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domingo, 26 de noviembre de 2017

Uno de esos días míos

21 de octubre, sábado. 5:30 h de la mañana. Suena la alarma del móvil. Me tengo que levantar. Hoy tengo un examen de oposición. Casi no he podido estudiar, por motivos diversos. Pero vamos a intentarlo. Por lo menos, no me juego mi puesto de trabajo.

No son horas. No están puestas ni las calles. Al ser sábado, el horario del transporte público es mucho más restringido, con lo cuál, prácticamente tengo que hacer la Iron Man para estar en la otra punta de Barcelona a las ocho de la mañana.

Estoy en la estación y aún no ha amanecido. Llega el tren y, cuando estoy a punto de subir, me llega un intenso olor a tabaco por mi derecha. Por el rabillo del ojo, veo que hay un señor apurando el cigarrillo. ¿Quién coño puede fumar a las seis y media de la mañana? ¿En serio? Se abren las puertas y subo, el tren está a reventar. ¿A dónde va tanta gente a las seis y media de la mañana de un sábado?

Encuentro un asiento junto al pasillo y me acomodo, dispuesta a dormitar durante los 40 minutos que dura el trayecto. Mis ganas. Junto a mí, en el asiento al otro lado del pasillo, se ha sentado el tipo del cigarro y empieza a sorberse la nariz cómo si no hubiera un mañana. Pero, eh, no a sorberse la nariz en plan soy-una-damisela-delicada-con-un-poco-de-alergia-al-polen... no, más bien en plan soy-un-puto-rinoceronte-al-que-se-le-ha-quedado-atascado-un-ñu-en-la-garganta. ¡Qué asco más grande! ¿La gente no tiene reparo alguno? Lo miro de reojo, a ver si se da por aludido de que me está produciendo náuseas. Pero no, el tío a lo suyo. Y con fruición. Y yo con el estómago vacío.

Mis miradas se van haciendo cada vez más indiscretas, hasta que, directamente, giro la cabeza para taladrar con la mirada a semejante individuo. Y entonces me quedo estupefacta, ¡no puede ser! Bueno, y, a la vez, sí que puede ser, porque tan inconcebible comportamiento sólo podía ser digno de él: con los mismos pantalones beige de siempre y la misma camisa blanca de siempre (empiezo a pensar que es un uniforme), está sentado Mr. Pig, del que os hablé en este post. Me quedo a cuadros. ¿Así que tú eras el capullo del andén, con tu putrefacto olor a tabaco? ¿Así que también trabajas los sábados? ¡A trabajos forzados te metía yo, so cerdo! Al menos te has cortado las greñas estropajosas que tenías.

Me concentro en mi móvil, mientras pienso en lo injusto que es el karma conmigo, con lo bien que yo me porto... el chico que tengo en frente, empieza también a sorber por la nariz, no sé si es una especie de idioma entre machos, como el eh.. ah... uh... Escudriño el bolso en busca de mis auriculares. Uno de mis hijos los debe haber cogido. A los cinco minutos no aguanto más y decido cambiar de asiento; no pienso pasarme más de media hora aguantándome las ganas de vomitar.

En el otro extremo del vagón encuentro otro asiento vacío y me siento. En frente de mí va una chica a la que creo conocer, por lo que me hundo en el asiento y me concentro en el móvil como si ahí tuviera la fórmula de la Coca-Cola. No estoy yo para conversaciones a estas horas de la mañana. Un chico de detrás mío, empieza también a sorberse la nariz. Ya es que me da la risa. ¿Hoy es el día internacional de los mocos viajeros? ¿Soy yo, que con mi olor estimulo las pituitarias ajenas? Y este es peor, si cabe, que Mr. Pig, sacando sustancia desde la garganta. Es repugnante. ¡¿Dónde están mis auriculares?! Me resigno y aprovecho el tiempo para borrar los millones de fotos y memes inútiles que tengo en el móvil. Menos mal que ya estamos llegando. Hoy tengo los ojos muy secos y estoy ya muy cansada antes de empezar el día.

Mr. Pig
Ya en el metro, me siento en un banco del andén. Consulto mi móvil y una aplicación me dice que he andado 3.144 pasos. Y son las 7:15 h de la mañana. ¡¿Pero cómo no voy a estar cansada?! Levanto la vista e ¡increíble!: en el andén frente a mí, en el banco frente a mí, está sentado Mr. Pig. Como sé que no me íbais a creer, le saqué una foto disimuladamente. Menos mal que va en dirección contraria a la mía, ya he tenido mi dosis tope de asco por hoy.

