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jueves, 23 de agosto de 2018

Soy cobarde

¿Qué haces cuándo todos tus sueños se rompen? Cuando tú quieres, pero tu cuerpo no. Cuando eres consciente de que todo aquello para lo que te has preparado toda la vida, ya no sirve para nada. Cuando, simplemente, eres incapaz de seguir haciendo lo que hacías hasta ahora. Cuando, sin que te haya pasado nada grave, sientes una tremenda incapacidad para ser feliz.

Así me siento yo. Como si el mundo se hubiera quebrado bajo mis pies.

Y entonces aparece, mi eterna compañera, la culpa. ¿Cómo puedes sentirte así, teniéndolo todo? Hay gente peor que tú. No te estás muriendo. No se te ha muerto nadie, ni tienes a nadie gravemente enfermo. Tus padres aún viven. Tu marido te adora. Tienes unos hijos preciosos, felices, sanos, fuertes y saludables. Hay personas que piensan y se preocupan por ti. Tienes un techo donde dormir, un plato en la mesa y dinero suficiente para darte muchos caprichos y comprar y hacer cosas que no necesitas. Puedes moverte, puedes hacer algunas cosas.

Imagen relacionadaY sin embargo siento que no puedo, a la vez que siento que no tengo derecho a sentirlo. Mi cabeza me repite constantemente, como una letanía: déjalo. Déjalo todo. Vete a tu casa. Dedícate a escribir. No sigas empeñándote en llevar un ritmo de vida que no puedes. Cambia de vida. Vete a vivir lejos, a un sitio más tranquilo, con otro clima más favorable. Busca la paz. Haz caso de una vez por todas a tu cuerpo, que mira dónde te ha llevado el no hacerle caso...

En el otro lado de la balanza, facturas que pagar, hijos a los que dar unos estudios y un futuro, creencias sobre lo que hay que hacer en la vida, sobre lo "correcto"... un cuento chino que hemos comprado con los ojos cerrados como la receta mágica de la felicidad y el bienestar: tener de todo, hacer cuantas más cosas mejor, trabajar mucho y bien, salir mucho, viajar y divertirte, hacer deporte y mantenerse eternamente joven...

Pero sobre todo hay miedo. Miedo a equivocarme, miedo a sufrir, miedo al miedo. Y así pasan los días, sin tomar una decisión, en la casilla de salida del tablero, sin mover un pie. ¿Es esto una prueba que me pone la vida? No es el fin del mundo, ni de tu mísera vida, simplemente tienes que tener cojones de afrontarlo. Pero soy una cobarde. Siempre lo he sido. No afronto los problemas, los meto debajo de la alfombra. Si no me gusta, dejo para mañana lo que puedo hacer hoy.  No enfrento mis sentimientos, ni tomo decisiones que sé que tendría que tomar. Quiero cambiar el mundo, me indigno con todo lo que ocurre a mi alrededor... pero no hago nada que no sea quejarme. No digo en qué me molestas o me dañas, simplemente desaparezco. No te digo que eres una maldita psicópata y que me estás maltratando. Hago como que no pasa nada, me pongo en modo tortuga, que pase el tiempo, y me engulla, me arrolle, me destroce... Que se apague la luz.

Pero sí pasa. Pasa la vida. Y aunque no somos felices, nos quedamos parapetados en la autocompasión, la queja y el inmobilismo. Sin arrestos para dar un golpe en la mesa, para decir, aquí estoy yo, y esto no es lo que quiero. El mundo es de los valientes. De los que se atreven a romper con todo y seguir su propio camino. Los cobardes, nos sentamos a esperar y ver la vida pasar.