ¡no puedo!  Giro a la izquierda, cuando es a la derecha; me estoy agachando, y ya se han levantado y dado dos saltos; subo un brazo y era hacia el lado...

Bebo agua. Bebo agua. Bebo agua. Beboagua, beboagua, beboagua...

Arrrggg... ¡mis pulmones están a punto de explotar!  ¡Disfrutad, chicas! ¡¡vengaaa, vosotras solaaas!!  dice la monitora... ¿disfrutad? ¿solas?  perdona, pero esas dos palabras juntas sólo me hacen pensar en la masturbación, y no tengo yo ahora el chichi para farolillos (con perdón).

Era mi segunda clase de Zumba. La primera fue igual, con la diferencia de que había un señor, igual de bajito y gordito que yo; igual o más perdido que yo (que el pobre debía pensar ¿qué coño hago yo aquí, entre todas estas lobas que no paran de hablar de Grey mientras se acarician el cuerpo p'arriba y p'abajo?);  y también porque vino a dar parte de la clase un bebé, más gay que una mezcla de Boris Izaguirre y Fidel, de la serie Aída, que estaba en prácticas, ¡angelito, él! Más verde que un guisante, vino sin batería en el móvil, dónde tenía la música... en fin, que le faltaban dos hervores, en más de un sentido. Ahora, eso sí, el tío se movía que-te-ca-gassss y nosotras nos echamos unas risassss... pobrecito.

En fin. Que después de dos clases dónde me he divertido tanto como me he asfixiado, una cena  cancelada por inmovilidad supina, décimas de fiebre, dolores musculares parecidos a una sesión de acupuntura hecha por Serafín Zubiri, y la necesidad de dos días enteros para recuperarme de una mísera hora de placer agridulce, he llegado a la conclusión de que no puedo hacer Zumba. Ni se te ocurra decir, yatelodije.

El Tai Chi ya lo he descartado. La piscina me aburre y, además, no me atrevo a arriesgarme con el cloro, no sea que despertemos al monstruo dormido... No sé si probar con el ganchillo, a ver qué tal. Mi madre es toda una experta; a lo mejor, yo llevo ese gen de serie.

5 comentarios:

  1. Jajajaja que bueno, pa riba pa bajo. Date otra oportunidad, pero sin preocuparte de espejo ni cristales a tu ritmo latino.

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  2. Et suggereixo la petanca:
    Esport en grup, et toca el solet i l'aire per tant no sues, et bellugues lo justet i no et despentines, segur q cap belluga els melucs millor que tu i a sobre seràs la baby del grup.
    1 sessió i ja veuràs que contenta tornes a casa.
    Autoestima elevada en un tres i no res.

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    1. Jajajaja Elisabet!!! No sé si m'acaba de convèncer... a més, les boles de petanca pesen un huevo!!!! 😀😀

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  3. Otra oportunidad, yo soy miembro honorífico de "cara colorá" a los tres pasos de baile, ánimos y sobretodo... No nos dejes tanto tiempo sin actualizar el blog!!!!

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  4. Jo ho probaria una tercera vegada. Si no, sempre et quedarà el Tai-chi o probar Pilates.
    Com sempre genial Yol!!!!

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