UA-59025041-1

jueves, 15 de marzo de 2018

Las nubes huelen a pescao

Se acerca la primavera. Me viene a la cabeza el sol, el polen, un prado verde, margaritas, los colores pasteles, una Coca-Cola en la terraza, las hormonas de mis hijos y el anuncio de compresas que decía ¿a qué huelen las nubes?

En qué momento a esos publicistas (hombres, por supuesto), se les ocurre hacer anuncios dónde las niñas, peripúberes, delgadas y preciosas (de todos es sabido que las mayores de treinta, gordas y feas no tenemos la regla), se visten con minifalditas, minishorts o pantalones ajustados y te dicen, con sonrisa Profident, que se pueden poner boca abajo en unas anillas olímpicas (lo que viene siendo nuestra rutina diaria, vamos), o que no se pierden un día de playa porque tienen el supertampón o la supercompresa que, por absorber, les absorbe hasta el cerebro. ¡Y tener la regla es happy! ¡Y las nubes huelen! ¡¡Y los unicornios trotan junto a mí!! Aunque en esto último puedo estar de acuerdo: con lo que se deben haber fumado para hacer esos anuncios, seguro que ven unicornios...



Para empezar, de cuatro semanas que tiene el mes, estás con molestias diversas tres: la de antes, la de durante y la de después. La semana previa a que te baje la regla, las tetas se te ponen como dos Zeppelines, que coges a un niño en brazos y se piensa que está en el parque de bolas. Y no sólo eso, sino que duelen que te cagas. Se te ponen los pezones como discos de cortar diamante, que el roce de las sábanas o del pijama te hace hablar en arameo. Otro signo equívoco de que te va a venir la regla son los granos. Te salen granos por toda la cara, lo que te da un aspecto de lo más atractivo, sobre todo si coincide con que no te has depilado el bigote. Después están los dolores de ovarios y lumbares, que piensas ¿a ver si es que tengo unos pequeños hijoputas ahí abajo y me están succionando el óvulo desde dentro? Eso por no mencionar el aumento de flujo, la retención de líquidos, los calambres en las piernas, el dolor de cabeza, el malestar general... y la mala hostia. Ay, sí, la mala hostia. La irritabilidad alcanza cuotas máximas, que si fueras el martillo de fuerza ese de las ferias, mandabas la bola al culo de Neil Armstrong... Ahí es cuando muchos lis-tos (y listas) te dicen ay, ya estás en esos días... ¡¡¡¡sí, qué pasa, estoy en esos días!!!!! En esos días en que me cago en tu puta madre cuando veo el anuncio de a qué huelen las nubes.

Y el hambre. La regla da hambre. Mucha hambre. Y, por supuesto, ¿hambre de coliflor? ¿o de kale, berros, quinoa y no sé qué otras mierdas que estoy descubriendo que existen? Noooo, amigo mío publicista fumeta, no. Tienes hambre de chocolate Nestlé, de Ferrero Rocher, de un sandwich de Nocilla, de fresas con fondue de chocolate, ¡¡de helado de chocolate!! Chocolate en cualquiera de sus formas. Y si no tienes chocolate, dulce. Y si no tienes dulce, matas. Así que, perdona, pero es imposible tener el tipo de tus niñas del columpio.

Después llega. Siempre llega. Y lo suele hacer a lo grande, venga, como si no hubiera un mañana... Al menos los dos primeros días, sale sangre ahí como si la fueras a donar para una guerra. Amigo amante de los unicornios, créeme: no hay nada idílico ni bucólico en que te salga sangre del coño. Huele. Y huele mal. Ya te puedes poner compresas odor-noséqué. Como si te pones bolitas de alcanfor. Apesta. Se te manchan las bragas y puede que hasta los pantalones. Sales de la puñetera ducha y, después de haberte frotado veinte minutos para eliminar cualquier resto, te secas con la toalla y ¡pam! ahí está otra vez. A veces hasta pasas el apuro de manchar la silla en la que estabas sentada, cosa que me ha pasado más de una vez.