Eso creía yo. Subo al metro y me siento en los únicos asientos que veo vacíos. Yo, tan observadora como siempre, no me doy cuenta hasta que ya estoy sentada de que, tanto el suelo como los asientos, están sucísimos y que huele a alcohol que tira para atrás. De pie, hay dos extranjeros con un pedal que ríete tú de BH... van bebiendo cerveza y cantando y el pestazo es insoportable. En el suelo hay unos regueros que no logro discernir si son de alcohol o de pis.

Decido levantarme y cambiarme de asiento. ¿Será hoy el día internacional del juego de las sillas? ¿O el de, o te cambias de silla o te pilla un moco?...  Unos metros más adelante, dónde está sentado todo el mundo (¿por qué será?), encuentro un asiento vacío en una de esas filas de cuatro, con el respaldo en la ventanilla, de manera que quedas frente a frente con los cuatro viajeros de la otra ventana. Me siento y, por un momento, tengo dudas de encontrarme en Barcelona... ¡¡a ver si es que tengo tantas ganas de irme a Nueva York que me he teletransportado!!  A mi izquierda hay una chica latina, con un niño pequeño en el carrito. Pelo negro, piel oscura, ojos marrones. En frente, un chico negro como el carbón, vestido como un rapero. A su lado, justo en frente de mí, una chica asiática, con su piel clara y amarillenta, pelo liso, largo, negro, y sus gafas redondas, mirada fija en el móvil. Al lado de ella, una marroquí, tez blanca y ojos marrones, con su pañuelo en la cabeza y su yihab de lentejuelas. Y en el último asiento, un pintor, con su uniforme lleno de motas de pintura, barriga cervecera, pelo y perilla blancos, ojos oscuros. A mi derecha, una argentina o uruguaya, morena, pelo corto, ojos verdes, pendientes grandes tipo hippie, que habla con la rusa que tiene al lado, rubia platino, piel translúcida, ojos azul hielo. Parecemos un anuncio de Bennetton.
En la parada de España sube una pareja joven, con estética yo-soy-anarca-perroflauta-nini-metengoquedefinir y él empieza a gritar ¡España, vaya país de mierda! y otras lindezas. Claramente, tanto ellos como los dos tíos con los que les acompañan, van puestos hasta las trancas. ¡Ya lo tengo! ¡¡Hoy es el día internacional de las sustancias!! Da igual de qué tipo, da igual si las compras o las produces. Son las ocho menos cuarto y el metro va a tope... ¡¿pero a dónde va tanta gente un sábado por la mañana a estas horas?! A ver si van a venir a mi examen...
Llego a Palau Reial y, ¡cómo no! Me equivoco de salida. Finalmente, encuentro las escaleras correctas. Mientras las voy subiendo, veo que arriba, en la calle, hay un operario, con una escalera de esas de madera, tipo Telefónica, aunque más pequeña, al hombro. Está baboseando con una joven tía-buena, preguntándole indicaciones sobre una dirección mientras le mira las tetas. Cuando paso por detrás, el señor, que ya ha recogido su baba (no olvidemos que hoy es el día de las sustancias), se gira y me da con la esquina de la escalera en toda la cabeza. Uy, ay, perdón, lo siento, ¿se ha hecho usted daño? No, hijo... si a mí me encanta ir midiendo escaleras con la frente... ¡Y encima me llama de usted! Por suerte, el golpe ha sido leve y la sustancia sangre no aparece, aunque hoy sea su día. Tengo demasiada prisa y demasiados nervios para decirle al baboso lo que pienso.
Al final llego a mi destino, con todas mis partes vitales, el estómago vacío y sin vomitar. Después de saludar a mis amigas y compañeras (sin duda, lo mejor de toda la puta mañana), el examen transcurre como el proceso de selección de los Seal, que quién lo ha diseñado debe haber sido guionista de la Teniente O'Neal. En fin. Total, para suspender. Aunque, ahora que lo pienso, ¿a ver si va a ser el golpe en la cabeza lo que hizo que se me fueran los conocimientos? jajajaja...
Si es lo que yo digo, no se puede salir de casa a esas horas. Al menos, no sin una sustancia puesta.



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