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domingo, 27 de noviembre de 2016

El día que secuestré el autobús


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Imagino que muchos de vosotros habréis visto la peli "Un día de furia", protagonizada por Michael Douglas. ¿No? Bueno, pues esa película trata de cómo una persona, a priori totalmente normal, puede, en circunstancias determinadas, perder un día la cabeza y hacer barbaridades. Pues eso es lo que me pasó a mí hace unos años. Y hoy os lo quiero contar. Para que sepáis que la eximente por enajenación mental transitoria está plenamente justificada!! :-)

Hace unos tres o cuatro años, el servicio de autobús con el que cada día voy desde mi pueblo a Barcelona a trabajar era deplorable. Retrasos, subir a autobuses con goteras y mojarte cuando llovía, que se estropearan día sí, día también, ir de pie en un trayecto de 30 km. por autopista... sí, sí, de pie, a lo jarrai. Lo peor de todo, sin embargo, era que, en algunos autobuses se podía ir de pie y en otros no (la diferencia aún no la sé), y cuando venía uno de los que no, si estaba completo, te quedabas en tierra, a esperar al siguiente, que pasaba a la media hora o los tres cuartos. Eso significaba, muchas veces, llegar tarde al trabajo o de vuelta a casa. Ahora no es que sea mucho mejor, pero al menos hay que reconocer que ha mejorado un poco. Y aunque sea inmodesto, creo que el inicio de esa mejora empezó el día que secuestré el autobús.

Es viernes, las tres de la tarde. He tenido lo que viene siendo un día de mierda en el trabajo. Mejor dicho, una semana de mierda. Me dispongo a volver a casa. Sin comer aún. Tengo el tiempo justo para llegar a recoger a mi hija del colegio y luego, ya si eso, comer lo que pille en la nevera. Hace calor. En la parada del bus, la segunda del recorrido, hay una cola interminable. Yo estoy hacia el final. El bus viene con retraso. Llevamos semanas en las que muchos usuarios nos hemos quedado varias veces sin subir al autobús porque viene lleno. Alguien hace un comentario en voz alta...

- ya verás como hoy viene otra vez el bus pequeño y nos quedamos en tierra...
- pues como hoy me quede en tierra, la lío... - digo yo.

La lío. Sólo dos palabras. Y la que liaron.

Llega el autobús. La cola avanza lentamente. En mi cabeza suena como me quede en tierra, la lío... Justo cuando va a subir la chica que va delante mío, el conductor dice que ya, que se acabó. Oigo el clic en mi cerebro. Aparto a la chica y subo la escalera. El conductor me pide que me baje, que el bus está completo. Y mi boca, que ha cobrado vida propia, pronuncia:

- ¡Pues no me pienso bajar! ¡Ya estoy harta! ¡De aquí no me muevo hasta que no me bajen los Mossos! (es la policía autonómica de Catalunya)

¿He dicho yo eso? Pues sí. Me tiemblan las piernas, las manos, la voz... El conductor me lo vuelve a pedir, y le digo que no, que ya estoy harta de quedarme en tierra, que me deje subir, que llame a la empresa, a la policía o a quién le dé la gana, pero que yo no me bajo de ahí... Algunos viajeros empiezan a increparme. Me dicen que me baje, que ellos no tienen la culpa, que me entienden, pero que tienen cosas que hacer... ¡toma! ¿¿y yo no?? Mi hija me espera y no habrá nadie para recogerla a la salida del cole.

El conductor coge el móvil y llama a la empresa para informar de la situación y llama también a los Mossos. Yo llamo a J...

- estooo, puede que hoy me tengas que venir a buscar al cuartelillo...
-¿cómo? ¿qué ha pasado?
- oh, nada... que no me han dejado subir al autobús y la he líado... no me quiero bajar y va a venir la policía... ¿puedes llegar tú a recoger a I?


Todo de lo más normal. En mi cabeza se repite el mantra ahora no puedo echarme atrás, ahora no puedo echarme atrás. La gente que está en la parada del bus me mira con cara de efectivamente se ha vuelto loca. Por suerte, la chica que estaba delante mío en la cola, a la que he apartado cuál Maru en las rebajas en busca de un abrigo, se ha sumado tímidamente a mi locura, ha subido un peldaño de la escalera y ha dicho ¡yo tampoco me bajo!