Al hilo de esto, recuerdo que, estando yo en primero de Bachillerato, en uno de los descansos entre clases, una compañera se acercó a mí y discretamente me dijo: creo que te ha venido la regla, tienes la falda manchada. Por supuesto, como no podía ser de otra forma, cuando me lo dijo yo tenía los codos y la barriga apoyados en una mesa, con el culo en pompa. Si no me morí ese día de vergüenza, es que ya puedo afrontar cualquier cosa. Ya me veis saliendo de la clase hacia el lavabo, con una amiga delante y otra detrás, en plan trenecito de La Conga. El pasillo, flanqueado a izquierda y derecha por una hilera de chicos y chicas (aunque, obviamente, yo sólo veía chicos) de cursos más altos, que empezaron a cachondearse de nosotras. Una vez en el lavabo, vi que el desastre no tenía arreglo: la falda era de esas ochenteras, horrenda, de vuelo hasta la rodilla, a rayas naranjas, rosas y amarillo pálido, algo así. Y la mancha, la pedazo de mancha, estaba junto al borde inferior. No se nos ocurrió otra cosa que darle vueltas a la cinturilla hasta convertir la falda en una superminiminifalda, que si llego a llevar Tampax seguro que se me sale el cordelito por abajo, y después anudarme a la cintura un jersey que me prestaron. Cuando salí hacia la clase, otra vez por el pasillo de los horrores, todos los chicos empezaron a silbar, a decirme cosas y a partirse el culo a mi costa. En fin, otra de esas experiencias mías… Otra vez, ya de adulta, en el trabajo, se me mancharon unos pantalones blancos (¡cómo no!) justo en la convergencia triangular, ya me entendéis... Unas compañeras tuvieron que salir a comprarme unos pantalones y unas bragas. Y bueno, pijamas y sábanas manchadas para qué os cuento...

Y da igual que uses compresas maxi, con alas o tampones que parezcan un corcho de Codorniu... que no, que eso no hay quién lo pare... Que por cierto, el invento de las alas, se supone que es para no manchar las bragas, pero no funciona. No hay cosa menos práctica. Cuando despegas la compresa del envoltorio, se pegan las alas entre sí, o al cuerpo central de la compresa, y a ver quién es la guapa que las despega. ¿Y los tampones? Hay a quién le van muy bien; yo no puedo con ellos. Los uso in extremis, en verano y cuando es imprescindible. No sé por qué, se me abren dentro cuál linda mariposa y luego para sacarlos, no veas qué daño. Y asegúrate de que el hilito queda fuera. Y acuérdate de quitarte uno antes de ponerte otro, que eso también me ha pasado de jovencita. Y sobre todo, ¡qué higiénico! No te manchas las manos ni nada, y así no te tienes que ver en la situación de estar en un baño público, con el lavamanos fuera, las manos manchadas de sangre, en cuclillas, el abrigo colgando de un brazo, las bragas en los tobillos y aguantando la correa del bolso con la boca. No, no.

La semana que tienes la regla, sigues teniendo un hambre espantosa de dulce. La buena noticia es que se te han deshinchado las tetas. La mala, que ese aire ha bajado a tu barriga y pareces la nieta de la vieja de la Fabada Asturiana, más hinchada que el currículum de Tamara. Los riñones y los ovarios siguen doliendo. Para algunas, esos dolores son insoportables el primer y segundo día de regla, y pueden venir acompañados de vómitos, hasta el punto de tener que tomar medicación o incluso quedarse en la cama. Y luego, el estado de ánimo. Tal vez disminuya un poco la irritabilidad (he dicho tal vez), pero entonces empiezas a llorar por las esquinas, sin saber por qué. De repente te emociona ver una gota en el cristal, cómo bebe agua un pajarillo o que tu hijo resuelva una ecuación de segundo grado a la primera. Y cuando te preguntan qué te pasa, dices que nada, y empiezas a reírte de forma nerviosa, mientras sigues teniendo el rostro lleno de lágrimas. Qué, ¿cómo van los unicornios, colega?

Y después de cinco días en ese estado, en los que, por supuesto, tienes que seguir trabajando o estudiando, haciéndote cargo de la casa, los niños, yendo al gimnasio, quedando con los amigos, estando guapísima de la muerte, de buen humor y teniendo ganas de follar... cuando crees que ya ha pasado todo… pues no. La semana de después, aunque hay a quién le siguen doliendo un poco los ovarios u otros síntomas físicos, quedan sobre todo secuelas anímicas. Te sigues sintiendo triste sin saber por qué, o en una montaña rusa emocional, que se define con claridad, seguro, cuando te subes a la báscula y descubres que has engordado de uno a dos kilos. Entonces ya no tienes duda de la emoción que sientes y porqué.

