Se acerca la primavera. Me viene a la cabeza el sol, el polen, un prado
verde, margaritas, los colores pasteles, una Coca-Cola en la terraza, las
hormonas de mis hijos y
el anuncio de compresas que decía ¿a qué
huelen las nubes?
En qué momento a esos publicistas (hombres, por supuesto), se les ocurre hacer
anuncios dónde las niñas, peripúberes, delgadas y preciosas (de todos es sabido
que las mayores de treinta, gordas y feas no tenemos la regla), se visten con
minifalditas, minishorts o pantalones ajustados y te dicen, con sonrisa
Profident, que se pueden poner boca abajo en unas anillas olímpicas (lo que
viene siendo nuestra rutina diaria, vamos), o que no se pierden un día de playa
porque tienen el supertampón o la supercompresa que, por absorber, les absorbe
hasta el cerebro. ¡Y tener la regla es happy! ¡Y las nubes huelen! ¡¡Y los
unicornios trotan junto a mí!! Aunque en esto último puedo estar de acuerdo:
con lo que se deben haber fumado para hacer esos anuncios, seguro que ven
unicornios...

Para empezar, de cuatro semanas que tiene el mes, estás con molestias
diversas tres: la de antes, la de durante y la de después. La semana previa a
que te baje la regla, las tetas se te ponen como dos Zeppelines, que coges a un
niño en brazos y se piensa que está en el parque de bolas. Y no sólo eso, sino
que duelen que te cagas. Se te ponen los pezones como discos de cortar
diamante, que el roce de las sábanas o del pijama te hace hablar en arameo.
Otro signo equívoco de que te va a venir la regla son los granos. Te salen
granos por toda la cara, lo que te da un aspecto de lo más atractivo, sobre
todo si coincide con que no te has depilado el bigote. Después están los
dolores de ovarios y lumbares, que piensas ¿a ver si es que tengo unos pequeños
hijoputas ahí abajo y me están succionando el óvulo desde dentro? Eso por no
mencionar el aumento de flujo, la retención de líquidos, los calambres en las
piernas, el dolor de cabeza, el malestar general... y la mala hostia. Ay, sí,
la mala hostia. La irritabilidad alcanza cuotas máximas, que si fueras el
martillo de fuerza ese de las ferias, mandabas la bola al culo de Neil
Armstrong... Ahí es cuando muchos
lis-tos (y
listas) te dicen ay, ya estás en
esos días... ¡¡¡¡sí, qué pasa, estoy en
esos días!!!!!
En esos días en que me cago en tu puta madre cuando veo el anuncio de a qué
huelen las nubes.
Y el hambre. La regla da hambre. Mucha hambre. Y, por supuesto, ¿hambre de
coliflor? ¿o de kale, berros, quinoa y no sé qué otras mierdas que estoy
descubriendo que existen? Noooo, amigo mío publicista fumeta, no. Tienes hambre
de chocolate Nestlé, de Ferrero Rocher, de un sandwich de Nocilla, de fresas
con fondue de chocolate, ¡¡de helado de chocolate!! Chocolate en cualquiera de
sus formas. Y si no tienes chocolate, dulce. Y si no tienes dulce, matas. Así
que, perdona, pero es imposible tener el tipo de tus niñas del columpio.
Después llega. Siempre llega. Y lo suele hacer a lo grande, venga, como si
no hubiera un mañana... Al menos los dos primeros días, sale sangre ahí como si
la fueras a donar para una guerra. Amigo amante de los unicornios, créeme:
no
hay nada idílico ni bucólico en que te salga sangre del coño. Huele. Y huele
mal. Ya te puedes poner compresas odor-noséqué. Como si te pones bolitas de
alcanfor. Apesta. Se te manchan las bragas y puede que hasta los pantalones.
Sales de la puñetera ducha y, después de haberte frotado veinte minutos para
eliminar cualquier resto, te secas con la toalla y ¡pam! ahí está otra vez. A
veces hasta pasas el apuro de manchar la silla en la que estabas sentada, cosa
que me ha pasado más de una vez.
Al hilo de esto, recuerdo que, estando yo en primero de Bachillerato, en uno
de los descansos entre clases, una compañera se acercó a mí y discretamente me
dijo:
creo que te ha venido la regla, tienes la falda manchada. Por
supuesto, como no podía ser de otra forma, cuando me lo dijo yo tenía los codos
y la barriga apoyados en una mesa, con el culo en pompa. Si no me morí ese día
de vergüenza, es que ya puedo afrontar cualquier cosa. Ya me veis saliendo de
la clase hacia el lavabo, con una amiga delante y otra detrás, en plan
trenecito de La Conga. El pasillo, flanqueado a izquierda y derecha por una
hilera de chicos y chicas (aunque, obviamente, yo sólo veía chicos) de cursos
más altos, que empezaron a cachondearse de nosotras. Una vez en el lavabo, vi
que el desastre no tenía arreglo: la falda era de esas ochenteras, horrenda, de
vuelo hasta la rodilla, a rayas naranjas, rosas y amarillo pálido, algo así. Y
la mancha,
la
pedazo de mancha, estaba junto al borde inferior. No se nos ocurrió otra
cosa que darle vueltas a la cinturilla hasta convertir la falda en una
superminiminifalda, que si llego a llevar Tampax seguro que se me sale el
cordelito por abajo, y después anudarme a la cintura un jersey que me
prestaron. Cuando salí hacia la clase, otra vez por el pasillo de los horrores,
todos los chicos empezaron a silbar, a decirme cosas y a partirse el culo a mi
costa. En fin, otra de esas experiencias mías… Otra vez, ya de adulta, en el
trabajo, se me mancharon unos pantalones blancos (¡cómo no!) justo en la
convergencia triangular, ya me entendéis... Unas compañeras tuvieron que salir
a comprarme unos pantalones y unas bragas. Y bueno, pijamas y sábanas manchadas
para qué os cuento...