En el bus la cosa se está poniendo calentita... Una chica se baja apresurada diciendo que se va a buscar el tren. Un señor, sentado en la tercera fila, se pone de pie, doblada la cintura sobre el asiento delantero, que me da la sensación que en cualquier momento se va a abalanzar a mí como un Tiranosauro Rex y me va a engullir... y empieza a abroncarme ya en serio. A pleno grito, él firme, yo voz temblorosa, mantenemos más o menos esta conversación:

- a ver, señora, que yo la entiendo, ¡pero haciendo esto pierde toda la razón!
- ¡uy! ¿pues no me ha llamado 'señora'? mal vamos, tío... - pues puede ser, pero es que ya no sé qué más hacer, ¡estoy harta!
- ¡pues haga una queja!
- ¡ya he hecho un montón y no me contestan ni me hacen caso!
- ¡pues ponga una reclamación!
- oiga, ya le estoy diciendo que he llamado por teléfono, escrito correos, rellenado hojas de reclamaciones... y nada ¡ni caso!  - aseguro que es cierto, varias quejas por cada vía sin recibir respuesta.
- ¿y a mí que me cuenta? ¡Usted me está secuestrando! - dedo índice amenazador, Rex en plena acción
- otra señora - todos tenemos cosas que hacer... ¡yo tengo que ir al médico!
- ¡y yo, señora! Yo tengo que ir a recoger a mi hija, y tampoco llego... y por la mañana llego tarde al trabajo... yo pago billete igual que ustedes, y siempre me quedo en tierra porque tengo la desgracia de subir en la segunda parada... ¿qué pasa, que hay viajeros de primera y viajeros de segunda o qué?
- ¡pues vaya a coger el bus a la primera parada, como nosotros!
- oiga, ¿pero usted qué se cree, que vengo de compras o qué? Salgo de trabajar y me da el tiempo justo para llegar a esta parada...
- le vuelvo a decir que tiene razón, ¡¡pero que así no se hacen las cosas!! ¡Me está usted reteniendo contra mi voluntad!
madredelamorhermoso, si es que tiene razón... Ay Dios mío, que esta noche duermo en el calabozo... Le digo al conductor que no es nada personal...

A estas alturas de la conversación, no sé si os habéis dado cuenta de que, en el fragor de la batalla, y con los nervios que tengo, ni siquiera me doy cuenta de que podría haber subido al bus y sentarme en el lugar de la chica que se ha bajado para ir a coger el tren... eso si no me hubieran lapidado antes, claro.

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Pero yo no veo más allá de mis narices. Y no oigo nada más que mi mantra doble:

- ahora no puedes echarte atrás...
- madre mía Yolanda, la que has líao...

Llevamos ya más de veinte minutos parados en una rotonda, colapsando el tráfico y la vida de unas cuarenta personas. Cuando pienso que Rex va a salir en cualquier momento de su guarida para tirárseme encima, veo que, desde el fondo del bus, avanza por el pasillo un señor mayor, alto, a grandes zancadas... viene con cara de pocos amigos y, cuando está llegando a la puerta, precede su cuerpo con un dedo índice amenazador, ¡este es primo del Tiranosaurus Rex!... Se planta a unos diez centímetros de mi cara... ¡Hostia! ¡Que este me pega!

- ¡¿Sabes qué?!... ¡¿Sabes qué?!
- ¡¡¿Qué?!!
- ¡¡Qué ole tus cojones!! ¡Que muy bien! ¡Ya está bien de que nos tomen el pelo! ¡Te aplaudo! - y se da la vuelta y se va.
- Ah... - joder, ¡¿y no me lo puede decir de otra forma?! - gra... gracias...

Total, que con la tontería y el tira y afloja, ya han pasado casi tres cuartos de hora. Y la policía llega. Una pareja vestida de paisano, como en las pelis... La chica sube la escalera del autobús y pregunta qué pasa. El conductor y yo se lo explicamos y me pide que me baje. Le digo que no quiero, en realidad estoy muerta de miedo, ¡madremía dónde me he metido!  Me lo vuelve a pedir un par o tres de veces, de manera tan sugerente, que le digo...

- si no me bajo por las buenas, me vas a bajar por las malas, ¿no?
- sí

Así que, obviamente, me bajo. El autobús se va. Siento las miradas de los pasajeros clavadas en mi espalda, haciéndome vudú mental. Pero al menos sé que algunos están de mi parte. Lo peor es que, en este tipo de buses interurbanos, siempre vamos más o menos la misma gente... ¡¿con qué cara me subo yo mañana al autobús?!  Eso, suponiendo, claro, que no me lleven al trullo... La poli habla conmigo mientras el chico habla con la pobre ilusa que decidió secundarme. Me pregunta el nombre. Y me derrumbo... ya está, ahora me filia... y me lleva detenida... ¡si es que he secuestrado un autobús! Me pongo a llorar como una niña, pura adrenalina saliendo por mis poros...