Luego viene una semana de tranquilidad hasta volver a la carga. Todo esto con honrosas excepciones, porque hay chicas que, afortunadamente, no se enteran. Además, hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, la regla no se comporta con la precisión de un reloj británico, sino más bien como una hijaputa psicópata, a la que no le importa adelantarse o retrasarse para acompañarte en una boda o evento importante, un puente o vacaciones, sobre todo si es en la playa, o cuando tienes hora para ir a un balneario o depilarte. Por otra parte, tengo más que comprobado que las mujeres nos podemos sincronizar y tener la menstruación al mismo tiempo. Me ha pasado varias veces con compañeras de trabajo, lo cual contribuye a crear un ambiente laboral de lo más distendido y amigable: varias tías en esos días…

Así que, ¿a qué huelen las nubes, cabrón? Las nubes huelen a pescao. Y del de ayer.




viernes, 9 de marzo de 2018

Cada uno empieza las mañanas cómo le da la gana

 
Me levanto, como cada día, a las 6 de la mañana. Es mi pequeña contribución a la expiación de mis posibles pecados; los que cometí en el pasado, los que cometeré, y los que cometerán los hijos de los hijos de los hijos de mis hijos.

Estoy haciendo dieta. Bueno, más que dieta, es una no-dieta, es decir, aprender a comer sano con el método Weigth Watchers, o "la dieta de los puntos", a la que un día le voy a dedicar un post. Hace 3 años que la empecé, con sus altos y sus bajos, llegué a perder 10 kgs. y me estanqué, todo el rato kilo arriba, kilo abajo. Después, me he dejado y he recuperado casi todo lo perdido. Desde enero que trato de hacerlo lo mejor posible. Y hoy toca día de peso (semanal) y de medidas (mensual).

Aún no puedo despegar los párpados, así que saco la báscula de debajo de la estantería del lavabo con los ojos cerrados. Da igual que no vea, sé dónde está. Además, la hijaputa yo creo que sale a mi encuentro... veeen, veeeeennn... como los marcianitos de Toy Story cuando ven el gancho, la cabrona viene hacia mí con los brazos abiertos... la goooordaaaa, la goooordaaaa... está deseando sacar sus relucientes y parpadeantes números, cuántos más y más altos, mejor. ¿Irá a comisión? ¿Habrá un mercado de valores de gramos?

Me quito el pijama, las bragas, los calcetines y hasta la horquilla que se me quedó en el pelo de anoche. Todo suma. No me quito la piel porque no puedo. Me lavo la cara para poder ver con claridad. Me espero una bajada de kilo, o algo parecido, ya que estoy muy orgullosa de lo bien que me he portado esta semana. Me subo a la báscula, que es de esas de bioimpedancia. Que sólo por el nombre ya se sabe que es una grandísima hija de puta. Te da el peso y el porcentaje de grasa, agua y masa muscular de tu cuerpo. Me han contado que hay algunas que te hablan, y te dicen si has engordado o adelgazado. No creo que se atrevieran a entrar en mi baño...

Después de varias semanas en las que he perdido muy poco, me he mantenido, e incluso engordado algunos gramos, el peso dice que he perdido 500 gr.  Me cabreo un montón y eso no puede ser bueno de buena mañana y sin haberte comido un bocadillo de panceta. Vuelvo a subir, más que nada para darle la oportunidad de rectificar antes de morir, y me da un peso según el cuál, he engordado 300 gr. Esta no sabe con quién está tratando. La cojo, le muevo las pilas, la vuelvo a poner en el suelo. Me peso y me da un tercer valor distinto. Empiezo a pesarme en diferentes zonas del baño, y cada vez me da un peso diferente, algunos se repiten. WTF?!

Así que, en pelota picá, cojo la báscula y me peso en el pasillo, en el comedor, en la cocina... me ha faltado salir a la terraza... ¡¡que es para verme!! ¡Ni los buscadores de oro! Cuando va bajando el peso, me desplazo un poco en esa dirección y me vuelvo a pesar. Que sube, me voy en dirección contraria, que parece que estoy siguiendo una brújula... Mi marido me mira con cara de estás peor de lo que pensaba. ¡¡Y no quiero ni pensar en la cara de mis hijos si llegan a salir en ese momento!! Me dicen mis compis de fatiga en esta no-dieta que a ellas también les pasa, que según la baldosa en la que ponen la báscula, varía el peso, por eso se pesan siempre en la misma. Olé tú. El gremio de los basculeros fomentando el trastorno obsesivo compulsivo. Y digo yo, ¿los que tienen parquet cómo lo hacen?