Y da igual que uses compresas maxi, con alas o tampones que parezcan un
corcho de Codorniu... que no, que eso no hay quién lo pare... Que por cierto,
el invento de las alas, se supone que es para no manchar las bragas, pero no
funciona. No hay cosa menos práctica. Cuando despegas la compresa del
envoltorio, se pegan las alas entre sí, o al cuerpo central de la compresa, y a
ver quién es la guapa que las despega. ¿Y los tampones? Hay a quién le van muy
bien; yo no puedo con ellos. Los uso in extremis, en verano y cuando es
imprescindible. No sé por qué, se me abren dentro cuál linda mariposa y luego
para sacarlos, no veas qué daño. Y asegúrate de que el hilito queda fuera. Y
acuérdate de quitarte uno antes de ponerte otro, que eso también me ha pasado
de jovencita. Y sobre todo, ¡qué higiénico! No te manchas las manos ni nada, y
así no te tienes que ver en la situación de estar en un baño público, con el
lavamanos fuera, las manos manchadas de sangre, en cuclillas, el abrigo
colgando de un brazo, las bragas en los tobillos y aguantando la correa del
bolso con la boca. No, no.

La semana que tienes la regla, sigues teniendo un hambre espantosa de dulce.
La buena noticia es que se te han deshinchado las tetas. La mala, que ese aire
ha bajado a tu barriga y pareces la nieta de la vieja de la Fabada Asturiana,
más hinchada que el currículum de Tamara. Los riñones y los ovarios siguen
doliendo. Para algunas, esos dolores son insoportables el primer y segundo día
de regla, y pueden venir acompañados de vómitos, hasta el punto de tener que
tomar medicación o incluso quedarse en la cama. Y luego, el estado de ánimo.
Tal vez disminuya un poco la irritabilidad (he dicho tal vez), pero entonces
empiezas a llorar por las esquinas, sin saber por qué. De repente te emociona
ver una gota en el cristal, cómo bebe agua un pajarillo o que tu hijo resuelva
una ecuación de segundo grado a la primera. Y cuando te preguntan qué te pasa,
dices que nada, y empiezas a reírte de forma nerviosa, mientras sigues teniendo
el rostro lleno de lágrimas. Qué, ¿cómo van los unicornios, colega?
Y después de cinco días en ese estado, en los que, por supuesto, tienes que
seguir trabajando o estudiando, haciéndote cargo de la casa, los niños, yendo
al gimnasio, quedando con los amigos, estando guapísima de la muerte, de buen
humor y teniendo ganas de follar... cuando crees que ya ha pasado todo… pues
no. La semana de después, aunque hay a quién le siguen doliendo un poco los
ovarios u otros síntomas físicos, quedan sobre todo secuelas anímicas. Te
sigues sintiendo triste sin saber por qué, o en una montaña rusa emocional, que
se define con claridad, seguro, cuando te subes a la báscula y descubres que
has engordado de uno a dos kilos. Entonces ya no tienes duda de la emoción que
sientes y porqué.
Luego viene una semana de tranquilidad hasta volver a la carga. Todo esto
con honrosas excepciones, porque hay chicas que, afortunadamente, no se enteran.
Además, hay que tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, la regla no se
comporta con la precisión de un reloj británico, sino más bien como una
hijaputa psicópata, a la que no le importa adelantarse o retrasarse para
acompañarte en una boda o evento importante, un puente o vacaciones, sobre todo
si es en la playa, o cuando tienes hora para ir a un balneario o depilarte. Por
otra parte, tengo más que comprobado que las mujeres nos podemos sincronizar y
tener la menstruación al mismo tiempo. Me ha pasado varias veces con compañeras
de trabajo, lo cual contribuye a crear un ambiente laboral de lo más distendido
y amigable: varias tías en
esos días…
Así que, ¿a qué huelen las nubes, cabrón? Las nubes huelen a pescao. Y del
de ayer.