Afortunadamente todo acaba bien. La poli buena me hace una reflexión: ¿tú crees que al dueño de la empresa le importa una mierda si te subes o no al autobús? ¿Crees que él viaja en transporte público o que va con su Audi o con su BMW? Tienes que tomártelo de otra manera o buscar una alternativa para venir a trabajar... esto tiene dificil solución...

Y se despide. Simplemente sabiendo que me llamo Yolanda. A los cinco minutos viene el siguiente autobús. Por lo menos he pasado el tiempo de espera entretenida... jajajaja...

PD. me considero una persona mentalmente equilibrada... aunque, bien pensado, eso es lo que dicen todos los desequilibrados... ;-)

lunes, 7 de noviembre de 2016

Los psicólogos no damos en cámara

Resultado de imagen de psicologia


Hay un tema que siempre me ha llamado la atención, y es cómo aparecemos los psicólogos en las películas o series de televisión. Con honrosas y escasísimas excepciones, acostumbra a ser un personaje ridículo y, por supuesto, incompetente. Me pregunto si es la pequeña venganza de guionistas con muchos problemas personales que llegaron a odiar a sus terapeutas.

No sé... no os voy a hacer aquí una revisión exhaustiva, pero, por ejemplo, el personaje de Judith Becker, en la popular serie La que se avecina. Esta psicóloga no sólo incumple todos y cada uno de los códigos éticos y deontológicos de la profesión, sino que ¡¡yo creo que transgrede hasta los que no se nos ha ocurrido prohibir!! Atiende a vecinos, amigos y conocidos en el salón de su casa, se acuesta con los pacientes, se salta constantemente el secreto profesional, miente, manipula o da consejos en beneficio propio o de terceros, a veces no cobra las visitas... eso por no hablar de su personalidad: altamente inestable, dependiente, inmadura, con baja autoestima, voluble, promiscua (eso, en realidad, daría igual :-) )... Si os apetece ver un interesante reportaje en el que la propia Cristina Castaño analiza su personaje, aquí os dejo el enlace. Y que conste que, como espectadora, tanto la serie como el personaje  me encantan, me parecen muy divertidas.

Pero, como psicóloga, es algo que me molesta. Porque proyecta una imagen muy distorsionada y negativa de la profesión. La gente, en general, tiene mucha "culturilla" psicológica y mucha incultura del psicólogo. Voy a tratar de explicarme.

En cuanto al primer aspecto, lo que quiero decir es que, la psicología, al tratar de comprender al ser humano, se humaniza, se generaliza, se diluye y se vulgariza. Todo el mundo "entiende de psicología": a ti lo que te pasa es que... lo que deberías hacer es... este está deprimido... esta está loca...  Se habla con ligereza y sin conocimiento de los problemas psicológicos, ya ni decir de algunos profesionales que trabajan de cara al público, léase peluqueros, esteticistas, camareros... que te sueltan aquello de: es que yo, por mi trabajo, tengo mucha psicología... que no dudo, ni por un momento, que han desarrollado al máximo sus competencias en habilidades sociales, que saben cómo tratar a la gente y que aprenden a identificar determinados rasgos de personalidad y cómo gestionarlos... que además, estoy segurísima de que ayudan a muchos y muchas clientes, hasta el punto de mejorar su estado de ánimo o darles buenos (o bienintencionados) consejos... pero, de ahí, a decir que saben mucho de psicología, hay un abismo. Y entiendo que esto pase, vuelvo a reiterar, porque tratamos de entender al ser humano, y como, en definitiva, el que habla también lo es, se identifica. Sólo hay que fijarse que también hablamos muy a la ligera, por ejemplo, de medicina (de la general), cuando nunca se nos ocurriría darle a nadie un consejo u orientación sobre cómo construir un puente, sacar una muela o diseñar un coche, a menos que seas especialista en esos campos.

Y sin embargo, la gente sabe muy poco de lo que es en realidad la psicología o lo que hace un psicólogo. Mucha gente desconoce, por ejemplo, que es una ciencia. Aunque no exacta como las matemáticas, obviamente, sus postulados se basan en estudios científicos realizados con el máximo rigor que permite la variabilidad humana, que no somos máquinas, y por eso en psicología siempre se habla de porcentajes, probabilidades y estadísticas: ha quedado demostrado que el 95 % de las personas que piensan x, tienen este trastorno o problema. Ah, ¿y si yo soy del otro 5%, te equivocas en el diagnóstico? Pues puede que sí. Como la medicina. Así mismo, mucha gente piensa que ir al psicólogo es ir a contarle a un desconocido todos tus problemas y preocupaciones, y que éste te va a escuchar y te va a dar consejos o te va a decir cómo tienes que resolverlos o qué decisión debes tomar. Total, como un amigo, pero cobrando. Y no barato, precisamente. Pues no. Tampoco llevamos bata blanca (salvo algunos a los que los obligan en hospitales) ni recetamos medicación. Y tampoco sabemos cómo eres o lo que te va a pasar con sólo mirarte a los ojos o mantener una conversación contigo.