Total, que me he quedado con el peso que más veces se ha repetido, según el cual he perdido 700 gr. Fiabilidad alemana. Precisión japonesa.

Luego vienen las medidas. Parecería que el metro es más fiable. Pues no. Porque, a ver, para medir exactamente en el mismo sitio, es muy complicado. En la cintura no hay mucho problema, meto el metro entre las lorzas, justo a la altura del ombligo, parece que mi cuerpo ya tiene el hueco preparado. Pero para medir las caderas... ay. ¿Más arriba o más abajo en el culo? Exactamente, ¿por qué hoyo de la celulitis iba? Y si son las tetas, ya no te cuento. Supongo que para las jóvenes será más fácil, pero cuando tienes las tetas rendidas a la ley de la gravedad... ¿por dónde mides? ¿por los pezones? ¿por los reales o por dónde deberían estar? ¿o los que te gustaría tener? ¿debajo del sobaco? y además, de un mes al otro... ¿puse el metro por encima o por debajo de estas pecas? ¿apreté tanto o lo puse más flojo?

En fin. Que cojo los valores que más me interesan y me los llevo al atasco de la autopista para ir al trabajo. Cada uno empieza las mañanas como le da la gana.


jueves, 1 de marzo de 2018

La tíabuena

Todos tenemos una tiabuena en nuestro círculo social.

No me refiero a esa guapa con la cara de plástico, el cuerpo de escándalo y la autoestima en la estratosfera. Hablo de esa que es tan guapa que ni siquiera lo sabe. Esa con la que da vergüenza ir por la calle porque es el blanco de todas las miradas: lascivas, curiosas, pervertidas, sucias, cariñosas y de envidia, mientras ella te va parloteando sin enterarse siquiera que la miran.

Te hablo de esa que tiene el pelo de anuncio, aunque se lo lave con el champú de litro del Mercadona. Esa que se lo recoge con un boli Bic y se le escapan los mechones más sexys del mundo. Esa que mordisquea absorta el tapón del boli mientras trabaja, y tú la miras y dices te empotraba ahí mismo, contra el ordenador.

Me refiero a esa que tiene las proporciones tan perfectas, que parece que la ha dibujado Miguel Ángel. La que desayuna un buen bocadillo o su croassant de chocolate, nada de mariconadas light. La que no engorda ni aunque se hinche de panceta, tiene la piel de seda, y nunca le salen espinillas, ni granos blancos, ni manchas rojas. La que no hace ejercicio, ni falta que le hace, porque está más prieta que los tornillos de un submarino. La del ombligo perfecto y la talla 38, que le quedan igual de bien los jeans de Armani que la bata de guatiné. La que va a la playa y no se le pega ni un gramo de arena. Que sale del agua con los pezones al viento, el triángulo bamboleante y el peinado mojado sexycasual (no tropezando y con los pelos pegados a la cara como salimos tú y yo).


Te hablo de la hijaputa que, además de ser rabiosamente guapa, es buena gente. Esa que se acuerda de tu cumpleaños, la detallista, la que siempre te hace un favor, pero de corazón, la buena compañera de trabajo. Esa que tiene la sonrisa perfecta, siempre presente, para ti y para todo el mundo. La que es amable con la gente mayor y con los animales, la que te cede el asiento en el autobús y colabora con ONGs.


Esa que, además, es lista, inteligente y competente y lo demuestra sin dejarte en evidencia. La que sabe de casi todo, que lo mismo te habla de política, que de medicina, te hace una receta de cocina o te cambia una bombilla, te enseña a hacer scrap o te da nociones de cómo entrenar a un perro. Sin soberbia. Con naturalidad. Esa que, cuando se pone a bailar en la pista, detiene el mundo.

Me refiero a esa que despierta pasiones entre hombres y mujeres por igual, sean de deseo, de admiración, de ternura o de envidia. Esa que no pasa desapercibida. Esa que da tanta rabia. Esa a la que, como mujer, cada día de tu vida quieres matar. Esa a la que, en realidad, quieres odiar pero no puedes.

Me refiero a esa que, cuando me canse de ser gordibuena, seré yo... jajajajajaja.