Y luego hay otro factor que afecta a ambas cosas y que nos hace un flaco favor: charlatanes e incompetentes, haberlos, hay los. Los primeros, los intrusistas, son gente que se hace pasar por psicólogo, de manera directa o indirecta: los autollamados terapeutas (no se sabe bien de qué), tarotistas, maestros, orientadores, sanadores y un largo etcétera. Que hay mucha gente a la que le funciona, sí. Que utilizan algunas técnicas psicológicas, sí. Pero que hay muchos de ellos que carecen de formación, y a veces, de escrúpulos, y que muchas veces hacen más bien que mal, también, también. Los segundos, son licenciados en psicología, pero que, por diversos motivos, no ejercen correctamente la profesión. A veces por falta de formación y experiencia combinados con un excesivo ímpetu a la hora de aceptar casos. Otras veces, por incompetencia manifiesta. Tanto unos como otros, hacen un daño irreparable a la imagen del psicólogo.

Así que, desde este pequeño espacio en el mundo, quiero reivindicar mi profesión. El psicólogo es una persona en constante formación, y no sólo académico-teórica, sino en la esfera personal; es difícil ayudar  a otras personas si eres una persona emocionalmente desequilibrada o inestable. Nuestro objetivo principal es ayudar a que las personas conozcan, primero, y comprendan, después, qué dificultades tienen (sean trastornos o no) para desarrollarse en el mundo, consigo mismo y en la relación con otras personas, para, posteriormente, acompañarlas y guiarlas, con técnicas y estrategias de las cuáles se ha demostrado su eficacia (que no consejos), para que mejoren esas competencias, cambien su comportamiento, solucionen sus problemas o remitan o estabilicen sus síntomas. Es una profesión de gran responsabilidad y, como todas las que reúnen esta característica, suele estar mal pagada.

Por último deciros que, más allá de la imagen del psicólogo sentado detrás del diván, tomando notas en silencio, y de las láminas del Test de Rorschach, podéis encontrar profesionales de la psicología en multitud de ámbitos diferentes a la obvia práctica clínica: por ejemplo, la evaluación forense (periciales) para determinar si un detenido estaba en sus facultades mentales cuando cometió un delito, qué secuelas psicológicas presenta una víctima, la fiabilidad de un testimonio, la mejor opción de guarda y custodia para unos menores, si hay que incapacitar civilmente a una persona, si un empleado es víctima de acoso laboral...; el psicólogo de prisiones, que evalúa a los internos, valora si están preparados para salir de permiso, les aplican tratamientos de rehabilitación, etc.; el psicólogo en la policía, que selecciona y forma a los miembros del cuerpo, contribuye a resolver casos complejos, mejora la organización...; el psicólogo deportivo, que evalúa y potencia los factores y competencias psicológicas asociados al rendimiento en el deporte, la cohesión de equipo...; el psicólogo en una escuela, que detecta y trata las dificultades que pueden presentar los niños para aprender, a nivel emocional, familiar, social...; el psicólogo en el ámbito de servicios sociales, que se encarga de detectar dificultades y situaciones de riesgo en las familias y trabajar con ellas para mejorarlas, y sus compañeros, los psicólogos de protección de menores, quiénes evalúan hasta que punto está un menor en riesgo y, si es necesario, decretan su desamparo y retirada de la familia; el neuropsicólogo, encargado de estudiar qué funciones hace cada parte de nuestro cerebro, tratar las disfunciones cerebrales...; el psicólogo de las organizaciones, que se encarga de trabajar en las empresas, para seleccionar candidatos, formarlos, mejorar los procesos...; el psicólogo de la publicidad, que hace estudios de mercado, colabora en el diseño de campañas de producto...; el psicólogo que hace reconocimientos de aptitud psicológica para obtener o renovar el carnet de conducir, una licencia de armas o para tener un perro de raza peligrosa; planeando sobre todos ellos, el psicólogo que se dedica a la investigación y el psicólogo docente, que enseña los resultados que halla el primero. Y otros ámbitos que seguro que me he olvidado.

Somos muchos y (en general) estamos sobradamente preparados. Respect.